La sanidad bipolar

Siempre ha existido una sanidad para pobres y otra para ricos, en salud mental es en el campo más claro y, da la impresión de que da igual

Concentración de trabajadores de Faisem, que trata a personas con problemas de salud mental, en Jerez.
Concentración de trabajadores de Faisem, que trata a personas con problemas de salud mental, en Jerez. MANU GARCÍA

Manuel intentó suicidarse con dieciocho años. Muy joven. Hoy tiene más de cincuenta y se dedica a tratar a jóvenes con problemas mentales. Es psicólogo. Estudió esa carrera a partir de ese intento fallido de quitarse la vida. Incluso llegó a doctorarse y especializarse en psicoterapia con personas jóvenes. Puso una consulta y con precios populares atiende a muchos chicos y chicas que llegan, casi siempre, por voluntad de sus progenitores, a veces por alguna indicación judicial, pero casi nunca a iniciativa propia. 

Manuel tuvo suerte de que en la época en la que quiso quitarse la vida los tratamientos ya no contemplaban agresiones como el electroshock o cualquier barbaridad de esas que conocemos hoy de oídas o por películas; le habían diagnosticado un trastorno bipolar de la personalidad. Pasaba por etapas en las que la depresión, la tristeza se le manifestaban de manera dura, inmisericorde, se tornaba irritable hasta el extremo de causar problemas serios en su casa. Manuel, un día, no pudo soportar más lo que aún no sabía lo que era. Manuel se tomó un puñado de pastillas, unos comprimidos que tomaba su madre para poder conciliar el sueño que tenía perdido entre las preocupaciones cotidianas y el sufrimiento que le provocaba el comportamiento disruptivo, a veces encantador, a veces extremadamente eufórico, pero demasiadas veces esa tristeza, esa desesperanza, esa indiferencia por él mismo y por todo lo que le rodeaba.

Manuel estuvo ingresado bastantes días en una unidad de salud mental del hospital de referencia, salió con el diagnóstico y aunque nunca, nunca ha podido encontrar el equilibro en su estado de ánimo, siempre fluctuante entre los episodios maníacos y los depresivos, ha podido llevar una vida razonable. Tuvo coraje, el suficiente como para intentarlo. Estudió y ha dedicado su existencia a intentar explicarse a sí mismo lo que le pasa y con ello, intentar comprender y que se comprendan otras personas, otros jóvenes que, como él, llegan a perder la ilusión por la vida. 

A la consulta de Manuel acuden, como he comentado, muchos chicos y chicas, los precios por sus servicios, aunque son, o intentan ser, bajos, son lo suficientemente recurrentes como para que solo puedan ser satisfechos por familias con rentas medias o altas. Un joven que necesita ayuda de este tipo no puede despacharse con una visita de media hora, como mucho, se necesitan muchas horas, muchas visitas, mucho trabajo, el objetivo es muy grande: que encuentren motivos para vivir o que aprendan a vivir sin motivos.

La sanidad pública, sí esa sanidad que decíamos que era de las mejores del mundo, no es capaz de atender debidamente los problemas de salud mental de la población y, mucho menos, de ofrecer un trabajo sistémico, integral y definitivo para tantas y tantas familias que viven en la oscuridad y transitan en la desesperación ante los problemas que se les plantea. La sanidad pública, sí esa sanidad que están desmantelando en nuestras narices porque, evidentemente, es un buen negocio, la salud es el mayor negocio; esa sanidad ya era, si hablamos de salud mental, sanidad para pobres, sanidad para los que a esa minoría pudiente les parecen poco relevantes. Siempre ha existido una sanidad para pobres y otra para ricos, en salud mental es en el campo más claro y, da la impresión de que da igual.

Hace unos días leí un magnífico libro El puente de los suicidas en el que se narra una epidemia silenciosa que se dio en Madrid en un lugar concreto en el que cada semana se suicidaban varias personas. Como siempre ocurre, los casos que se nos ilustran corresponden a personas desvalidas, personas a las que el sistema ni siquiera se molesta en preguntarles qué les pasa a sabiendas que les pasa algo. Recuerdo como por estos lares, en los años ochenta, el suicidio se llamaba heroína y como veíamos a jóvenes zombis por nuestras calles: abandonados, vilipendiados, eran simples drogadictos. Muchos, la mayoría, murieron, la droga les consumió a ellos despues de ellos consumir la droga y, casi todos, pasaron por entidades casi de caridad que les intentó, casi siempre desde una perspectiva humanística loable, tratar devolverles a la vida que ellos habían desechado. Sin embargo, la respuesta de lo público fue el abandono cuando no la estigmatización. Problemas, problemas, problemas. Hoy no hay muchos heroinómanos, lo de la droga ahora es limpio, destroza el cuerpo, los cerebros de nuestros jóvenes, pero ahora, como antes, no nos preocupa, antes porque nos daban hasta miedo, hoy porque no molestan, no nos molestan. Y mientras, la sanidad pública dedicándole cada tres o cuatro o cinco meses, veinte minutitos, que no hay psicólogos para más. 

Manuel sabe que podrá ayudar a dos tipos de personas: a las que tienen suerte y a las que tienen dinero. Y siguen, en cualquier domicilio en cualquier lugar, personas a las que la vida ya no les ofrece nada, y muchas veces es verdad. Nada

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