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No podemos consentir que tengamos que elegir entre el paro, la precariedad o el exilio. De la crisis solo han salido quienes nunca entraron en ella.

Es agosto y es mes inhábil en los ayuntamientos, parlamentos autonómicos y en el Congreso. La prensa sensacionalista española tiene que rebuscar para seguir echando mierda sobre los intentos de la gente para construir un país más justo. La máquina del fango no descansa, funciona los 365 días del año. Enciendes la televisión y solo aparecen un grupo de chavales antisistemas que pintan autobuses turísticos, trabajadores muy privilegiados que se ponen en huelga porque son muy radicales y cómo no, el martilleante tema de los últimos 3 años (el mismo tiempo de vida que tiene Podemos, curioso, ¿eh?), Venezuela. Esto sí que es un clásico y no el Barça-Madrid.

La polémica desatada por la organización juvenil de la izquierda independentista catalana, Arran, ha monopolizado la actualidad. Que no, que nadie está en contra de que turistas de todo el planeta vengan a visitarnos. Que no, que no queremos acabar con los puestos de trabajo que genera el turismo. Que no es eso. Es estar en contra de un modelo productivo basado en el turismo barato de sol, playa y chiringuito, que condena a nuestras ciudades a tener que amoldarse a la llegada masiva de turistas mientras desprecia a los vecinos que viven en sus barrios más visitados. Es estar en contra de unas condiciones laborales pésimas que sufre, principalmente, el sector de la hostelería, donde camareros sirven tapas y cervezas a destajo o camareras de piso limpian habitaciones de hoteles por 2 euros la hora. Es estar en contra de que el inmenso beneficio que genera el turismo se lo queden unos poquitos empresarios muy poderosos.

Hace cuatro días, en Rota, 60 trabajadores del servicio de recogida de basura iniciaron una huelga. No piden ya que no se les baje el sueldo, exigen que se les aumente, además de otras mejoras de las condiciones laborales, como bonificaciones a los trabajadores que más años llevan trabajando o una reducción de la jornada laboral. Ayer se desconvocó la huelga porque parece ser que trabajadores y la empresa han llegado a un acuerdo. ¿La empresa? FCC, que está devorando nuestros municipios controlando servicios que deberían ser públicos. Una de las tareas fundamentales de los ayuntamientos del cambio es la remunicipalización de servicios públicos. No podemos consentir que las empresas que cotizan en el IBEX 35 sean las que limpien nuestras calles o las que suministren el agua a nuestras casas.

En el aeropuerto de El Prat de Barcelona los trabajadores de Eulen, empresa que se encarga de velar por los pasajeros en los arcos de seguridad, también están en huelga. La mayoría de los 350 trabajadores cobra entre 900 y 1100 euros. Privilegiados, dirán algunos. Reclamaban inicialmente un aumento de 350 euros al mes en 15 pagas, pero Eulen solo les ofrece 200 euros en 12 pagas. La asamblea de trabajadores ha votado mayoritariamente (174 votos frente a 2) el rechazo a la propuesta y continuar con el paro. Luego hay algún político supuestamente de izquierdas que dice que esta huelga es una maniobra para torpedear el procés soberanista de Cataluña. Ya, claro. Seguro que es por eso.

¿Y los medios de comunicación qué hacen con todo esto? Pues decir que hay gente que incluso no tiene trabajo y que deberían dejar de protestar, que suficiente que están trabajando. También le ponen un micrófono a personas afectadas por las huelgas, y todo son quejas, que deberían protestar pero de otra forma, sin molestar a las demás personas. ¿Cómo quieren ustedes que sea una huelga? ¿Sin entorpecer el funcionamiento normal de la vida cotidiana? Una huelga no es agradable para nadie. Ni para el dueño de la empresa, ni para los usuarios del servicio que se ofrece ni para los trabajadores, que no cobran los días de huelga. A nadie le gusta perder dinero por hacer huelga, ni pasear por aceras llenas de basura, ni esperar horas en una cola inmensa de personas en un aeropuerto. Pero solamente así se consiguen mejoras de las condiciones laborales en unos tiempos donde lapidan cualquier derecho conquistado si no lo defendemos con uñas y dientes.

No podemos consentir que tengamos que elegir entre el paro, la precariedad o el exilio. Lo peor de la crisis es que la gente se acostumbre a vivir con menos derechos que sus padres. De la crisis solo han salido quienes nunca entraron en ella. Basta ya de criminalizar las protestas de la clase trabajadora. Es la hora de salir a la ofensiva, no pidiendo, sino exigiendo. Exigiendo recuperar todo lo que nos han quitado durante los años de crisis y para seguir avanzando en la conquista de derechos. Más huelgas, por favor.

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