El centro de Jerez, en una imagen desde las alturas.
El centro de Jerez, en una imagen desde las alturas. MANU GARCÍA

No he viajado mucho, pero he podido vivir las tardes-noches en Londres y Liverpool. Ahora no dejo de pensar sobre todo en esta última, pero no por sus monumentos ni por las ruinas de lo que fue la cuna de los Beatles, sino por el peculiar horario inglés y los hábitos que conlleva.

Sobre todo, recuerdo ir por la calle desesperado sobre las 19:30 buscando cualquier sitio abierto en el que poder comprar una cena hecha. Un día casi me quedo sin cenar por apurar hasta las 20:00. Cosas de turista, consecuencia de quemar tiempo viendo cosas. De otra forma, con todos los comercios cerrados a las 17:30, no te queda otra que ir a cenar a las 18:00 de la tarde.

Recuerdo perderme por las calles de Londres con un amigo por la cabezonería de querer volver al hotel sin usar el mapa, y que a las nueve de la noche no hubiera ni un alma en la calle. ¿Y la gente de fiesta? Hasta para eso estaba el horario trastocado. En Liverpool creo que conté hasta siete despedidas de soltero a las cinco de la tarde.

Ahora estoy reviviendo el mismo horario sin necesidad de tener que irme a 1.000 kilómetros de mi casa. No me termino de adaptar, pero parece que bastante gente lo controla ya a la perfección. Así, por ejemplo, es como a las 17:55 con el clásico tono de recepción te echan de cualquier tienda. A la vez, termina la nueva hora del té española, cuando te echan de las terrazas. Aunque quién dice té dice un copazo (esto último sería un chiste malo estilo inglés, un juego de palabras con cup).

Entonces es cuando de la misma forma que te encontrabas una despedida de soltero a las seis, puedes ver algún grupo de chavalas en Plateros con tacones de diez centímetros recién expulsadas del bar, que parecieran salir de una discoteca al amanecer. De la misma forma que está el centro repleto a media tarde, dos horas después ni Cristo está en la calle. Como mucho, te encuentras algún feligrés saliendo de una iglesia incomprensiblemente abierta.

Sin duda, hemos abrazado de pleno el más puro estilo de vida inglés, y se mantendrá hasta que las restricciones sean más duras. Ciertamente, no me sorprende. Se veía de lejos que cada vez nos parecemos más a ellos. Cada vez comemos peor. Cada vez hay más gente que utiliza el carril izquierdo sin necesidad de ello, incluso quien adelanta por la derecha. También hay quienes llevan ahora la bandera hasta en los calzoncillos, en una fiebre monárquica por la que no pueden parar de exclamar viva (Dios salve) el (la) rey (reina).

Desgraciadamente, también hemos adoptado todo lo malo, a veces en contra de nuestra voluntad. Así es como tristemente, durante estas navidades, en más de una casa se va a escuchar eso de: “Cariño, este año no van a venir los reyes”. Otras veces, lo hacemos inconscientemente. De esta forma, a casi nadie le importa que en una excolonia tuya se estén cosiendo a tiros cruel e injustamente. El más puro estilo británico.

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