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Ramón González de la Peña - arquitecto

Ea nanita, nana, nanita ea duérmete lucerito, bendito seas Pimpollo de canela lirio en capullo duérmete sin recelo  mientras te arrullo Villancico popular.
Arrullada por la música de la vieja nana de antaño, la ciudad despertaba a una nueva Navidad. Atrás habían quedado los años de la crisis, aquel fantasma que golpeó el sur de Europa y que desmontó en favor de unos pocos el estado del bienestar del que disfrutaban la mayoría de griegos, italianos, portugueses, irlandeses y españoles, lo que se dio en llamar, peyorativamente, PIIGS (cerdos).
Ahora la “ciudad de las bodegas” había recuperado su pasado esplendor aunque ya no sólo era conocida por sus famosos vinos. Se habían recuperado también los cultivos tradicionales, la viña en primer lugar, mirada ahora de forma diferente, otras variedades, otros procesos. Modernizado el territorio agrícola, Jerez había vuelto a liderar los mercados de producción agroalimentaria. También el flamenco había logrado alcanzar la consideración que le correspondía y la ciudad se llenaba de visitantes en busca de presenciar aquellos maravillosos espectáculos que se sucedían en las peñas, en las academias, en el Parque del Flamenco, finalmente construido en lugar de lo que muchos años atrás se llamó La ciudad del Flamenco. Reinó la cordura y la inversión millonaria se realizó en la totalidad del centro histórico (pues esa es la verdadera ciudad del flamenco) del que se recuperaron muchos antiguos palacios en ruinas para ubicar en ellos usos relacionados con el flamenco. Se instalaron en otros algunas nuevas facultades y escuelas técnicas de estudios superiores relacionadas tanto con el flamenco como con algunas de las otras potencialidades que la ciudad había ido adquiriendo: enología, viticultura, etnografía, ambientales..., llenando de vida el centro de la ciudad.
La recuperación trajo nuevos habitantes al centro, en el que había sido restituida su pasada funcionalidad comercial y artesanal. Hubo que crear nuevos espacios para guarderías, pues los jóvenes habían tomado virtualmente muchos de sus barrios. A esto contribuyó la definitiva peatonalización de la ciudad. Siendo como era, una ciudad sustancialmente plana, la bicicleta se convirtió en el vehículo más usado, por lo que hubieron de reconvertirse algunos de los estacionamientos subterráneos en garajes para bicicletas, algo que a principios del siglo parecía inconcebible. Se acabaron el aire contaminado y los ruidos de motos y coches, en parte por la sustitución de los antiguos pavimentos de adoquines y bolos, que hacían intransitables las calles para ancianos, cochecitos de bebés o discapacitados, por mencionar a los que más dificultad encontraban.
Blanca Navidad en Colorado (fragmento) Fotografía de Pepe Daroca.

Con el nuevo crecimiento económico habían resurgido los espacios culturales, museos, teatros y cines. En algunos barrios se instalaron progresivamente artistas plásticos que implementaron una red de galerías de arte, que a su vez generó nuevos espacios de negocio e inversión. No muy lejos de la ciudad histórica se crearon nuevos barrios residenciales a partir de una nueva política de densificación de la ciudad, que buscaba la compacidad, el ahorro de los recursos naturales, la sostenibilidad del espacio urbano. También éste, el espacio de todos,  gracias a las políticas educativas, se presentaba ahora cuidado y respetado por todos.
Aquel año ya emergían algunas de las torres de modernos apartamentos donde se combinaba la residencia con el trabajo, casi todos ocupados por profesionales que habían conseguido volver a la ciudad después de tantos años de trabajo forzado en el extranjero. Es cierto que volvían cargados de vivencias inolvidables, con las mentes enriquecidas por la experiencia, pero también con los corazones helados por los años empleados en la distancia. Los viejos barrios del boom que precedió a la gran crisis se empezaban así mismo a reconvertir en lugares coordinados e integrados en la ciudad, olvidando esa antigua consideración de barrios de “acosados”. Con la salida de la crisis los equipamientos públicos recuperaron las prestaciones, los hospitales mejoraron sus dotaciones y eliminaron las listas de espera, los colegios volvieron a poder atender debidamente a los alumnos, los servicios urbanos fueron perfeccionados, las necesidades sociales fueron poco a poco satisfechas.
Aún así, como era sabido desde antiguo, las personas siguieron siendo alegres o tristes, bondadosas o no, encontraron el amor o el desamor, sintieron el dolor de la enfermedad o la felicidad que un amanecer claro y frío les podía proporcionar. Es decir, la vida continuaba como siempre, maravillosa e implacable. Ese día, una vez descansados, repuestos de la nochebuena anterior de excesos y villancicos por bulerías, los jerezanos saldrían a la calle y al cruzarse con sus vecinos repetirían un año más, una vez más: Me alegro de verte, ¡feliz Navidad, feliz Navidad!
Más en el blog Ojalá estuvieras aquí
 

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