El Hospital de Jerez, en imagen de archivo.
El Hospital de Jerez, en imagen de archivo. MANU GARCÍA

No sabemos qué pasará. Qué nos puede ocurrir ahora, dentro de un minuto o mañana. Sí, tal vez hoy.

Qué puede cambiar nuestra rutina, esa que a veces aburre de puro tedio y otras echamos en falta porque la bulla que nos rodea es demasiado intensa, nos tiene agarrados a una cuerda floja que se puede romper en cualquier momento. O bien sostenernos, conseguir saltar y salvarnos.

La vida a menudo es un desafío, un probarte a ti misma de lo que eres capaz de soportar, de llevar para adelante y sobrevivir a todo aquello que te vino de pronto sin esperarlo.

Puede ser una llamada de madrugada. Una visita rutinaria que se convierte en una pesadilla.

Enfrente, detrás de una mesa tienen a un señor o una señora, un médico o una médica que te habla, te enseña unos resultados que te va explicando detalladamente, pero no oyes nada.

No sabes qué pasos son los que tienes que dar a partir de ese preciso instante que cambió tu vida.

Habla, habla y habla, ves cómo mueve los labios, pero solo escuchas tu corazón latir con más fuerza. Tu mente se bloquea, entras en estado de shock.

Luego de asimilar, vienen otras fases que van llegando a su debido tiempo, pero sin pausas porque el tiempo juega en tu contra.

Vamos que toca hospital, ingreso, control, operación, dormir en sillones, tortura, como acompañante…

Sí. eso es lo que tienen en las habitaciones de los hospitales de Jerez para el descanso del cuidador del paciente. Me dijeron, “no se habrán sentado gente en esos sillones a lo largo de los años, si tienen el cuero raído, por eso dan una sábana, para tapar esa vergüenza”.

Más y mejores medios para la Seguridad Social andaluza, al menos la que yo conozco. Pero si tengo que poner nota al personal sanitario les pondría un 10. Médicos, enfermeras, auxiliares… Profesionales preparados y eficaces  en riesgo de no saber, en algunos casos, si continuarán contratados o les moverán a otros hospitales de no se sabe dónde.

Noches eternas, largas y oscuras. Días sin fin.

Momentos de incertidumbre. Ruptura de lo cotidiano y apreciado.  Desconcierto familiar, relevos de estancia en la 315…

Final feliz.

Pero pudo no serlo.

No contarlo, eso lo saben, lo sabemos muchas familias.

Por eso queridos lectores, hay que vivir.

Sí, hay que vivir… pero con permiso.

Con permiso de una vida saludable, que te ofrezca más garantía, aunque no toda y siempre, de alargar la salud.

Con todo, gracias a la Sanidad Pública. Gracias a esas personas que con sus estudios, horas y eficiencia salvan vidas y cuidan de nosotros.

Gracias de corazón. Por cierto, nunca fue tan apropiado este final.

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