Y sí, la alegría

Un pibe caminaba con un retrato de Maradona pegado a un cartón y lo iba mostrando. En un garaje, con los cierres echados, veíamos una fiesta que se habían organizado en el interior y se disfrutaba también en el exterior

Y sí, la alegría. Miles de personas en Avda. Corrientes, camino del Obelisco. PabloMtnezcalleja, 2022
Y sí, la alegría. Miles de personas en Avda. Corrientes, camino del Obelisco. PabloMtnezcalleja, 2022

Crucé el Río de la Plata para vivir en Buenos Aires lo que acá pudiera suceder, que todo hubiera podido ser. Løs que vimos el partido lo sabemos. Salí de mi casa porteña y a dos cuadras ya pude caminar por Avenida de Corrientes. Me metí a desayunar a La Orquídea, lugar legendario de Buenos Aires, con su nombre fileteado a la porteña manera, puertas de madera y grandes cristaleras a la calle. Quería un pocillo de café con medialunas, todo un signo, teniendo en cuenta los memes que circulaban en Montevideo y en Buenos Aires: “El domingo se define si es croissant o medialuna”. El camarero, amabilísimo, me recomendó el combo: café con leche y tres medialunas. Dije que sí. Deliciosas medialunas.

Faltaba una hora, pero se fue llenando y se llenó. Cada aparición de los miembros de la selección argentina era recibida con una explosión de alegría. El número 10 fue ayer el más repetido: el de Messi, pero antes el de Maradona. Y en eso llegó el primer gol y la alegría se dejó llevar por la alegría. Ya llegaría luego el calvario que nadie necesitaba. Nadie dejaba de cantar ese himno reescritura de una canción de La mosca Tsé-Tsé, banda legendaria argentina: Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. “En Argentina nací, / tierra de Diego y Lionel, / de los pibes de Malvinas, / que jamás olvidaré”.

Llegó un muchacho y se sentó junto a mi mesa, sobre la que posó un libro, La paradoja europea, de Richard Kearney; luego resultó ser un profesor de Filosofía de la UBA. Al poco, un amigo suyo. Delante de mí se sentó un muchacho de camiseta albiceleste con el número 10. Hasta que el partido empezó tuvimos tiempo de hablar de Europa y de Argentina; de España; de Alemania, bien conocida del profesor.

De la alegría del 2-0 pasamos al sufrimiento del 2-1 y del 2-2. Vendrían el 3-2, el 3-3 y unos penaltis que hacían contener la respiración, ocultar la cara tras las manos y dejar a la vista la desesperación del momento. Sí, una desesperación teatral, como está claro para cualquiera, y que es absurdo atribuir eso que algunøs europeos  erguidos sobre el primer bordillo que encuentran en la calle: la pasión de los latinos; la excesiva emocionalidad de los argentinos. ¿Alguien ha mirado en las calles europeas lo que los europeos hacen cuando les va la-vida-futbolística en ello? Alberto, como cualquier argentino nombra al presidente de la república, se quedó en Buenos Aires, con su familia y con su gente. Macron fue al estadio. En contra el mito, nunca hubo decreto nacional de asueto o feriado, ni en 1978 ni en 1986, y no lo habrá este lunes.

Lo que sí hay es alegría, enorme, inmensa, y una autoestima que ha subido y es buena para la gente. Las calles están igual de sucias que cuando se dan cualquier tipo de celebraciones multitudinarias de cualquier tipo. ¿Excesos? Ninguno más que entre multitudes celebrando su identidad nacional unida al fútbol: un pibe que se subió a la fachada del hotel a arriar las banderas de Brasil y Francia; personas subidas a marquesinas; otro muchacho subido al tope de un autobús; muchachos trepando al balcón del Teatro Colón por el techado de cristal y hierro de su fachada trasera. Cualquiera ha visto ya la imágenes de la Avenida 9 de Julio y el Obelisco. Una galería de fotos en mi blog muestra alegría y relajo generalizados.

Tras la victoria, nos abrazamos, cambiamos direcciones y números de celular, nos despedimos y yo me uní al profe de Filosofía y al de yoga para caminar por toda la Avenida Corrientes hasta el Obelisco. A una cuadra y media  la gente empezaba a darse la vuelta, se oían rumores sobre algo que hasta ahora no he podido confirmar en medios solventes. Hubo enorme tensión. Yo temía una estampida. Buscamos la manera de salir del remolino que se estaba formando. La cara de las personas que teníamos frente a nosotros se habían contracturado. Nuestro profesor de yoga abrazó a un muchacho que avanzaba desencajado y le recomendó tranquilidad. Yo le dije que era el momento de salir de allá lo más tranquilo y rápido posible.

Él dijo que tomáramos por Talcahuano y que nos acercáramos a un auto aparcado. Talcahuano venía más tranquila y seguimos avanzando hasta que la tensión fue disolviéndose en el aire. Así llegamos a la Plaza Lavalle y el pasto del enorme jardín terminó de absorber la tremenda tensión que ya asociábamos con algún lugar lejano. Un pibe caminaba con un retrato de Maradona pegado a un cartón y lo iba mostrando. En un garaje, con los cierres echados, veíamos una fiesta que se habían organizado en el interior y se disfrutaba también en el exterior. Ya en la Avenida de Córdoba, una moto engalanada con banderines argentinos arrastraba el Obelisco, que lleva también la inscripción de Juan de Garay.

Nos metimos a una pizzería solo para beber. Se hizo de noche; cientos, miles de personas seguían caminando por todas partes, con banderas, con alegría, con vivas a Perón, algo tan propio de acá, aunque no lo haga todo el mundo. Bebimos, seguimos conversando. Habíamos pasado juntos el día entero, miles de personas, compartiendo, y sí: la alegría.

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Comentarios (1)

Alejandra Salmoral Hace 1 año
Gracias a Pablo x su nota, exquisita descripción con los ojos objetivos de un extranjero. Fue un placer compartir con él la experiencia del partido en nuestro bar, muy agradecidos x sus comentarios. Los esperamos a todos en La Orquidea! Gracias
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