Verano del 21 (y V)

Llegué con un “bienvenido a tu tierra” y me voy con el conflicto de la turistificación, la moratoria de los pisos turísticos y la percepción de un Cadi petao

Verano del 21 (y V)
Verano del 21 (y V)

Bajo los escalones afilados como cuchillas por el pisar del tiempo, amenazando al talón de Aquiles. Desciendo hasta la casa puerta y salgo a un siglo XXI, con muchos rasgos de siglo XIX a medio resolver todavía. La torre mirador, del XVIII, adquirida por Rafael Fernández, comerciante, a principios del XX. La torre y la finca sobre la que se alza. Se le ve satisfecho y con un canotier en el retrato que le hizo Ramón Muñoz. Mira con unos gemelos, yo creo que hacia la Torre Tavira. Bigote a la moda, traje oscuro, cuello y puños blancos. La funda de los gemelos descansa sobre el poyete de la terraza. La Bella, escondida; la catedral, el jarrón caro de un retrato de la época.

Desciendo José del Toro, doblo por Columela y me meto por Rosario. Dos japonesas, o chinas, siguen las indicaciones de google maps y se meten hasta el cañón de la calle san Andrés; partidas de risa, se dan la vuelta. El Café de Levante es la versión más actual, para una generación, de la esquina de Los Italianos, el cruce con la calle Ancha donde todo Cadi se encuentra por casualidad. De allí me voy a Cánovas, a tomar café a casa de un amigo; luego a Cervantes, a contemplar unas gambas y admirar unas caballas con døs amigøs. Después del Jaleo Power, de fondo la catedral, Casino Gaditano, Paseo Marítimo, Bahía de Cadi. Las dunas de Cortadura, con sus lirios, nos dan el hasta luego.

Llegué con un “bienvenido a tu tierra” y me voy con el conflicto de la turistificación, la moratoria de los pisos turísticos y la percepción de un Cadi petao, después de un Cadi vacío por la pandemia, con aforos limitados. La metáfora de la turistificación, vivida ya en otras ciudades, son los edificios vaciados de los que se dejan las fachadas para una ciudad trampantojo, parque temático donde los vecinos son unos seres todavía necesarios pero molestos, sobre todo los pobres.

Ya en Madrid, entablo conversación con unos jóvenes que están sentados en el suelo, en corro y a la sombra. Me dicen que se sientan así para estar todos juntos, para poderse mirar cuando se hablan, y no hablarse a la espalda, y porque en el banco da muy fuerte el sol. Es jueves y se nota que es víspera de fin de semana; la terraza de una cervecería cercana está abarrotada de gente.

La vuelta no parece una despedida sino una parte más del viaje, que se inicia dos días antes de partir. La noche ya se notó fresca en Cadi mientras escuchaba a Joaquinito Alegrías, a Alejandro Silva, a Raúl Vicenti y a Leo Power. En Ávila no vale el lino; hace falta una chaqueta. El bar está cerrado. A las calles del pueblo les ha llegado el otoño. Compramos las últimas alpargatas de cáñamo. Cae una lluvia corta y ligera. En el andén de la estación se habla de setas. A las ocho sale el sol y nuestro tren.

Huelga de trenes. Elecciones municipales. Elecciones federales. Los Verdes han perdido. Los negros están derrotados. Lo coloraos parece que ganarán. Los rojazos se las prometen ministeriales. Los amarillos, veremos. Los azules caerán. Sin embargo, todo puede pasar. En Alemania se anticipó el otoño y ha vuelto el verano con su genio de vivir. También ha vuelto la pandemia. El clima va de mal en peor.

Pasa el verano, pasa el entusiasmo de la luz del sol, pasan el calor y los cristales de sal sobre la piel de los que pudimos bañarnos en el mar. La luz del enchufe sigue subiendo y a partir de ahora se va a arrugar la piel de muchas personas por el frío del otoño y del invierno. Todo el mundo esperando a que pase algo, un maná que caiga del cielo como una especie de justicia poética que arregle la vida. Unøs con miedo a la libertad de veras, abrazados al orden y al escapulario contra la libertad y predicando no se sabe qué libertad; otros escribiendo los derechos con minúsculas, o solo con mayúscula inicial entre papel de fumar; en el medio, las variantes. Mi mayor escándalo durante este verano  han sido la televisión y un hidalguismo hispano decimonónico y cateto. Lo que en el XIX fue presentado como pintoresco, por viajeros extranjeros, ya no tiene gracia, si la tuvo alguna vez. No tengo caballo, no soy caballero: ni sin retintín ni con él.

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