El Congreso, durante un debate para prorrogar la alarma.
El Congreso, durante un debate para prorrogar la alarma.

Llega el otoño porque llega la vuelta a la escuela y llegan los problemas del otoño, aunque todavía haya vacaciones y el tiempo sea de verano. Miles de autónomos, desesperados, no saben qué hacer con ellos mismos y con su empleados. Miles de familias se hunden cada vez más en su pobreza y otras miles son arrastradas a ser pobres. La pandemia, como ya sabíamos, vuelve. Algunos hicieron como que no se sabía, a la cabeza los gobiernos autonómicos de Madrid y Andalucía, aunque no hayan sido los únicos que adoraban a la diosa Fortuna. Aquí ya no vale seguir hablando de una Europa protestante y otra católica. Hace tiempo ya que el presidente del Olimpo es don dinero en un mundo muy complejo: ¿había que permitir las vacaciones y los viajes para ofrecer sensación de libertad y que las familias con suficiente dinero fueran y vinieran de viaje, a la playa, y para que el potentísimo sector turístico no se pusiera levantisco?

El resultado está ya ante los ojos: preocupación por la vuelta de los vacacionistas y lo que traigan con su aliento. Tests masivos y un registro digital de los que vuelven, se pide en Alemania ahora. Austria, muy preocupada. España fuera de control, y se prepara un nuevo intento de derribar al Gobierno de coalición, cuando las competencias exclusivas sobre la pandemia las tienen las Comunidades Autónomas; las que menos han hecho son las del PP y el mismo PP ya impidió cualquier posibilidad más de un Estado de alarma. Quienes tienen la responsabilidad legal de actuar no lo hacen y culpan al mismo tiempo al Gobierno central. Una estrategia más para intentar acabar con el Estado autonómico.

Nuestra sociedad europea sufre lo que los médicos describirían como una enfermedad consumidora de su propio cuerpo, una enfermedad consuntiva, una enfermedad que va acabando con el cuerpo, con su peso, su masa muscular y su existencia: la tuberculosis, el SIDA, etc. El consumo crónico es una enfermedad social consuntiva.

No deberíamos aceptar como nueva normalidad una en la que para hacer las cosas viejas sea suficiente ponerse una mascarilla. La pandemia ha borrado cualquier realidad normal: no hay normalidad ni la va a haber, nos pongamos como nos pongamos. Por ello venimos insistiendo desde hace meses en la necesidad de actuar en el presente pero hacia el futuro. Se declaró el Estado de alarma, se actuó en el presente, y sobre el futuro no se ha hecho absolutamente nada, excepto poner dinero para lograr una vacuna y decir, cada cuatro días, que está a la vuelta de la esquina. No está a la vuelta de ninguna esquina.

Es muy importante que hablemos, pausadamente, escuchándonos. La única manera de detener a la pandemia no es encerrarnos en casa. Los paseos higiénicos son posibles en pandemia, los encuentros responsables son posibles en pandemia. Podemos ponernos a llorar como niños porque no podemos ir sin máscara, y así morirnos. No es una opción para mí. Podemos llorar porque desaparecen el cine, el teatro y las discotecas, aunque en lugar de ponernos a llorar deberíamos ponernos a conversar sobre nuevas formas para el cine, el teatro y las discotecas. O si queremos, incluso, otras cosas que no traigan el contagio y la muerte. Pensar que nuestras actuales formas de ocio son las únicas posibles es absurdo, pero es necesario que haya conversaciones públicas y privadas sobre como vivir nuestras vidas sin hoteles para masas, sin un metro masificado, con clases mucho más pequeñas, sin playas atiborradas de gente, sin grandes centros comerciales, sin comprar cosas para tirarlas a la basura. Podríamos ganar el dinero suficiente para vivir una vida que no sea de usar y tirar. Cada vez escucho a más gente su renuncia a volar a otros continentes por placer; por trabajo no parece que sea necesario teniendo la vídeo conferencia. En Europa, en todo caso, bastaría con el ferrocarril.

Las autoridades han perdido demasiado tiempo y no tienen el derecho de hacer responsable a la ciudadanía. Tampoco la ciudadanía desarrolla los planes para la enseñanza de las matemáticas o la biología. Los planes para aprender a vivir en pandemia deben ser iniciados y desarrollados, aunque con la participación de la sociedad, por expertos de diferentes materias y nuestros representante políticos. Las más altas elites no quieren cambiar muchas cosas, como se ve, pero la sociedad, como ser vivo, y como tal ser vivo curioso, debería empezar a conversar y buscar nuevas formas que hagan compatible la vida con la pandemia. Sin duda, la sociedad debe exigir a las autoridades y a los políticos responsabilidad o dimisión.

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