Silencio infame

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Portada de Historia universal de la infamia, de Borges.

Las historias son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias. Así definió Jorge Luis Borges los cuentos que escribió para su Historia Universal de la Infamia, la obra que inauguró para muchos el realismo mágico. Los relatos presentan una suerte de ficción y realidad prácticamente indistinguible. Narran vidas infames, nombres infames, territorios infames. No por falaces, sino por criminales. Hoy en día habría muchas posibilidades de engrosar las páginas del volumen, pues son numerosos los infames que pueblan la tierra. Demasiados.

El territorio de la infamia es alargado. Y el de los infames, por desgracia, más aún. Los infames que publican pruebas médicas de otros en medios de comunicación, los infames que vetan laboralmente a los que no piensan como ellos, los infames que no dejan que los demás defequemos en aquello que nos plazca —siempre con el salvoconducto escatológico del sentido figurado—, los infames que deciden lo que podemos y no podemos cantar, los infames que nos roban una vez y otra, los infames que son mediocres y se comportan como si no lo fueran, ocupando lugares que no merecen y enterrando en el fango a los que valen la pena. Los infames, aquellos que carecen de honra, de crédito y de estimación. Así los define el diccionario. Él los define y nosotros los sufrimos. Son muchos y están por todas partes. Son dañinos y peligrosos, pero tan temible es el infame como el indolente. Aquel que parece no sentir ni padecer, los que no se mojan. Esos me dan aún más miedo, porque su silencio es el infame, su falta de posición los convierte en alumnos aventajados, los deja en la linde de una abonada tierra de nadie, aquella de la que los agazapados sacan tajada siempre.

Estamos hartos de verlo: es el triunfo de a la chita callando. Los que braman contra lo que consideran injusto y van de frente se sitúan en la vanguardia del ataque. Son los que van a recibir los disparos enemigos, los que morirán primero. Y siempre ha sido así. A diferencia de en la guerra, los que perecen socialmente en la batalla diaria nunca tendrán una estatua, ni un réquiem y recibirán por única respuesta el silencio infame. Una vez más, la infamia silente. En su segunda acepción, el infame es aquel muy malo y vil en su especie. Toda una joyita. Aquellos perpetradores de los crímenes borgianos legitimaron al literato y le dieron la palabra con sus acciones. Reales o ficticias. Necesitamos más retratistas de la infamia, más plumas y más voces que rompan el silencio cómplice. Más guerreros de vanguardia que escriban lo que sientan, que canten lo que quieran y que se caguen en lo que les parezca mal. Contra su represión que no triunfe el silencio, que nunca más venza la infamia.