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La verdad es infraestructura evolutiva, es de hecho una especie de  “sistema inmune” cultural contra el colapso

24 de octubre de 2025 a las 18:04h
Un científico en una imagen de archivo.
Un científico en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

Lo de la muerte de la verdad no es tan preocupante, la fábrica de bulos no es un signo tan alarmante, y las alucinaciones de la IA no son lo peor que nos podía pasar ni suponen en absoluto la impugnación global de esas tecnologías para el uso científico o cotidiano. Todo este supuesto optimismo —que no es tal, sino mero realismo descriptivo— se basa en una hipótesis teórica que dice: la conversión de la falsedad en una industria, con su correspondiente mercado asociado, es el signo más incontrovertible —evolutivamente hablando— de que estamos en una era donde la verdad se está democratizando y haciéndose accesible a todos; donde la evidencia es más palmaria que nunca.

Es por esto que la especie se permite el lujo evolutivo de comercializar ese coste de la selección cultural: la verdad, sin la cual cualquier supervivencia sería imposible. Es decir: solo cuando la verdad es evidente podemos traficar con su materia. Nunca la evidencia ha sido más evidente ni el conocimiento colectivo ha alcanzado un nivel tan complejo y elevado. El problema de las fake news es solo político, no ontológico, que sería lo verdaderamente grave.

Decir que la era digital supone una revolución antropológica es una contradicción en los términos: en la evolución no hay revoluciones, sino metamorfosis, y eso es precisamente lo que se está generando en la era digital: una metamorfosis adaptativa que es, por tanto, también una apuesta  política —sea triunfante frente a los reaccionarios. El capital ha hecho lo de siempre: mercantilizarlo todo. Pero por encima de la lógica del capital —siempre tan cortoplacista y ciega— está la inteligencia colectiva de la especie, que confío, y esto es ya otra apuesta política, acabará imponiéndose. De lo contrario llegaría  la extinción progresiva, pero lo que es seguro es que no llegar ese esa revolución antropológicas con que sueñas los reaccionarios.

La naturaleza de rasgo evolutivo constitutivo de la verdad en la selección cultural humana está respaldada por una copiosa literatura científica. Boyd y Richerson muestran que la cooperación masiva entre desconocidos —rasgo clave de nuestra especie— no se explica solo por genética o parentesco, sino por adaptaciones culturales acumuladas: normas, instituciones, tecnologías, repertorios compartidos que funcionan en el mundo real. Estas normas y prácticas se copian porque producen resultados efectivos (coordinación estable, castigo justo, reputación fiable). Ose a se seleccionan culturalmente porque son “verdaderas” en el sentido operativo.

Sin ese saber fiable compartido (“si hacemos X, evitamos el colapso del grupo”), las sociedades humanas no podrían sostener cooperación compleja, y, por tanto, no habrían sobrevivido ni competido con otros grupos: la selección cultural humana favorece información que describe correctamente la realidad social (“quién cumple, quién traiciona”) y la realidad ecológica (“qué técnicas de caza, qué rituales sanitarios evitan enfermedad”). Esa fiabilidad no es decorativa. La evolución humana es bio-cultural. No sobrevivimos solo por genes, sino porque heredamos información socialmente. Esa información funciona como una segunda línea evolutiva sometida a selección.

Esa información cultural que persiste es, en promedio, conocimiento fiable del entorno físico y social. Si no fuera fiable, el grupo que la usa colapsaría frente a otros grupos mejor informados. La cooperación, la organización política y la complejidad institucional humanas dependen de compartir verdades mínimas comunes (quién hace qué, qué es justo, qué es peligroso). Eso hace posible castigo coordinado, reparto de costes, defensa común. Sin ese suelo epistémico común no hay macrocooperación humana estable. Por tanto, la verdad no es solo una categoría filosófica; es un rasgo adaptativo colectivo. Es un requisito evolutivo de supervivencia cultural. Es irremplazable porque ninguna otra cosa (ni mito puro, ni propaganda pura) puede sostener indefinidamente la complejidad tecnológica y política que necesita nuestra especie para no desaparecer. 

Simplificando. La verdad es infraestructura evolutiva, es de hecho una especie de  “sistema inmune” cultural contra el colapso. Podemos comerciar con mentiras solo cuando el andamiaje de verdad común es lo bastante sólido para que esas mentiras no nos maten al instante; pero ese andamiaje en sí es producto de selección cultural durísima y no es sustituible, ya que es condición de supervivencia colectiva.

