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Pocos recorridos como el que se realizará, que no llega a los 200 metros de longitud, podrán encerrar tanto despropósito, tanto abandono y tanta barbarie.

La plaza del Mercado es uno de esos lugares en el que podemos imaginar la importancia y clase de la que gozó Jerez hace algunos siglos. Franqueada por dos palacios y coronada por una fuente de mármol de gran importancia, las palmeras que aún siguen en pie dan cobijo a su gran extensión, observada desde un lateral por el Museo Arqueológico y desde el otro lado por la imponente majestuosidad de la iglesia de San Mateo. Hoy día esos palacios, Riquelme y San Blas, yerguen sus esqueletos a duras penas, ofreciendo una imagen de decrepitud y abandono que resulta muy difícil asimilar y aún más difícil comprender. Riquelme tenía un impresionante portón de entrada, sustituido desde hace años por una plancha metálica mohosa, y unas vigas de madera que sostenían unos tejados desde los que en otros tiempos debían observarse las vistas más impresionantes de la ciudad.

De San Blas, el famoso palacio del Pantera, poco se sabe de su estado, aunque nos lo podemos imaginar comparándolo con la suerte que han corrido todos los edificios señoriales deshabitados y abandonados, demasiados, de la zona. Y salvo que fue objeto de la especulación inmobiliaria, otra víctima más de la megalomanía, al abrigo de ese carísimo fantasma que fue la Ciudad del Flamenco, su situación es poco conocida. El primero es de propiedad pública, mientras que el segundo es privado. Adosado al de San Blas nos encontramos la finca número uno de la plaza del Mercado, esa que es conocida como Casa del Cura y de la que podemos ver fotos en Internet de cuando aún conservaba las dos plantas y un cierto aire de nobleza a pesar de su estado de abandono desde hacía ya bastantes años. Ahora es prácticamente un solar yermo circundado por lo poco que queda de su fachada, que por cierto hace un par de años sufrió unos desprendimientos que obligaron a tener cortada la calle Cabezas durante unas semanas. Quizá sorprenda saber que su patio de columnas se encuentra íntegro adornando una finca de la localidad onubense de Aracena.

Rodeando lo que queda de la Casa del Cura, nos introducimos y transitamos por la serpenteante calle Cabezas. No andaremos mucho por ella, ya que a pocos metros se abre a la derecha una calle en principio ancha y recta, pero que tornará de súbito en estrecha y levemente curva, con ese trazado clásico que presentan las calles de las antiguas medinas árabes. Es la calle Campanillas, una vía absolutamente desconocida, infravalorada y maltratada por todos. Desde diciembre hasta ahora ha visto cómo algún ladrón robaba las losas de piedra de Tarifa del siglo XIX que conformaban su piso, unos robos intermitentes pero sostenidos en el tiempo que nunca parece que vayan a terminar entretanto siga habiendo losas. Es la ley de la oferta y la demanda pura y dura: alguien realiza el encargo, seguramente para colocarlas en un patio privado, y otro ejecuta y vende. Mientras tanto, el propietario de ese material, o sea todos a través de la institución que nos representa, no denuncia los robos y no se investiga ni se busca nada de nada. La calle Campanillas presenta en la actualidad el aspecto de un tocaté vergonzoso formado por boquetes en el suelo en lugar de por casillas pintadas con tizas de colores.

Pocos recorridos como el que se realizará, que no llega a los 200 metros de longitud, podrán encerrar tanto despropósito, tanto abandono y tanta barbarie

Y llegamos, al fin, a otro espacio con un encanto tan indudable como desperdiciado como es la plaza Basurto, desde la que parte, entre pestilentes bidones de basura y muebles esparcidos por el suelo, la estrecha calle Flores. Posiblemente sea la calle más paradigmática de lo que es el abandono y la dejadez aplicado a una zona concreta de una ciudad, del centro histórico en este caso: prácticamente sin pavimento, con unas fachadas en un estado absolutamente horribles, cables pelados y unas condiciones higiénicas totalmente inexistentes, el breve tránsito por el ella se convierte en todo un suplicio para los pies y para los sentidos, sobre todo el del olfato.

Ya lo vemos, ahí está, mostrando una apariencia recia y sobria, pero que en su interior ya no queda absolutamente nada que proteger ni guardar. La historia del convento del Espíritu Santo, el primero y más viejo de la ciudad, la supongo conocida por todos, aunque muy pocos se acercarán a vislumbrar la verdadera dimensión de todo lo que ahí se ha perdido, un expolio en toda regla que dejaría en pañales al no menos vergonzoso trato recibido por el antiguo edificio de las bodegas Díez Mérito, frente a la estación de ferrocarril.

¿Cómo llegó a Huelva todo un patio de columnas de una antigua casa señorial jerezana?

¿Cuál fue el destino de las puertas y vigas de Riquelme? ¿Cómo llegó a Huelva todo un patio de columnas de una antigua casa señorial jerezana? ¿En qué domicilio particular se encontrarán colocadas las losas de piedra de Tarifa expoliadas de la calle Campanillas? ¿Por qué aparece de repente un retablo del Espíritu Santo en el escaparate de un anticuario de la ciudad de Sevilla? Y lo más importante: ¿qué había antes, qué tenemos ahora y cuál ha sido el proceso por el que se ha llegado a esta inasumible situación de abandono y desprotección del patrimonio? Esperanza de los Ríos intentará arrojar luz sobre este asunto tan oscuro dentro de una de sus clásicas ya rutas de la barbarie, una actividad cuyo fin es el de concienciar a los ciudadanos de la importancia que tiene la conservación del patrimonio como reflejo de la propia historia de la ciudad de la que ellos forman, formamos, parte. Será el próximo jueves, día 20, a las 20:30 horas desde la increíblemente maltratada fuente de la plaza del Mercado, esa que nos transporta a otros tiempos en los cuales la ciudad era respetuosa consigo misma.

Pocos recorridos como el que se realizará, que no llega a los 200 metros de longitud, podrán encerrar tanto despropósito, tanto abandono y tanta barbarie. Bienvenidos a la suite de los expolios a todos los que deseen asistir. Y es que, aunque seamos críticos y duros, siempre se llevan a cabo este tipo de iniciativas pensado en que sirva para el resurgir de una zona que ya se lo merece por el bien de todos. Porque la esperanza, de los Ríos en este caso, afortunadamente es lo último que se pierde en esta infame caja de Pandora en la que parece haberse convertido el centro histórico de Jerez.

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