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Porque suyos son “los hospitales, los colegios y los dependientes”, dice de gira por Europa y España.

Los hospitales hace tiempo que dejaron de pertenecer al anciano que ocupa la cama, a la madre que alumbra una vida, al hijo que como centinela aguarda la larga madrugada en una silla incómoda con un ojo en el paciente y el otro en un reloj que parece anclado. Tampoco son de las guerreras con pañuelos en la cabeza, ni de quien se multiplica su trabajo para cubrir las carencias. No es del niño con dolor de apéndice, no es del abuelo que agarra a su nieta, no es de quien abraza y llora de pena o alegría. Pertenecen a Susana, la presidenta, y así lo dice: “Mis hospitales”, como si la apropiación fuera cercana y campechana, como si con el término protegiera a los andaluces. Como quien hace un favor. Como si le doliera lo que adentro ocurre y transcurre.

“Mis hospitales”. Sólo suyo. Aunque no sufra las interminables listas de espera, los lamentables quirófanos, las horas en Urgencias, la demora de la ambulancia, el déficit de limpieza o la mala atención a un familiar cercano. Aunque concierte con la privada mientras los sindicatos denuncian los infinitos recortes en la pública. A pesar de que nunca se vio desbordada en el trabajo. Ni pisó la calle, vestida de blanco, pancarta en mano y garganta caliente. Si lo hubiese hecho seguro que la televisión andaluza, también de su propiedad, hubiese dedicado más tiempos a esas miles de personas.

-Si fueran míos anda que iba a tenerlos tan abandonados, dice un tipo mientras fuma un cigarro en la calle antes de subir a planta.

Los colegios hace tiempo que dejaron de pertenecer a los profesores que comparten sus conocimientos, a los niños que absorben las enseñanzas, al conserje que madruga, al alumno que clava los codos en el pupitre, a los padres que estrangulan los números y retuercen las cuentas cuando se asoma septiembre, a la abuela que sujeta la mano de un nieto que bosteza camino de la escuela. También de ellos se adueñó Susana, la presidenta: “Mis colegios”. Ese término “mis”, que suena a tutelado, que recuerda a tiempos pasados cuando todo era de uno y sus secuaces, con lo bonito que es el “nuestro”.

Y eso que ella nunca luchó en una oposición, ni se vio en el paro junto a 4.000 y pico de compañeros, ni se colocó la camiseta verde para cortar el tráfico sedientos de justicia y conocimientos.

-Anda que si fueran míos iban a estar los chavales con el abrigo puesto por el frío que hace en las aulas, comentan los adultos en la puerta del centro un mediodía cualquiera.

Porque suyos son “los hospitales, los colegios y los dependientes”, dice de gira por Europa y España. Y suya es sólo una cosa: la ambición fría y desmedida de apropiarse del partido a costa de una comunidad hastiada de desidia y clientelismo.

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