El uso masivo de la digitalización no puede estar motivado solo por la lógica del mercado. Y cuando digo esto, no expreso un desiderátum ni un deseo político, sino una realidad ontológica evolutiva. Este uso acabará imponiéndose. Los que tratan de frenar estos cambios —los reaccionarios— deberían recordar las tesis de Marx en los Grundrisse, cuando advierte que hay una oposición objetiva entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas. Esa tesis ha sido confirmada continuamente por los hechos y respaldada, además, por otros científicos sociales y naturales. El capital, al reducir un “algo” a mercancía, extrae la esencia de ese algo que ya está muerta, pues realiza una operación de cosificación, disección y separación. Pero esta no es sino una operación ilusoria, que reside en la creencia delirante de que existen esencias separadas: un vano empeño que la lógica de los detritus, bajo la forma entrópica de los desechos, devuelve, como amenaza diabólica, la supervivencia del planeta. La selección cultural, donde imperan los sistemas simbólicos como el humano, no obedece a la violación  de las reglas de la evolución, sino a su confirmación más dramática.

Veamos algunos argumentos auxiliares más como el de la solidez y la extensión de la verificación y el conocimiento riguroso en el mudo digital. Un estudio en Nature encontró que la tasa global de crecimiento de publicaciones científicas es aproximadamente 4.10 % anual, lo que implica una duplicación cada 17.3 años. Para ciencias de la vida se calculó un crecimiento anual promedio de 5.07 % con duplicación cada 14 años; para ciencias físicas y técnicas 5.51 % anual (duplicación cada 12.9 años  Otro análisis reciente indica que entre 2016 y 2022 la cantidad de artículos indexados en bases como Clarivate Analytics/Elsevier (a través de Scopus / Web of Science) creció aproximadamente 47 % en ese período. Por regiones y campos: entre 2010 y 2022. La producción de publicaciones en ciencias de la salud creció más de 250 % en países como China o Irán, mientras que en EE.UU. en ese mismo campo fue 32 % entre 2010 y 2022.

Si consideramos que Internet se empezó a difundir ampliamente en los años 90, estos datos implican que el entorno digital ha acelerado de modo significativo la producción científica. Con un crecimiento del 5 % anual, la producción científica se habría doblado en 14 años en muchas áreas. Si en 2000 hubiese una unidad (por ejemplo, “1 millón de artículos publicados”), al ritmo de 5 % anual en 2024 serían ya 3.2 millones, una triplicación en poco más de dos décadas. El crecimiento de 47 % en solo 6 años (2016-22) indica una aceleración: lo que equivaldría a 6.5 % anual compuesto para alcanzar 1.47 en 6 años.

¡¡Y lo mejor está por llegar¡¡(si no se lo cargan los reaccionarios) El internet del futuro predice una potencia de fuego cognitivo colectivo brutal. Por ejemplo, Web 3.0 eliminará los monopolios de las grandes plataformas (Facebook, Google, Amazon …) al basarse en redes descentralizadas (blockchain, IPFS, Filecoin, ARweave). Esto devuelve a los usuarios la propiedad de su información y evita la concentración del saber y los recursos digitales en pocas manos. La integración del Web Semántico (RDF, OWL) permite que las máquinas comprendan el contenido humano y procesen automáticamente conocimiento, promoviendo la interconexión de saberes científicos y técnicos. El nuevo modelo posibilita la cocreación abierta: los aportes individuales quedan trazables y se reparten los beneficios sin intermediarios. Esto incentiva la colaboración en ciencia, arte o tecnología.

Los autores destacan que Web 3.0 rompe barreras de acceso —propiedad de datos, costos, experiencia limitada—, favoreciendo una igualdad relativa en el mundo virtual. El ecosistema Web 3.0 combina IA, edge computing, metaverso y datos sociales enlazados, creando entornos inmersivos y personalizados de aprendizaje e investigación. El propio artículo afirma que la evolución de la Web refleja un progreso histórico hacia la democratización digital, donde el conocimiento se distribuye y verifica colectivamente. En resumidas cuentas  la Web 3.0 constituye una infraestructura que democratiza la producción, propiedad y acceso al conocimiento, impulsa la colaboración científica y cultural descentralizada, y fortalece la inteligencia colectiva al integrar semántica, IA y blockchain en una red abierta, transparente y autónoma.

Esto no es optimismo tecnocrático, sino realismo  estratégico, que señala dónde están los cuellos de botella que impiden que estas perspectivas empíricamente reales se desarrollen. Por eso hay que aislar a los reaccionarios tipo Trump, Musk o nuestros tontofascistas europeos, y saber que la principal tarea de cualquiera que ame la ciencia,  la verdad y la justicia  es formar frentes populares por la ciencia y la democracia, que son hijas de una misma madre evolutiva. Basta ya de preocuparse por la salud de la verdad y de la ciencia: la clave está en la lucha política, ahí está el verdadero nudo gordiano.

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