Sin verdad no hay democracia y la matraca de la unidad de la izquierda

Desde Andalucía, tierra históricamente antimilitarista, donde miles se movilizaron contra las bases de Rota y Morón, sabemos que hay otro camino

Concentración pro Palestina en una imagen reciente.
29 de mayo de 2025 a las 16:47h

En democracia, la verdad no debería ser una opción, sino un principio irrenunciable. Sin embargo, en España, buena parte del ecosistema mediático se ha convertido en un campo de batalla dominado por lógicas mafiosas, intereses económicos y manipulación informativa. ¿Cómo puede sobrevivir el buen periodismo si un oligopolio controla casi todos los canales de comunicación? ¿Cómo puede aspirar una ciudadanía a formarse una opinión libre, veraz y objetiva si la mentira no tiene consecuencias, y los periodistas corruptos actúan con total impunidad? Lo vemos cada día: tertulianos y tertulianas que fabrican bulos, periodistas al servicio de intereses privados, y medios que actúan más como armas políticas que como espacios de información.

Es imprescindible una ley de medios que sancione la mentira, que proteja la pluralidad, que impida que la concentración mediática asfixie la diversidad. Una ley que, por fin, se atreva a poner límites a quienes operan como verdaderos cárteles de la información. No puede ser que unos pocos decidan qué es noticia y qué no, ni que se utilicen los medios para atacar a quienes se atreven a decir lo que otros callan.

Pero esta batalla no es solo mediática. También es profundamente política. La izquierda que hoy forma parte del Gobierno de coalición no puede seguir agachando la cabeza ante esos poderes. No puede temer decir lo que piensa. No puede, y no debe, tener miedo a perder. Porque quien teme perder acaba perdiéndose a sí mismo.

Esto hay que decirlo sin rodeos: es incompatible formar parte de un Gobierno que vende armas a Israel y hablar de paz. Es incoherente decir que se apuesta por la unidad de la izquierda mientras se aplaude el rearme europeo y se niega lo evidente: que España es cómplice de la masacre genocida en Gaza mediante contratos y permisos de exportación de armamento.

No se trata de eslóganes ni de símbolos. No basta con ondear banderas rojas mientras se calla ante el poder de los grandes medios o se mira hacia otro lado cuando se aprueban licencias de exportación militar. Uno no es lo que dice, sino lo que hace. Y, sobre todo, lo que tolera.

Desde Andalucía, tierra históricamente antimilitarista, donde miles se movilizaron contra las bases de Rota y Morón, sabemos que hay otro camino. Un camino de coherencia, de firmeza ética y política. Una izquierda que no pacta con la mentira ni con la guerra. Que no cambia principios por sillones. Que no quiere la unidad solo para tener más diputados y diputadas, sino para cambiar el rumbo de este país. No se puede hablar de justicia social mientras se mira hacia otro lado con la venta de armas a Israel. No se puede hablar de unidad mientras se apoya el rearme europeo. No se puede decir que se está con los derechos humanos y seguir formando parte de un Gobierno que comercia con la guerra.

Si hay memoria hay dignidad. Y. sobre esa base se puede construir algo nuevo, lo que excluye a quienes prefieren callar antes que incomodar a los poderosos.