La serie Parlamento

La serie televisiva e informativa de la política institucional sigue contando la vieja historia manoseada cientos de miles de veces

Imagen del trailer de la serie 'Parlamento'.
Imagen del trailer de la serie 'Parlamento'.

Nuestro mundo confuso sigue haciendo nuestras vidas borrosas. Nos dejamos contar historias viejas con modos viejos de contar, de tal modo que se podría llegar a la conclusión que no ocurren cosas nuevas. Si leo una crónica alemana sobre las protestas en China tengo la impresión de que en Zhengzhou esté ocurriendo lo que ya ocurrió en Leipzig en 1989, y de esa forma de contar se deduciría que las protestas terminarán con el mismo resultado. La poética narrativa de otro corresponsal alemán, mucho más actual, deja claro que las protestas no harán caer la Muralla China; no es pesimismo, digo yo, sino que este último corresponsal vive en el presente y acumula una experiencia no euro centrista ni viejuna, aunque sea europeo.

Es refrescante ver películas como Ema, de Pablo Larraín (2019) que cuenta una historia nueva, actual, con una poética narrativa actual y que no busca ni un final feliz ni una solución al final. La película es bella en toda su verdad, y de una hermosa fotografía. Película semejante considero Wach (Despiertos), de Kim Frank (2018) que narra la necesidad de sentir de dos adolescentes saturadas por una sociedad saturadora; dos adolescentes que huyen de las drogas porque desean sentir, algo que el mundo les impide. Drogas que, al final, les alcanzan.

La serie televisiva e informativa de la política institucional sigue contando la vieja historia manoseada cientos de miles de veces. Es así porque los actores de esas pelis se empeñan en ser viejunos y su público sigue siendo el mismo que en los tiempos de Larra: es un público embalsamado para historias embalsamadas.

Hyperland, otra película alemana, de Mario Sixtus (2021) es la más cercana a esta serie Parlamento, todavía no comercializada. Trata de la destrucción de la reputación que acaba en el suicidio de la protagonista destruida. Una película refrescante por su poética narrativa nueva de una historia, vamos a decir también, nueva.

Vivimos muchas cosas nuevas y las contamos como cosas viejas, quizá sea este uno de nuestros problemas. Claro, nuestra sociedad está llena de gente muy mayor que vivió la Guerra Fría, la Unión Soviética, Vietnam, los misiles de Cuba y todo lo demás. ¿Lo vivieron o se lo contaron? Porque no es lo mismo. Vivieron sus propias emociones en relación a lo que les contaron y cómo se lo contaron. La pregunta crucial es, ahora, ¿en cuánto son diferentes los modos de contar las cosas nuevas que nos están pasando ahora? Existe el temor de no alcanzar al público, sobre todo al embalsamado, si los hechos viejunos de Parlamento no son contados con los modos viejunos, que es lo que persiguen los actores embalsamados con sus actuaciones. En una palabra, es como si la contra cultura punk nunca hubiera existido para algunas personas: sí para los guionistas de las tres películas mencionadas. No, las películas no son punk, son un producto cultural de calidad, cumulativo, responsable y poéticamente magnífico. ¿Dónde está el problema?

El problema está en que no todo lo que parece un producto cultural de calidad lo es. Muchas veces los productos culturales de calidad son despreciados y retirados porque no alimentan la emoción de la satisfacción infantilizada del final feliz y el triunfo poético de la belleza, la bondad y la justicia. De esta manera, porque no aprendemos a apartarnos de la poética narrativa que nos quieren imponer los actores de cierto relumbrón, comprendemos lo que ocurre como quieren que lo comprendamos quienes producen el teatrito de las fake news. Solo con otra poética narrativa podremos comprender lo que realmente está ocurriendo. Pero nadie se atreve a viajar a un nuevo underground, a una nueva contra cultura, y viva Sabina y todo lo demás. Esto de lo que hablo es eso que nunca se explica y que se conoce como la guerra cultural, que están las ganando las derechas infantilizadoras. La corrección política parece anegarlo todo con su lodo de bienqueda molón, de Nochebuena bonita y de lo bien que nos va, que podría irnos mucho peor. Insistir en los finales felices es educar al público en la idea que siempre el bien se abre paso contra el mal, y que solo hay que esperar a que llegue esa justicia poética. Mientras tanto, las personas sufren, muchas veces sin saber por qué.

Muchas personas asocian lo punk con el terrorismo o algo parecido, y bla bla bla. El Carnaval busca el aplauso en lugar del escándalo, y bla bla bla. Los poetas, muchos, bastantes, han dejado de ser, algunos que insisten en decir que quieren serlo, el bufón inteligente y reflexivo. Insisten en una poética vieja para un mundo nuevo, quizá porque no hayan descubierto que el mundo es nuevo, cada mañana. El periodismo usa viejas expresiones futboleras, taurinas o guerreras, que hacen daño a los ojos, a los oídos y a la lengua. Seguramente hay demasiadas personas mayores a quienes hay que explicarles el mundo a la manera antigua, como si el mundo se hubiera quedado donde estaba, y por eso no avanzamos, o avanzamos lento, o vamos despacio; o nos quedamos parados.

El resultado, por dejar a tantas otras personas, jóvenes, más jóvenes, fuera de esa narración del mundo es, en parte, la marginalidad, que termina en persecución. Ante este riesgo solo cabe la inteligencia y hay muchos movimientos alternativos, no todos los que se visten con ese vestido lo son, que buscan su propia poética narrativa y no se ocultan en el espacio urbano, sino que lo reivindican como propio, con una nueva poética narrativa del amor en todos sus sentidos. También del amor social, mucho mejor de la solidaridad quizá. Son conscientes que solo se puede amar a quien se respeta. Que el desacuerdo no es odio. Contar las nuevas historias a la manera antigua es envejecerlas y no dejarlas vivir su frescura. E impedir que las cosas nuevas sean tomadas en serio, siquiera reconocidas como nuevas posibilidades.

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