Violadores sin cómplices

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Duele decirlo, pero violaciones y abusos van a existir siempre, afrontémoslo. Además, no hay lugar en occidente que escape de esta lacra.

Una oleada de casos de violaciones, pederastia y abusos sexuales están saliendo a la luz en los últimos tiempos como si de una hilera de dominó desplomándose se tratara. Hagamos un escalofriante repaso: el entrenador de atletismo de Lorca que abusó de Antonio Peñalver y otros tantos atletas jóvenes, el Bar España en Castellón, los innumerables sucesos ocurridos en los años 80 en la Premier League, las más de 300 gimnastas estadounidenses, el caso del pianista James Rhodes, los curas pederastas de Boston, etcétera.

Son casos que guardan entre ellos rasgos comunes que convienen analizar. Se producen, por lo general, en contextos donde las víctimas se encuentran aisladas física y emocionalmente. No es casual que sean ámbitos deportivos, donde el retiro y la incomunicación son voluntarios, en los que proliferen estas atrocidades. Los violadores aprovechan la vulnerabilidad de las víctimas, a menudo jóvenes sensibles con problemas de sociabilidad.

Otro denominador común es que en una gran cantidad de los casos, el entorno, ya sea por miedo, incredulidad, complicidad o vergüenza, se alinea incomprensiblemente del lado del abusador en lugar de hacer causa común con la víctima. Es tristemente habitual que se produzca un silencio colectivo que blinda al abusador. Las víctimas que han contado su experiencia hablan de frustración, soledad, impotencia, depresión o culpa.

Tampoco es casual que muchos hechos se denuncien años o décadas después de haber ocurrido, es precisamente cuando la víctima consigue escapar de un asfixiante laberinto de abusos y de angustia. Algunas superan el trauma y la culpa hasta empoderarse y denunciar. Otras se llevan a la tumba su dramático secreto.

Duele decirlo, pero violaciones y abusos van a existir siempre, afrontémoslo. Además, no hay lugar en occidente que escape de esta lacra. Si estás leyendo estas líneas ten por seguro que en tu ciudad existen casos similares. Lo que es intolerable es que nuestra sociedad no se vuelque incondicionalmente con quien debe. Ya va siendo hora de superar ciertas negligencias sociales y ponernos en el lugar de las víctimas con firmeza, con empatía, planes de prevención, acogimiento, protección y atención a las víctimas. Es el momento de construir y articular una conciencia social al respecto.

Los que hemos visto La Caza (Thomas Vinterberg, 2012), entendemos que una falsa acusación —un riesgo que existe— puede romper la vida de una persona y su familia. Pero esta siempre podrá resetearla en otro lugar, marcarse nuevos proyectos y, con la conciencia tranquila, olvidar el incidente. La que no podrá ignorar lo sucedido es la víctima, que se encontrará a menudo con el fantasma de su violador. Acechante, repulsivo, cobarde, asqueroso. No queramos brindarle una mísera rendija de escape.

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