En Jerez, son numerosos los puntos donde las personas acuden para practicar ejercicio, como puede ser el caso de la Avenida Juan Carlos I (conocida como la Avenida del Colesterol), o también la Laguna de Torrox, en la zona sur de la ciudad. Es en este último lugar donde transcurre la historia que vengo a relataros hoy. Y es que, salir a caminar, correr, hacer bicicleta u otra actividad física no solo sirve para aliviar las dolencias físicas, sino también para despejar los pensamientos y evadirte por unos minutos del mundanal ruido y el estrés del día a día. Pero, a veces, el destino nos puede deparar situaciones inesperadas.
A muchos se les vendrá a la memoria aquella cría de cocodrilo que apareció en dicha laguna ante la atónita mirada de los viandantes que por allí paseaban tranquilamente hace casi dos décadas. El 5 de octubre de 2007, con la ayuda de la Policía Nacional y miembros del Zoológico de Jerez, pudieron capturar a una cría de cocodrilo que medía en aquel momento un metro de longitud. Se le bautizó cariñosamente como Juancho, en recuerdo del personaje de la serie estadounidense que se comenzó a emitir a partir de los años sesenta. Pero la criatura protagonista de hoy es más inquietante y desconcertante.
Allá por el año 2012, Miguel Ángel, como muchas noches de primavera, acudió caminando desde su domicilio hasta la Laguna de Torrox con la intención de practicar footing. Eran las diez de la noche, y a su pareja no le hacía mucha gracia eso de que saliera tan tarde. Pero lo necesitaba. Se hallaba inmerso en la preparación de unas oposiciones, y pasó todo el día encerrado en la habitación estudiando. Al llegar a la laguna, comenzó su rutina de ejercicio, y sus pies se fueron acelerando sobre el terreno. Apenas había viandantes. De hecho, encaminó de solitarias maneras la parte que daba acceso desde la entrada por donde hoy se encuentra Mercadona. En pleno recorrido, comenzó a percibir algo inusual.
"Las luces de las farolas comenzaron a parpadear y, progresivamente, conforme avanzaba, se fueron apagando una a una delante de mí. Aquello me extrañó bastante. Acto seguido, de la parte izquierda del parque, la que se encuentra junto a la zona de los chalets, emergió una figura a ras de suelo, reptando, y se posicionó en mitad del carril. Tenía forma antropomorfa, pero tampoco al cien por cien. Era como una especie de persona, pero reptaba, y se movía con cierto sigilo, con una habilidad y una facilidad que parecía que iba saltando. Era todo oscuro, y recuerdo que los ojos eran blancos y brillantes, y fue algo que me sorprendió. Entre esa cosa y yo había unos doscientos metros de distancia. Giró su cabeza hacia mí, y me quedé paralizado, sin respiración, y aquello, lo que fuera, también parecía asustado. No me moví, pero él tampoco. En ese momento yo no sabía lo que estaba presenciando. Así, durante dos minutos aproximadamente, hasta que se metió por los cañaverales. No daba crédito a lo que estaba viendo. Seguí hacia adelante, asustado, atónito, pensativo".
Miguel Ángel no daba crédito a lo que veía. Este actual docente no pensaba ni concebía dentro de su cotidianidad vivir lo que vivió. Era todo muy absurdo, pero real. Aquello lo dejó muy marcado, pero, al mismo tiempo, experimentó diferentes emociones. Durante los primeros segundos de aquel encuentro, experimentó miedo e incertidumbre. Era algo desconocido. Pero, seguidamente, ese miedo se convirtió en una "extraña tranquilidad", como me comentaba. "Percibí que estaba conectado a él por algún motivo, no lo sé. Era una sensación muy rara, ya que sentía como si nos conociéramos".
Tras esto, Miguel Ángel continuó su marcha, pensando en lo que vio. Su cabeza, por instinto, no paraba de girar hacia el centro de la laguna, con el miedo o la esperanza de ver de nuevo a aquella criatura. Bordeó la salida que conecta de nuevo la entrada por el lado opuesto, junto a los chalets rojizos de la zona. En esa recta, y volviendo a mirar al centro, observó de nuevo al ser.
"Tuve un segundo encuentro. Desde el carril donde iba corriendo, mi mirada se dirigía al interior del lago. Y ahí lo vi de nuevo. Se hallaba en el islote central, y su mirada con la mía se cruzaron. Me acerqué. Entre ambos, había una distancia considerable, pero podía distinguirlo perfectamente. Yo sabía que me miraba, y supongo que él también. Al cabo de unos segundos, bajó al agua, y tras introducirse en ella, se perdió, sin más".
El protagonista de esta historia, a pesar de lo terrible que pueda parecernos, no describe dicha lo vivido como algo traumático, sino más bien como una experiencia grata. Lo que más me llamó la atención de su testimonio, fue esa conexión que sintió. Como si lo conociera de antes. También lo que nos describe al comienzo de su testimonio: las farolas que se fueron apagando progresivamente. En gran parte de los casos relacionados con la ufología, o encuentros con humanoides, precisamente la electricidad ha tomado protagonismo especial, como si esas entidades alteraran el campo electromagnético a su alrededor, fallando los dispositivos eléctricos, como pueden ser los vehículos. Otro de esos aspectos interesantes es la forma en la que desapareció el ser, introduciéndose en el agua. ¿Cuántos casos de ovnis se relacionan directamente con el mar, o con lugares cercanos donde existen pantanos o lagunas? Ante esto, le pregunté al testigo sobre su percepción de los hechos, y la naturaleza del ser. ¿Ente biológico? ¿Un animal? ¿Un humano? ¿Un ser espiritual? ¿O un ser extraterrestre? Esto último fue lo que más se acercaba a lo que contempló, precisamente.
Ya pasado el tiempo, Miguel Ángel me confesó que, en más de una ocasión, acudió a la Laguna de Torrox con la esperanza de volver a encontrarse con aquella extraña criatura. El lugar en cuestión, os puedo asegurar, conserva un halo especial, que solo los que deambulen por sus alrededores podrán comprobar.
