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Eduardo Benot fue profesor de Salvochea en el colegio San Felipe, en Cádiz. Desde entonces, ambos mantendrán una amistad que les durará toda la vida. 

En torno a 1.900 existía en pleno centro de Madrid, concretamente en la calle Arenal Nº15, un establecimiento llamado Nuevo Café de Levante. Este lugar era frecuentado diariamente por escritores, pintores, artistas… De hecho, solían acudir a menudo personajes de la talla de Valle Inclán, Pio y Ricardo Baroja, Azorín, Alejandro Sawa, Julio Romero de Torres, Rusiñol. De dicho café, el propio Valle Inclán sentenció: "El café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y que muchas consagradas academias».

También solía frecuentar este establecimiento el revolucionario gaditano Fermín Salvochea. Quizás allí se conocieran éste y Valle Inclán. De hecho, fue éste último, en la parte final de su trilogía El ruedo ibérico, a la que llamó “Baza de espada”, en la que mezclando datos históricos e imaginarios, nos da algunos retales sobre Fermín Salvochea, al que define como “uno de los santos que canoniza el pueblo soberano". No estoy muy seguro si a Fermín le hubiese gustado este adjetivo, pero el hecho es que así lo veían algunos, como Lerroux, quien lo apodó como “un santo laico”.

En este bar las tertulias eran constantes. Se hablaba de actualidad, de la situación política del país, del gobierno… Salvochea solía acudir muy a menudo. Y aunque por sobriedad nunca tomaba alcohol, siempre solía dejar una propina al camarero. En cierta ocasión, hablando de la azarosa vida del gaditano, éste se dirigió a sus contertulios: “¿A que no saben ustedes quien fue el primero que me tuvo preso?” Nadie supo que responder. Nadie, excepto su amigo Eduardo Benot, que aseguró haber sido él, cuando siendo el joven Fermín alumno suyo, dijo mal la lección de latín y como castigo lo encerró algunas horas en una pequeña habitación. Tras esto, dijo Eduardo Benot: “Este tipo de bromas entristecen más que gustan, aunque aquella prisión hubiera sido más justa y más merecida que todas las que vinieron después”.

En efecto, Eduardo Benot fue profesor de Salvochea en el colegio San Felipe, en Cádiz. Desde entonces, ambos mantendrán una amistad que les durará toda la vida. Hay que tener en cuenta que Eduardo Benot era un hombre cultísimo. Aparte de ser director de uno de los colegios más avanzados para aquella época, también fue filólogo , escritor, lingüista, matemático, miembro de la Real Academia de la Lengua, senador, diputado, e incluso llego a ser ministro de fomento. La influencia que debió ejercer sobre el joven Fermín debió ser enorme.

Después de aquellos años de la etapa escolar, Fermín fue enviado por sus padres a Inglaterra, a formarse en los saberes del comercio. Pero muy pronto quedó claro que poco le interesaban a Salvochea los negocios. Su mente estaba puesta en otro lugar. A su vuelta a la ciudad, vuelve a coincidir con su viejo profesor en la revolución de 1868, llamada “La Gloriosa”, iniciada precisamente en Cádiz, donde participan activamente. Por si fuera poco, años más tarde volvieron a encontrarse en Madrid, siendo Benot presidente del Partido Republicano Federal.

Hay una anécdota, que refleja el afecto que se profesaban estos dos gaditanos, que relata que cierta mañana se encontraba Fermín Salvochea revolviendo las pirámides de fruta del mercado que por entonces se solía colocar al lado de la plaza del congreso. Al preguntarle varios conocidos por su actitud (ya que era extraño ver a Salvochea en el mercado, pues su alimentación era escasa… queso, carne casi cruda, y poco mas) Fermín les respondió que la compra no era para él, que él no comía más que lo necesario, pero que “ estaba buscando una buena sandía para su amigo Eduardo, ya que las sandías eran su delirio”. Curiosamente, a pesar de llevarse veinte años de diferencia, ambos amigos murieron en el mismo año, 1907.

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