La tragedia de no creer en los bienes públicos. El homus cero

La existencia de bienes público como espacios libres de los juegos de suma cero es fundamental para la democracia y el bienestar social

Una persona cogiendo una papeleta durante una jornada electoral. FOTO: MANU GARCÍA
Una persona cogiendo una papeleta durante una jornada electoral. FOTO: MANU GARCÍA

Un bien público, según la definición que da Ostrom, es aquel tipo de bien cuyo uso y disfrute individual no comporta menoscabo alguno para el uso   y disfrute colectivo. Los bienes públicos son lo contrario de los juegos de suma cero, donde las ganancias de uno van siempre en detrimento de las ganancias del resto. Ejemplos de bienes públicos son la salud ambiental, la calidad del aire o los derechos fundamentales. El disfrute del derecho al voto individual no deteriora el uso y disfrute del sufragio universal. La inmunidad individual no daña a la inmunidad colectiva sino que la refuerza. El matrimonio gay no lesiona el derecho al matrimonio sino que lo amplia. Los derechos de los animales no dañan a los derechos  humanos. 

La existencia de bienes público como espacios libres de los juegos de suma cero es fundamental para la democracia y el bienestar social. En realidad los bienes públicos son los herederos de los bienes comunales de antaño. Sin un mínimo básico de espacios de cooperación la reproducción social seria inviable. La extensión de los bienes públicos han sido la base social y jurídica del Welfare State. De hecho, los bienes públicos han sido tan importantes en la distribución de la renta como los aumentos  salariales. El incremento de la igualdad en el uso y disfrute de bienes públicos no daña a nadie y beneficia a todos, genera un renta estructural que dota de confianza  y cohesión social a la ciudadanía.     

En un reciente estudio sociológico, investigadores norteamericanos ha detectado un percepción persistente entre los grupos que se auto consideran  privilegiados de rechazo al incrementó de la igualdad, por ser ésta percibida como una amenaza al estatus de estos grupos. En el estudio titulado  “Si tu subes, yo bajo“ se denota una profunda brecha en la confianza  ciudadana. Hay que aclarar que los grupos estudiados no son ni ricos, ni elites sino grupos sociales que mantienen algún tipo de distinción que les hace auto percibirse como privilegiados en relación a otros grupos sociales: hombre/mujer, hetero/homo, blanco/negro, nacional/emigrante, legal/ilegal, empleado/parado. Con estos criterios de selección prácticamente la totalidad de la ciudadanía entra en alguna categoría de privilegio y distinción.  

En la investigación sobresalen tres notas relevantes  

  1. La sensación de miedo y de rechazo es bastante transversal política e ideológicamente. La ideología y las conductas políticas no son un factor relevante en el rechazo a la igualdad y el miedo a la misma. Hay un consenso entrecruzado sobre el antagonismo social. Todos y todas tienen algún tipo social antagonista del que recelan. Todos están de acuerdo en que nadie está de acuerdo. El antagonismo se prefigura como el único punto de encuentro colectivo. Las reacciones y estrategias de los grupos ante este consenso antagonista alimenta aún más el crecimiento de la desconfianza mutua y del antagonismo.   
  2. El divorcio entre percepción grupal y datos. Aunque se les demuestre a los grupos privilegiados con datos objetivos que la igualdad no solo no les perjudica sino que les beneficia, las conductas de rechazo  y la percepción de riesgo  no se modifican. 

Esta transversalidad axiológica y esta rigidez cognitiva son coherentes con fenómenos sociales actuales como la polarización ideológica o el negacionismo anticientífico. Ni los hechos, ni las ideas son relevantes; solo las creencias emotivamente cargadas por el miedo y el alivio. El estudio demuestra empíricamente que las sociedades occidentales, más aún la norteamericana, viven actualmente en una permanente guerra civil  individualizada, una especie de “estado de naturaleza” hobbesiano, donde cada individuo es un antagonista para el otro. La derecha azuza el miedo, la izquierda las diferencias. De esta forma un neofeudalismo individualista aparece en escena pero ambas estrategias, conservadoras o progresistas,  más que estrategias  de respuestas son de movimientos de  confirmación de  esta guerra civil molecular.   

Lo que no aventuran los investigadores es la etiología del problema ¿De dónde proviene esta guerra? Analizando el devenir neoliberal parece claro y evidente: la destrucción de cualquier espacio público de cooperación, la interiorización como juego social dominante de los juegos de suma cero, la destrucción neoliberal de los bienes públicos. A esta destrucción ha contribuido tanto la derecha como la izquierda no dejando fuera de la lucha  de clases más entrópica ningún escenario social. Marx ya hablo de esta versión entrópica de la lucha de clases que garantizaba la aniquilación mutua y no la superación del capitalismo. La derecha ha considerado siempre que los bienes públicos son un refugio para la vagancia y la ineficiencia  y la izquierda un cuento para bobos cándidos. 

La aniquilación material de los territorios de los bienes públicos, vía privatizaciones y monetarizacion, ha generado una falta de práctica y memoria cooperativa donde todos ganan y nadie pierde. El programa de la izquierda debe incluir como prioridad absoluta la recreación conceptual y practica de los bienes públicos. Si solo existe prácticas sociales de suma cero va construyéndose una individualidad antagonista vacía: el homus económicos ha derivado en homus cero.

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