Un xerecismo que renace y se fortalece

Es cierto que el club estaba herido de muerte, y sobre esa etapa ya se ha escrito mucho. Pero hoy, la historia ha dado un vuelco inesperado

Homenaje a Rafael Verdú, en una grada de Chapín durante un encuentro del Xerez CD, en una imagen del autor de la tribunal libre.
21 de enero de 2025 a las 10:55h

Sinceramente, no sé si somos conscientes, pero lo que estamos viviendo este año en nuestra querida Jerez de la Frontera, desde el plano deportivo, es un auténtico golpe en la mesa de todo un histórico del fútbol español que nació en aquella reunión, allá por 1947, y en plena calle Larga.

Dicen que no hay mal que por bien no venga. Al Xerez intentaron destruirlo, algunos de forma directa y otros con silenciosa complicidad. Como quien realiza una poda desastrosa e intencionada bajo la oscuridad de la noche, ahora se dedican a poner pegatinas…, le fueron arrancando ramas al árbol con la intención de que enfermara y, finalmente, dijera adiós. Es cierto que el club estaba herido de muerte, y sobre esa etapa ya se ha escrito mucho. Pero hoy, la historia ha dado un vuelco inesperado.

El génesis o comienzo, que habrá que grabarlo a fuego en la memoria colectiva del aficionado, comenzó con 187 valientes, que por justicia bien merecerían reconocimiento público. Como si de una aldea gala enfrentándose a todo un imperio se tratara, eso sí, sin poción mágica, decidieron resistir, dispuestos a mantenerse firmes incluso si el club caía. Para ellos, el Xerez no era solo un equipo, sino parte de su familia, alguien a quien jamás abandonarían. Gracias a esa fe inquebrantable, ocurrió el milagro. El tronco maltrecho empezó a llenarse de nuevas yemas, y de ellas brotaron hojas frescas. Amigos, familia, compañeros de grada, estamos de vuelta, que diría el Mono Burgos.

Hoy, el estadio municipal de Chapín, es testigo de algo extraordinario: una media de 8.000 espectadores en cada partido que para nada es un hecho que habría que normalizar. Cifras en una cuarta categoría del fútbol español que, incluso en Segunda B o en épocas doradas de Segunda División, eran difíciles de alcanzar. Esto no es un "nuevo" xerecismo. Es un xerecismo fortalecido, sólido, convertido en el orgullo de una ciudad que ha hecho de su equipo todo un símbolo.

Y todo ello recordando un triste episodio donde una parte de la afición dio la espalda al club creando uno bien distinto y que, queramos o no, supuso un duro golpe para la supervivencia del Xerez. Para los amantes de las estadísticas, entre los dos clubes, pueden sumar del orden de los 11.000 aficionados en sus encuentros en casa, con lo cual, Jerez futbolísticamente es una ciudad de primer orden. El Xerez tiene actualmente la supremacía en cuanto a asistencia, camino de triplicar la media de asistencia del otro club. Pero volvamos al hilo.

La persecución, la humillación y los intentos por borrar su legado cuando no de apropiarse del mismo, lograron justo lo contrario. Seguramente la indiferencia o el ponerse de perfil hubieran dado con toda una institución septegenaria en el hoyo, pero con tantas dosis de saña, con un hostigamiento impropio, lograron despertar a una ciudad que evidentemente se rebeló. Reavivaron una jerezanía que parecía diluirse entre calles grises y anónimas, llenas de granito y cada vez más similares a las de otras urbes. Hoy, el Xerez es mucho más que un club. Es una bandera que ondea con fuerza, un símbolo de resistencia y una razón para sentirse más vivos que nunca.

Hace años, rememorando a la afición del que siempre fue nuestro gran rival, el Cádiz Club de Fútbol, comentaba que dicha institución ante la decadencia industrial y demográfica de la antigua Gades, era una insignia, un símbolo a la tenacidad y no pasar al olvido, un escaparate al mundo. Esa simbiosis entre el cadismo y la identidad gaditana siempre me pareció envidiable. Eso, seguía profundizando, faltaba en nuestro Jerez, siendo referente socio-económico de la provincia. Éramos vino, éramos caballo, ahora quizás ya no sabemos ni que somos, que eso era de rancios y ahora hemos progresado…, pero lo que está claro es que el Xerez, a grandes rasgos, no se vivía como un estandarte propio de la ciudad que le vio nacer. 

Todo eso cambió. El venir de tan abajo, hizo que esos 187 se agolparan en un solo graderío, al igual que los 1.000 o 2.000 que se irían progresivamente sumando. Todo este proceso dio paso a lo que yo, particularmente, llamo una “argentinización” de la grada xerecista, que empujaba por igual y que ahora, ante una masa de seguidores que llama poderosamente la atención, hace lo propio desde las tres gradas abiertas de Chapín.

Ir al estadio cada domingo se ha convertido en una fiesta, donde la afición asume el papel que verdaderamente le corresponde, porque se ha ido forjando en el maltrato y en la supervivencia, y se enorgullece de ser la que más grita y jalea a los suyos. Ya no hay señoritos, ni “comepipas”, ni ultras. Ahora, la grada es un solo corazón que late al unísono, un fenómeno que no deja indiferente ni a los equipos rivales, ni a quienes nos visitan, ni hasta a nuestros propios jugadores que se sienten arropados de una manera abrumadora. Estén atentos a la salida del equipo y a ese himno a capela. No cabe duda que nace de muy adentro en un acto propio de rebeldía ante lo pasado.