"El carnaval es lo que la gente quiere que sea", oí decir una vez al Gómez, maestro entre los maestros. Si algo hemos aprendido con la pandemia es que, además, el carnaval es cuando la gente quiere que sea. Bien es cierto que colocar el carnaval en el mes de mayo ha sido una decisión tomada desde el Ayuntamiento de Cádiz, que a algunos no nos ha gustado y a otros sí, pero lo que es cierto y poco refutable es que la gente se ha inmiscuido en este carnaval de primavera, y ha asistido al teatro y asistirá a la calle como si de febrero se tratase. Lejos de que esto se convierta en un texto sobre cuándo debe celebrarse esta fiesta querida, lo que quiero decir es que muchos elegimos que el carnaval sea todo el año, o mejor dicho, elegimos que el carnaval sea una perspectiva desde la que mirar la vida.
De entre la inmensidad de aristas que ofrece el Carnaval de Cádiz, yo elegí agarrarme a la del humor. Pocas veces he disfrutado más en mi vida que como público de una callejera. El desparpajo, la ironía y el saber posicionarse cara a cara frente a un auditorio improvisado en una casapuerta, en un callejón o en unas escaleras me parece uno de los grandes fenómenos culturales que se ocasiona en este país. Ana López Segovia, que de esto sabe como pocos, lo vio claro, y después de muchos años pateándose las calles de Cádiz con su chirigota callejera, pensó que todo lo que ofrecía este prodigio escénico podía llevarse al teatro, y así lo hizo tanto con Chirigóticas como ahora con Las niñas de Cádiz.
Precisamente es esta compañía la que representa mejor los valores que quiero inculcar a mi alrededor y la que ofrece, a mi parecer, todo lo magnífico que puede darnos una ciudad como Cádiz. Antológicas son chirigotas callejeras como Cine de barrio, Cleopatra y sus esclavas, Las hijas de la Gran China o Malitas de los nervios, entre otras otras muchas que encarnan a la perfección el espíritu no ya de una ciudad, sino de una manera de enfrentarse a la vida. La historia de Las niñas de Cádiz comienza cuando Ana López Segovia decide montar una chirigota en 1997 con el grupo teatral de la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz, ¡Caramba!, teatro, y a la llamada solo acuden las mujeres de dicho grupo, entre ellas una pieza fundamental, como Teresa Quintero. Desde entonces, es posible verlas todos los años en el carnaval callejero de la ciudad, con letras ácidas, críticas, posicionadas desde el feminismo más absoluto ya mucho antes de que este término (por suerte) fuera uno de los debates centrales de nuestro país.
"Hay que escribir desde lo que se conoce y habla al mundo desde tu aldea", dice Ana López Segovia que leyó de Tolstói, y esa es una sentencia que ha sabido introducir a la perfección tanto en sus agrupaciones como en su forma de hacer teatro. Hoy, que todo el mundo se rasga las vestiduras porque por primera vez una comparsa escrita, musicalizada e interpretada exclusivamente por mujeres ha conseguido introducirse en la gran final del COAC, me gustaría recordar que ya hace quince años otras niñas valientes tomaron las calles de Cádiz. La menor de las tres hermanas, Rocío Segovia, cuenta cómo recuerda su niñez junto a sus hermanas, Ana y Alejandra, repartiendo libretos al final de cada actuación. Esto me hace pensar en cuánto de maravilloso tiene que ser crecer en el vientre del puro carnaval callejero, en cuánto habrá influido esos apellidos en su talento y su gracia innatos, en cómo me hubiera gustado ser una López Segovia.
Comentarios