Verde, blanca y verde

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01 de marzo de 2016 a las 23:22h

Nunca supe contestar a una de esas cuestiones que cuando cuentas pocos años te afloran de modo inconsciente. Nunca encontré una respuesta certera de porqué las lágrimas asomaban a la inocencia de una mirada limpia y sin las decrepitudes emocionales que afloran con el tiempo, cada vez que el himno de Andalucía sonaba transparente en los altavoces de mi colegio, como cada 28 de febrero.

Nunca entendí que más que una simple reacción fisológica se trataba de una emoción, un sentimiento, una herida… Las que destilaba cada nota y cada verso de Blas Infante por una Andalucía que pedía “paz y esperanza” no para sí misma sino para “España y la humanidad”… Esas sinergias inclusivas que en estos tiempos se salen de tono para exigir fronteras, muros y torpes barreras.

El sentimiento nacionalista andaluz nunca cuajó en una tierra que se mostró orgullosa de construir puentes, tender manos y ensanchar horizontes. Al sur del sur nunca se ha perdido el norte por elevar paraísos solubles que conducen a la nada. Andalucía siempre ha sido casa de emigrantes y de inmigrantes, de pobres y ricos, de olvidados y renombrados, de gente honrosa y de alma honrada.

Sin sacrificios de clases el andaluz, la andaluza, ha acogido a quienes en otras latitudes fueron expulsados. La etnia gitana por ejemplo ha encontrado en esta campiña un asiento absoluto que los siglos le denegaron, abrazados por el calor y la luz que deslumbran al mundo, aunque para nuestros adentros nos pensemos que la deriva se ha instalado entre nosotros de forma permanente y le haga ascos con sombras cadavéricas.

Aquella canción centenaria a los campesinos andaluces que pedían “tierra y libertad” quizás no se encuentre en el Spotify pero sigue estando tan vigente que da miedo. Décadas después de luchas intestinas y tribales, de armas y de sangre, de independencias fallidas y baldías se presenta más contemporánea que nunca. Mi bandera es la verde, blanca y verde… ahora y siempre.