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Cuando hemos llegado a las instituciones lo hemos hecho con mucha ganas de trabajar, con la responsabilidad que te otorga el saber que representas a varios miles de personas que confían en tu visión política de lo que debería llegar a ser nuestra tierra. Máximo respeto a la institución, a las personas que trabajan en ella y al trabajo que se espera de cada uno de los cargos públicos que la conforman. Y además lo hacemos siendo muy conscientes de las limitaciones que estas tienen para cambiar en la práctica la vida de la gente. Son varios los años en que la clase política ha destapado sus vergüenzas mostrándose en muchas ocasiones ineficaz, además de corrupta hasta las entrañas y servil a los intereses de las empresas y personas más usureras, defraudadoras y dañinas que conocemos.

Eso nos hace tener cautela y recelo a la hora de confiar en la institución como única vía para solucionar un determinado conflicto laboral, una causa injusta o una situación de emergencia social. Estoy ampliamente convencido de que los grandes avances sociales no vienen de la mano de una iniciativa legislativa, de una proposición no de ley o de una moción en un ayuntamiento o parlamento. Pero por otro lado, trabajamos con rigor en las instituciones que nos tomamos mucho más en serio que los partidos que se arrogan esa medalla. Y lo digo siendo consciente de que hay que bloquear el discurso de la ‘cantidad’ de las iniciativas por encima de la ‘calidad’ de las mismas. No estamos en una competición para ver quién presenta en registro más iniciativas inútiles, sino para presentar iniciativas que sabemos que de una forma u otra van a ser útiles para mejorar la vida de la gente, o al menos para dar voz a organizaciones o luchas históricamente ninguneadas por la administración.

Por eso me sorprende cuando desde las filas del Partido Popular, en un desesperado intento de descrédito a quienes estamos aquí para denunciar sus chanchullos y corruptelas, nos acusan de antisistemas, de radicales, y pretenden proyectar una imagen negativa de nosotros y nosotras que no se corresponde con la realidad. Preparándome una entrevista, quise hacer análisis del trabajo institucional que la señora García-Pelayo había hecho en el Ayuntamiento, Senado y Congreso en estos dos últimos años, y su desvergüenza es clamorosa.

En estos dos años que he formado parte de la corporación en el Ayuntamiento no recuerdo haberle escuchado ninguna intervención más allá de ese discurso cargado de bilis que hizo como alcaldesa saliente y del jaleo constante que tiene fuera de micro que no se escucha en la televisión pero que tiene el único objetivo de despistar al que tiene la palabra. Ni una sola defensa, ni una sola iniciativa. Solo insultos fuera de micrófono y muecas. Entra y sale de la sala de plenos hablando por teléfono, con una altiva y clasista mirada de desprecio. Ni saluda, ni da los buenos días. Con ningún otro cargo público de la Corporación he sentido ese desprecio ni esa soberbia. Después tienen la caradura de exigirnos decoro parlamentario cuando llevamos una camiseta o le decimos en la cara lo ladrones que son en su partido.

En el Senado, en los cuatro años de la décima legislatura tiene en su palmarés público una única pregunta escrita. ¡Una! Decenas de plenos, de comisiones, de momentos en los que defender desde su prisma a la provincia y una sola una pregunta (por escrito). Y en el Congreso de los Diputados no tiene ni una sola intervención, ni una sola pregunta escrita, ni una sola iniciativa parlamentaria. Nada. Cero. Es indecente. Es evidente que esta mujer no representa en la institución ni a Jerez, ni a Cádiz ni a nada más allá que a su corrupto partido. Y es más sangrante cuando solo en el caso del Congreso de los Diputados, la señora García-Pelayo se embolsa alrededor de 5.700 euros mensuales. 2.800 por ser diputada electa, con complementos de 1.100 como portavoz de la comisión de Cultura —en la que aún no ha hablado ni una sola vez—, y 1.800 en dietas. Se olvidan entonces de que en Podemos nuestros cargos públicos tenemos el compromiso de limitarnos los salarios y de donar el resto entre otras cosas para parecernos a nuestros representados y representadas. Eso debe ser una medida demasiado revolucionaria como para aplicársela ella en su propia nómina.

Después de dos años sin dar un palo al agua vuelve a la palestra. A pasearse en eventos para lucimiento personal, buscando sacar rédito electoral, y en los que quienes la acompañan se siguen refiriendo a ella como señora alcaldesa. Sintomático. Esta señora, que pretende ser de nuevo la alcaldesa de Jerez, no ha movido un solo dedo por Jerez en la institución que le paga su sueldo mientras se ha estado llevando calentito su sueldo como representante de una tierra que aún paga las consecuencias de sus desmanes, de sus delirios de grandeza y de sus prácticas cortijeras —las mismas que critican de la Junta de Andalucía—. Más humildad y sobre todo, más educación y respeto, señora Pelayo. A la institución y a todos los jerezanos y jerezanas. Bájese los humos, trabaje más por sacar a esta tierra del pozo en la que la habéis metido y por nuestra parte sepa que si de Podemos depende, ni por activa ni por pasiva va a dejar de ser nuestra señora exalcaldesa.

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