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Hace ya unos cuantos años el sociólogo Zygmunt Bauman publicó una obra en la que reflexionaba sobre el fin de la llamada posmodernidad, al tiempo que bautizaba la nueva etapa en la que estamos viviendo las sociedades opulentas como Modernidad Líquida.  Se trata de un concepto que resulta muy útil para explicar y explicarnos tantas cosas; para intentar comprender cómo ha cambiado nuestra sociedad en las últimas décadas. Precisamente hace unos días un grupo de amigos estuvimos comentando uno de los libros de Antonio Muñoz Molina: Todo lo que era sólido y fue inevitable hacer referencia a Bauman y a uno de sus trabajos para mí más sugestivos: El amor líquido.

Para ilustrar la idea de liquidez, frente a solidez, me serví de uno de los vasos de cerveza que teníamos encima de la mesa y lo meneé suavemente, suficiente para que el líquido se balanceara y diera sensación de inestabilidad. Por el contrario, tomé uno de los platos, ya vacíos, que aún permanecían en la mesa y mostré el contraste. Una metáfora perfecta para poder explicar la fluidez y la inestabilidad de nuestro mundo, y por ende, de las relaciones amorosas.

Ya resulta muy raro encontrar personas que sólo hayan vivido una relación y mucho menos que cumplan las bodas de plata sin haber cambiado de pareja. Incluso me atrevo a decir que resultan sospechosas de mantener la situación por comodidad o por cualquier otro interés quién sabe de qué naturaleza. Naturalmente que las habrá, y que las generaciones educadas en la posguerra han sufrido todo tipo de presiones (ideológicas, religiosas, familiares) para “aguantar” situaciones que ahora pocos estaríamos dispuestos a mantener. Pero no toda relación duradera lo es por esa razón. Dice Octavio Paz que "el amor, cualquier amor, está hecho de tiempo". Pero claro, él se está refiriendo al amor sólido. La vida en común y el compromiso, puedo asegurar, que implican tener que transitar por un camino que no es de rosas precisamente. Los amores que se dilatan en el tiempo son experiencias muy complejas, con altos y bajos; más parecidas a lo que sería un amor romántico que se nutre tanto de la exaltación y la fogosidad, como de los días grises, llenos de dudas, miedos y sufrimiento. Pero si algo caracteriza a estas relaciones, es el compromiso y la voluntad de permanencia. Nadie en su sano juicio y con una mínima madurez puede esperar que “el otro” colme todos sus anhelos, que sea un ser perfecto, vaya, que el camino de la vida en común no nos sorprenda en algún momento con tramos llenos de baches, que tengamos que sortear con cierto esfuerzo.

Es casi inevitable que en una sociedad consumista, individualista y narcisista, el amor se haya convertido, como tantas cosas, en un producto consumible. Como cualquier objeto más o menos deseable, se toma y se usa, mientras satisfaga nuestras aspiraciones de felicidad light y caprichosa. Nos tiene que proporcionar disfrute y no molestar demasiado. El amor líquido se concibe como un flechazo, como un quedarse prendado de alguien con quien se vive una fugaz e ilusoria historia. Y digo ilusoria porque el enamoramiento tiene mucho de eso; de dejarse engañar por lo aparente, por lo que el otro o la otra quieren mostrar sobre sí mismos. Muchos hablan de química, y claro, esta etapa del amor tiene un periodo de caducidad muy limitado, porque, quieras o no, la verdad se desvela y un día, cuando menos te lo esperas, abres los ojos y no acabas de creerte que aquel ser maravilloso y lleno de luz, sea esta persona tan humanamente imperfecta y con tantas sombras. Es en ese momento cuando las relaciones amorosas se enfrentan a una crisis porque ha llegado la hora de la verdad.

La lógica del consumo ha calado hasta tal punto en nuestra vida, que ha llegado a las relaciones. Siempre está ahí la posibilidad de ser desechado porque el mercado ofrece algo más atractivo, más deseable. Como una prenda de ropa, o un bolso de moda. Aunque los jóvenes dicen necesitar seguridad, ya no se busca tanto algo duradero, porque preferimos cambiar cada temporada el armario. Incluso Ikea representa esta tendencia. Ya no queremos mobiliario que dé a nuestra casa una sensación de solidez y estabilidad, sino objetos más bien livianos que puedan ser sustituidos cuando nos sintamos incómodos, o cuando requieran algún arreglo. La pasión y el deseo son emociones lábiles, que nos empujan a llenar ese gran vacío, que nos hacen ir siempre en busca de lo novedoso, y nos convierten en seres insatisfechos.

Muchas veces, la resistencia al compromiso no es más que la sensación de que ahí, en el mundo hay otras oportunidades tal vez mejores y que nos vamos a perder si iniciamos una relación con vocación de permanencia. La renuncia cuesta... Y claro está, también está presente el temor a ser desechados. Y es que el amor líquido está hecho de novedad. Usar y tirar, como los muebles o la ropa de moda. Así describen los sociólogos el amor líquido: como un tipo de relaciones de bolsillo, breves y agradables, que ante cualquier dificultad que implique esfuerzo, dolor o sufrimiento, saltan por los aires.

Sospecho que para nuestra generación, la mía, me refiero, que creía en la durabilidad de las cosas, en la estabilidad y en el amor eterno, no entendemos la banalización que se ha producido en las relaciones amorosas. Hemos pasado de la represión y el sexo imposible a su casi sacralización. No se entiende una relación en la que ese ingrediente no sea la principal motivación. De ahí que, a falta de una persona más o menos estable con la que compartir la intimidad, la gente se busque alternativas. ¿Qué son si no los “amigovios”, “follaamigos”, el “poliamor” y demás términos que corren por ahí para nombrar a las relaciones sin intención de compromiso y sin implicación emocional?

Joseba  Achotegui, un psiquiatra observador de las nuevas patologías sociales, nos advierte sobre el incremento del uso de la prostitución en los jóvenes, y se pregunta cómo es posible que esto ocurra en una sociedad sexualmente libre. Y dice: “Pero, ¿para qué estar pendiente de la relación con la otra persona, siempre compleja, para buscar el momento en el que tener relaciones sexuales? ¿Por qué tener que esperar?  Uf, eso es muy pesado. Se paga y punto. Lo quiero ahora y punto”

El psiquiatra habla de una patología social que se manifiesta como una falta de compromiso, de sentido del deber y de culpa. Llámese de una forma u otra, los expertos en sociología y en relaciones humanas, nos advierten que aquellas relaciones que duraban toda la vida, están en proceso de desaparición o al menos se están sustituyendo por amores líquidos, relaciones fugaces, menos comprometidas, más frágiles. Quizás no se pueda hablar todavía de la muerte del amor romántico y eterno, pero las relaciones afectivas del futuro se parecen mucho a las que viven las protagonistas de esas series de éxito de la tele, como Sexo en Nueva York.

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