Sin decencia ni moral

No podemos permitir que el nombre de Fuente Clara sea uno más en una estadística olvidada. No podemos tolerar que la lucha de José Antonio caiga en saco roto

José Antonio Cabrera junto a su hija Fuente Clara.
08 de septiembre de 2025 a las 10:07h

Uno, que si Dios quiere va a ser padre dentro de no mucho, es incapaz de imaginar —y de cuantificar— por lo que debe de estar pasando el bueno de José Antonio Cabrera y su gente.

La desgracia, que asola allá por donde pasa sin hacer distinción de ningún tipo, clase y condición, quiso arrebatar la vida de esta joven onubense el pasado 17 de abril. Parando el corazón de la joven, el de su familia, y el de Huelva entera.

Para cualquiera con entrañas y una pizca de empatía hacia el dolor ajeno, la causa de este padre y de su "morenita bonita" no puede hacer más que despertar los instintos más nublos. Es imposible entender esta tragedia sin sentir que el alma se rompe en un millón de pedazos.

Desde entonces, su progenitor, libra una batalla incansable con un único fin: honrar la memoria de Fuente Clara, y evitar que esta calamidad se vuelva a repetir.

¿Qué excusa puede justificar el "oído sordo" de los responsables políticos? ¿Es la falta de presupuesto? ¿La complejidad de la legislación? Estas no son más que excusas vacías ante una vida arrebatada. La memoria de Fuente Clara y todo lo que fue, vale más que cualquier protocolo o trámite administrativo. La desesperación de su padre, José Antonio Cabrera, debería ser la principal llamada de atención para unos políticos que, andan pendientes de todo, menos de lo importante. Su dolor, su rabia contenida, su insistencia en buscar justicia, son los motores de una lucha que debería ser de todos. Y esta columna de opinión, en su humilde cometido, pretende ser un pequeño altavoz ante aquellos que, pertrechados de espurios motivos, pretenden silenciar esta injusticia.

Por eso, si los organismos competentes no están para protegernos y salvaguardar nuestra integridad y dignidad, ¿para qué están entonces? Que echen el cerrojo, que cierren el chiringuito, y dinero —y alguna que otra preocupación— que nos ahorramos. Si en este mundo inhóspito y cruel existiera la vergüenza, no habría agallas para mirar a José Antonio a los ojos y decirle que la muerte de su hija es en vano, y que no se puede hacer nada. Para ello, hay que hacer gala de una bajeza moral sin precedentes. Y eso, por desgracia, es la triste realidad que esta querida familia encuentra cada vez que su lucha se trunca y su voz es ignorada.

Querido lector, dispense el agravio de tomarle de las solapas… ¿Es necesario que le zarandee? ¡Espabile! ¡Haga suya la lucha de este buen hombre!

No podemos permitir que el nombre de Fuente Clara sea uno más en una estadística olvidada. No podemos tolerar que la lucha de José Antonio caiga en saco roto. Es el momento de que la sociedad civil y los medios de comunicación nos unamos a este padre, a esta familia, y exijamos a los responsables políticos que dejen de ignorar su dolor. La justicia y la seguridad vial son derechos fundamentales, no favores que los políticos pueden conceder o denegar a su antojo. El grito de José Antonio Cabrera resuena, y si ellos no lo quieren oír, nos encargaremos de recordárselo en cada esquina y en cada urna. La memoria de Fuente Clara lo exige, y la decencia moral de nuestra sociedad lo demanda.

La lucha de José Antonio es, también, un testimonio de amor que trasciende más allá del plano terrenal y físico. Porque como saben, tan solo muere quien es olvidado. Y Fuente Clara, vive y se siente.