La testosterona no tiene la culpa

La violencia no está en nuestro cuerpo, ni en la química que lo compone, está en nuestras mentes, en la forma en la que nos enseñaron a pensar

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

La testosterona no tiene la culpa, un artículo de Juan Miguel Garrido Peña.
La testosterona no tiene la culpa, un artículo de Juan Miguel Garrido Peña.

Nuestra mayor violencia se la imputamos casi siempre los hombres a la naturaleza, a la distinta fisiología, y a la testosterona como principal responsable de nuestra fortaleza, virilidad, y agresividad. Son cuestiones que nos vienen determinadas, decimos.

Pero hay ya muchos estudios que evidencian que estamos antes una mentira, y que, si bien es cierto que esta hormona esta más presente en nosotros que en las mujeres, e influye en características físicas, como la voz, la musculatura, o la virilidad, ello no significa que tengamos que asociarla al hecho de ser más hombre, ni que sea la causante de una mayor agresividad y violencia. Es más, en determinados momentos de nuestras vidas, y como consecuencia del estrés, las enfermedades, o la edad, nuestros niveles de testosterona disminuyen, y no por eso somos menos hombres. De igual modo sucede que no todos los hombres tenemos grandes músculos, la voz grave, o mucho pelo en el pecho. 

A la testosterona se la conoce como la hormona de la masculinidad, pero también como la hormona de la confusión, porque mienten cuando nos dicen que sus manifestaciones físicas son las que determinan la hombría, pues también está presente en las mujeres, e influye en su crecimiento, su piel, e incluso en cuestiones como la menopausia, en la que se produce un descenso de esta, y sin embargo no son por eso menos mujer.

La testosterona no es mas que una de las muchas excusas que los hombres utilizamos para reafirmar la razón que fundamenta nuestra superioridad y poder, y justificar nuestra mayor agresividad y violencia. Un hombre que no es viril, que tiene una voz dulce, o un cuerpo en el que no destaquen los músculos, es un niño, no un hombre capaz de cumplir con el rol protector y proveedor que se nos supone.

Si en la cama no llevamos la iniciativa, si no chillamos, mostramos nuestra ira, damos un puñetazo en la mesa o en la pared, o ponemos a las mujeres “en su sitio”, no somos dignos de ser hombres, nos dicen las reglas del patriarcado. Asociar masculino con hombre es un error, porque lo primero es una construcción social violenta e interesada, y el segundo es un ser humano, tan libre de mostrar su realidad como desee, sin que la cultura ni la naturaleza deban condicionarla.

La violencia no está en nuestro cuerpo, ni en la química que lo compone, está en nuestras mentes, en la forma en la que nos enseñaron a pensar, en esa parte de nuestros cerebros que no controlamos, en lo que nos dijeron desde el momento en el que nacimos y que sin darnos cuenta fuimos almacenando, construyendo el hombre que ahora somos. En la superioridad que nos hicieron creer, en el derecho sobre las mujeres, en nuestra manera de mirar  y entender sus cuerpos, y el mundo, en esa creencia en la naturaleza biológica del reparto las funciones que a cada uno nos dan, y que creemos a pies juntillas. En las zonas grises, en ese lado oculto y desconocido pero que tanto influye en lo que somos. Por esos espacios son por donde tenemos que indagar y buscar si queremos encontrar las causas de nuestra infelicidad.

Llevo algún tiempo trabajándome, intentando averiguar las razones de mis irás, pensamientos sexistas, obsesiones, falta de control de las emociones, culpas, ternuras, afectos, miedos y en definitiva en conocerme y saber mejor quien soy, eso que llamamos deconstrucción, por eso creo que la naturaleza no nos hace más violentos a los hombres, y que sí lo somos es por la forma que tenemos de entendernos, pensar, amar, soñar, mirar, y en definitiva por ese permanente deseo de dominar que siempre nos acompaña.

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