Suspiros de Andalucía

Andalucía suspira por una España donde la competencia entre comunidades autónomas se convierta en una cooperación que aleje los fantasmas de los últimos años. 

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Politólogo y sociólogo.

Manifestación por una Andalucía soberana.
Manifestación por una Andalucía soberana.

Los suspiros de alivio por la investidura de Pedro Sánchez han ido acompañados de un triste pesar por la ausencia de Andalucía y por el rechazo de multitud de andaluces. Como en cada investidura, vuelve a aparecer el tradicional runrún sobre la invisibilidad andaluza, con nuevos quejíos por la presencia de la mayoría de autonomías en el Congreso. Se hace difícil negar una envidia sana al ver como turolenses, cántabros, canarios y un largo etcétera cuentan con representación en Madrid y Andalucía no, más teniendo en cuenta la amplia delegación andaluza – 61 diputados – presente en el Congreso de los Diputados.

No ha sido esta una investidura que haya gustado en Andalucía, aunque sospecho que no por las razones que gustarían a los andalucistas. Como mencionamos al inicio, la investidura ha provocado el descontento de buena parte de la población andaluza. Según el portal web Electomanía, Andalucía es la comunidad autónoma más disgustada con el nuevo Gobierno. Los andaluces valoran con un 4,2 el resultado de la sesión de la investidura, una calificación similar a las otras comunidades gobernadas por las derechas, destacando –como no podía ser de otra manera— Madrid.

La investidura ha traído consigo diversidad de opiniones entre los políticos andaluces; opiniones que van desde ‘’el Gobierno ilegítimo’’ según Vox o la defensa de no sabemos qué intereses de Andalucía por parte del Gobierno andaluz. Dentro del espectro andalucista también ha habido reacciones de peso, destacando la de Andalucía Por Sí por calificar a los 61 diputados andaluces con el apelativo de ‘traidores’. Esta amalgama de reacciones continúa la senda de los últimos meses, engarzadas en la disputa por el espacio del malherido PSOE de Andalucía; un PSOE-A desplazado a nivel orgánico e impotente ante el cambio político de Andalucía.

La disputa por ese espacio es, en definitiva, la disputa por el presente y futuro de Andalucía, una disputa que marcará el devenir no solo de Andalucía, también del resto del Estado español. Los intentos de construir España desde Madrid y sin Andalucía han fracasado históricamente, destacando entre estos tropiezos el propuesto en la Transición por Adolfo Suárez y la UCD; un proyecto de España zarandeado y alterado por la aparición de un actor político que nadie esperaba, Andalucía. Esta sorpresa, que cambió el mapa político de todo un país, debe servir de aviso a navegantes. El Gobierno de coalición progresista debe entender que si no cuenta con Andalucía tendrá un futuro poco halagüeño. Ahora bien, una vez planteada esta tesis, debemos preguntarnos; ¿podemos equiparar desde Andalucía a diputados que votan a favor de medidas para la mayoría social, sea cual sea la circunscripción que representan, con aquellos que votan en contra? Desde mi punto de vista, no. No podemos dejar que la desrepresentación política se traduzca en desarraigo con las necesidades de los andaluces.

En este escenario tan complejo, Andalucía tiene ante sí la dicotomía más importante desde el 4 de diciembre. Puede ser la principal sucursal del proyecto de España uniforme en lo cultural y desigual en lo material de las derechas, convertida en un instrumento al servicio del discurso más reaccionario que haya visto España en décadas; sin embargo, puede ser el vehículo de la construcción de una España igualitaria, plural y progresista, ya que, si existe un ideal para dotar al país de un carácter solidario y fraterno, ese es el andaluz. Para cumplir este fin, el reconocimiento de las necesidades de los andaluces se antoja imprescindible. Urge un andalucismo valiente, capaz de conectar el viva Andalucía libre con la España popular y social prometida por el reciente gobierno.

El Estado de las Autonomías, y, sobre todo, el Estado del Bienestar engarzado al desarrollo autonómico, coloreó la Andalucía en blanco y negro de la dictadura; una Andalucía maltratada por Francisco Franco y la retahíla de señoritos andaluces que lo apoyaban. Este crecimiento ha diluido el legítimo independentismo andaluz; pero también ha llevado a la práctica desaparición al españolismo más reaccionario. Debido a este proceso de construcción de la autonomía andaluza, hoy en día el 95% de andaluces se sienten españoles y andaluces; una identidad dual basada en el respeto a la diversidad cultural y en el orgullo de pertenecer tanto a Andalucía como a España.

Entre las trincheras cavadas por aquellos a los que les ‘’importa un comino la gobernabilidad de España” y los que no entienden que en España pueden convivir diferentes naciones y pueblos; el autonomismo representado no solo por el pueblo andaluz, también por tantos otros pueblos del Estado, emerge en medio del fuego cruzado como única posibilidad de construir un país basado en la justicia social y en la igualdad entre las clases populares de todo el Estado. Merece una mención especial la bravura de Teruel Existe, cuyo grito territorial es compartido por todos aquellos que anhelamos la ‘autodeterminación’ de las clases populares de España. Por desgracia, en Andalucía y en otros rincones la trinchera nacionalcatólica continúa creciendo. Las derechas españolas, sobre todo la más radical, ha sabido captar el descontento que provocado el procès y su “España nos roba”, un eslogan más propio de Boris Johnson y Donald Trump que de un movimiento que se dice popular (es de aplaudir el rechazo de Gabriel Rufián a esta idea en plena oleada de presiones hacia ERC).

Renegar de las maquiavélicas guerras identitarias entre las élites nacionalistas del Estado es el primer paso hacia la recuperación de un discurso andaluz basado en la confraternidad y en las ‘cosas de comer’. Es el momento de hablar de lo que realmente rompe España, la desigualdad y desequilibrio territorial. La brecha andaluza con Cataluña, Euskadi y la Comunidad de Madrid supera ya los 10.000 euros de PIB per cápita. Si no volvemos a poner el eje en esta injustica, la derecha tendrá vía libre para recuperar el claverismo —con todo el respeto a la figura de Clavero Arévalo—; portará la bandera andaluza y defenderá nuestra idea de manera simbólica, pero continuará colaborando con el PP madrileño en el empobrecimiento de las clases populares de Andalucía y de toda España.

Hace poco más de un año se publicó Suspiros de España, obra donde el historiador Núñez Seixas recorre el nacionalismo español desde la Guerra de Independencia hasta la actualidad. Si caminamos la senda planteada por el autor, comprobaremos qué en la Guerra de Independencia, en los Pronunciamientos de Riego y Torrijos y, en conclusión, en toda la concatenación de sucesos que han marcado la disputa entre libertad y absolutismo en España, Andalucía siempre tomó parte por el bando de la emancipación popular.

Quizás fue por la continua lucha andaluza la razón del maltrato ejecutado por Franco en el golpe de Estado y en sus 40 años de represión política, social y cultural. El dictador comprendió que si había una pequeña posibilidad de que estallara una revolución contra su cruel dictadura, esta se iniciaría sin ningún lugar a dudas en Andalucía. Debemos reconocer el potencial de nuestro pueblo, por más ‘dormido’ que haya estado durante las últimas décadas. Andalucía suspira por una España donde la competencia entre comunidades autónomas se convierta en una cooperación que aleje los fantasmas de los últimos años. Los suspiros de la España popular son los de la Andalucía libre. ¡Viva Andalucía libre! ¡Viva la España popular y combativa!

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