El comienzo del verano es subirse a un tren. Una época eterna en la que la intensidad de los deseos es infinita y la fantasía de ya nunca volver de ella es la más ansiada. Luego pasarán cosas, pasarán personas, pasarán lluvias y riadas, y los termómetros de cuarenta. Sin embargo, habrá lugar para que pequeños sueños se hagan realidad: el primero, el del asueto, para el que tenga la suerte.
Se llenarán los tranvías de Lisboa; las fuentes, de pies, en tantas grandes ciudades; los charcos de monedas, como si fueran las aldabas de las puertas del paraíso, y que no dejan de ser las del baptisterio de Florencia. Se llenarán las tabernas típicas lugareñas a reventar, a las que ya no vamos los lugareños, porque los vacacionistas las tomaron al asalto y no las sueltan.
Pasó la noche de san Juan y quemamos lo que pudimos para sacudirnos tanto malajismo: no hay tanto malaje, pero se está poniendo peligrosamente de moda. Desempolvamos los deseos que todo el año vivían escondidos entre las hojas de la hipoteca o del contrato de alquiler. Recién empieza el veraneo y ya nos sobra la lluvia; que brille el sol, de sol y sol, que la lluvia no sea tan brava, que el sol broncee y no achicharre. Que la calita escondida, que publiqué en el Instagram, porque, a ver, yo la descubrí para el mundo, la miren y no la toquen, y cuando vaya por la mañana esté vacía solo pa’ mí. Empezó el veraneo y ya quedó claro que vivimos entre ser los únicos y ser uno más, borrado en la muchedumbre que va, toda, adonde hay que ir, al lado correcto de la playa; al bar de moda, no al equivocado.
Recién empezó el turisteo y ya saltaron los influenciadores, más bien metetes, a decirle al mundo…, pamplinas. No sabía yo que la gente de Cadi tuviera deseos muy diferentes sobre el espacio y el respeto a la esfera privada en la playa, a los de la gente de Gijón, excepto en lo tocante al tamaño de algunas playas. Hay quien piensa que en Cadi solo está La Caleta, o la de Santa María, y la playa de Cortadura no les sale en los catálogos, ni los bloques…, pero no voy a dar ideas.
El verano se fue volviendo un poco una pesadilla por el calor y por las avalanchas de un gentío que, cuando ha pasado, ha dejado el suelo sin hierba. Este año, por cierto, habrá una novedad y atentos. Que nadie se extrañe ver a masas de gente sacándole fotos al suelo, a las tapas de las alcantarillas, a las rejillas, a los sumideros. Que nadie se extrañe si empiezan a verse manchas de colores en las baldosas de los paseos o en las mismas alcantarillas, porque ya se publicó en Instagram la última magnífica idea. Te vas con un rodillo de impresor, extiendes el color por el suelo, luego le pones una remera encima y tienes la camiseta impresa con el motivo más original del mundo. No sé adónde vamos a llegar con este deseo de que no quede ni un solo secreto para la Humanidad, pero ya anunció Byung-Chul Han, hace tiempo, La agonía del Eros. Por el tiempo que pasó ya se habrá muerto.
El verano, a pesar de todo, es la matria de los sueños inalcanzables y somos quienes somos, seguramente, por lo que hacemos en nuestros veranos y en nuestros veraneos.



