Cuéntamelo

Esa incapacidad para ponernos en el lugar del otro y verbalizar nuestras emociones es un déficit que con el devenir de nuestros días se puede transformar en algo patológico

'Cuéntamelo', por Juan Bouza.
'Cuéntamelo', por Juan Bouza. JCLK8888

La inmensa mayoría de la gente vive en sociedad. Muy pocas personas viven en situación de aislamiento voluntario sin contacto con el resto de las personas, de hecho, incluso cuando hablamos de pequeños grupos, tribus poco desarrolladas y que apenas conocemos por su distanciamiento con la cultura “normalizada”, hablamos de grupo y por lo tanto es un medio social, de contacto entre varios. Desde pequeños la familia, el colegio, el grupo de amistades, los compañeros del trabajo, vecinos y en las últimas décadas todo lo que son medios de comunicación: televisión, radio y, cómo no, internet y sus redes sociales, comportan unas vivencias sociales, compartidas. Fenómenos como los hikikomori en Japón, personas que deciden aislarse completamente, o aquellos que viven como eremitas, son casos, nunca mejor dicho, aislados Vivimos en sociedad, pero somos individuos, cada uno tenemos nuestra forma de percibir la vida, nuestras opiniones, sentimientos diferentes, nuestras aspiraciones y deseos, íntimos y personales. 

Tener la capacidad de revelar, localizar de forma natural qué es lo que sienten los demás, entender las emociones del otro, las opiniones, los estados de ánimo del otro, es una habilidad que más allá de que es una capacidad humana, no deja de ser un talento asombroso, casi mágico que exige unas facultades importantes. ¿Cuántas veces en la vida, en nuestra vida, hacemos daño y causamos sufrimiento por una simple palabra, por un gesto, por un mal entendimiento de qué es lo que se espera de nosotros? ¿Cuántas veces nos hemos sentido mal, frustrados, engañados, dolidos porque no hemos llegado a comprender singularmente las intenciones de los demás? Es difícil, muy difícil.

En nuestra sociedad y particularmente en nuestras culturas tan desarrolladas, tan multitudinarias y tan enfocadas a las relaciones no es frecuente −y en general así ha sido en la historia− que se expresen de forma verbal las emociones, es más, incluso se considera razonable y educado el callarnos, el no manifestar verbalmente nuestros sentimientos, sobre todo los desagradables, los que son negativos. Desgraciadamente, esto no ocurre solamente con las personas con las que no tenemos un cierto grado de intimidad o confianza y se puede asegurar que esa escasa disposición a expresar las emociones se agudiza con el entorno más próximo ¿Por qué? ¿Timidez? ¿Desconfianza? ¿Vergüenza? Al hablar de lo que sentimos dejamos al descubierto nuestros miedos y necesidades, nuestros deseos y nuestras esperanzas.

Si no nos abrimos ante potenciales desconocidos a personas con pocos vínculos es, especialmente porque nos sentimos vulnerables, pensamos que si le contamos esas “intimidades” les estamos regalando la llave del tesoro de nuestro ser. Preferimos ser discretos, no mostrar afectación u ocultarla para no dar “pistas” sobre lo que somos y queremos ser en realidad. También ocurre que no nos gusta que nos cuenten o se nos abran los demás, creemos que no es propio, pensamos que ni nos interesa, ni nos conviene. Realmente somos muy cotillas de los actos de los demás y absolutamente distantes en lo que piensan o sienten. Esa dificultad en la expresión de las emociones, como ya hemos dicho, también se da en el entorno más cercano: nos cuesta decir cosas que pensamos a nuestros seres queridos −hablo de emociones, sentimientos… no se trata de ser un deslenguado imprudente−.

Esa incapacidad para ponernos en el lugar del otro y verbalizar nuestras emociones es un déficit que con el devenir de nuestros días se puede transformar en algo patológico: aislamiento. No físico, pero sí emocional. Dejamos de ser unos animales sociales como decía Aronson y aunque se sabe que los mensajes emocionales son transmitidos en un 90% de manera no verbal, necesitamos no solo del contacto, no solo del gesto, tenemos el componente verbal imprescindible para una relación sana con nuestros congéneres. Tener empatía nos emplaza a ser capaz de reconocer tus señales y actuar en función de ellas. Tener empatía es tener la sensibilidad para con los demás, pero también para con uno mismo. No es desahogo, es vivir en sociedad. Empatía no es compasión, es hacerse cargo de los estados mentales del otro y no hay mejor manera que verbalizarlo. Watzlawick dijo que todo comunica: un gesto, una caricia, una mirada… el silencio. Pero también dijo que si todo eso viene acompañado de las palabras seremos más felices. 

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