Wittgenstein, en una imagen de su fundación.
Wittgenstein, en una imagen de su fundación.

Hoy hace cien años que Ludwig marchó a un pueblo austriaco para dar clases a niños de 8 años. Hijo de una de las familias más ricas de Europa, condecorado tras la Gran Guerra, con el Tractatus publicado -un hito de la Filosofía del siglo XX- y habiendo rechazado la cuantiosa herencia de su padre, a sus 32 años, como digo, decidió hacerse maestro de primaria en un pueblucho de montaña. ¿Qué buscaba un tipo como él en un lugar como ese?

A quien desee conocer el pensamiento de W. le espera la aridez. La famosa proposición “de lo que no se puede hablar es mejor callar” conduce a la celda de un monasterio. Un servidor lo leyó atentamente con veinte años y aún no sabe bien qué aprendió. Al austriaco se le clasifica dentro del movimiento de la negación de la Filosofía. Efectivamente, en la obra de W. no hay posicionamientos políticos ni éticos. Lo suyo es más un análisis constante de los significados confusos del lenguaje.

En algún sitio escribió que su fin no era el progreso sino la claridad. Sólo se me ocurren dos o tres personas menos indicadas para estar todo el día con niños. W. era insufrible. Con todo, los testimonios coinciden sobre la calidad de sus clases. Cualquier materia la meditaba a fondo para dar con la mejor forma de transmitir la idea esencial. Entre los recuerdos escolares sabemos de la invención de una máquina de vapor, las excursiones para identificar plantas y estilos arquitectónicos o, uno de los más reseñados, la elaboración de una especie de diccionario del mundo de aquellos niños. Pero no tardaron en aparecer los problemas. Sabemos de su nivel de exigencia, para consigo mismo el primero. Para algunos alumnos debió ser una pesadilla. Llegó a ser enjuiciado por propinar algún cachete y tirón de pelos (términos textuales en la edición de Anagrama, Monk, 1994:192). Una vez absuelto y agotado por la presión, dio fin a su incursión en la enseñanza obligatoria.

Quizás era la gracia de una mañana clara y de los corazones infantiles lo que buscaba tras el sinsentido de la guerra. Y no digo que no los encontrara pero también le traicionó su impaciencia ahí en medio de ese lugar delicado que es una clase. De nuevo roto en su conflicto interior, de salvación y culpabilidad. En todo caso W. seguía a su manera el nuevo modelo de educación de la socialdemocracia: primar la experiencia a lo memorístico. ¿Y esto a santo de qué venía? Ah sí, pues que la relación enseñanza-experiencia sigue siendo un problema hoy día. Hay mucha diferencia entre un profesor que repite la teoría de un manual y aquel que transmite, ordenadamente, la teoría a través de sus vivencias.
 

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