Se dice que en verano todo se ralentiza, que las calles se llenan de un calor denso que adormece, y que lo mejor es bajar el ritmo para soportar agosto. Pero en Jerez, este verano, el hastío no viene solo del termómetro: viene también de una sucesión de noticias que han caído como golpes secos, una tras otra, en apenas una semana.
Primero, la pérdida de fondos para Cultura por pura incompetencia profesional y falta de responsabilidad del liderazgo, echando por tierra una candidatura a la capitalidad que ya partía frágil y que necesitaba mimo y visión, no desidia. Después, el colapso del hospital y del servicio de atención a domicilio, que deja a muchos vecinos en la angustia de no saber si recibirán la asistencia que necesitan. Entre tanto, el parque de la Canaleja, como denuncia su vecindad, languidece en el abandono, símbolo verde de lo que podría ser y no es. Y como remate, la polémica sobre la escultura caprichosa del Arroyo, que vuelve a poner de relieve la desorientación y la falta de sensibilidad hacia nuestro patrimonio, subrayada en un manifiesto técnico por quienes desde hace años defienden su valor con paciencia y argumentos.
Es una semana que desanima. No por un hecho aislado, sino por la suma que dibuja un patrón preocupante: improvisación y olvido. Y así, el calor se mezcla con la decepción hasta hacerse casi insoportable.
Caer en la desesperanza es peligroso. Cuando se instala la sensación de que nada mejora, de que todo da igual, se erosiona el compromiso de la ciudadanía proactiva y se abre la puerta al desmantelamiento silencioso de la política como herramienta de transformación. Se adormece el sentido colectivo de pertenencia y responsabilidad, y con ello crece el conformismo: el del trabajador que ya no exige, el del ciudadano que ya no reclama, el del profesional que ya no cree que pueda hacer las cosas de otro modo. Y así, sin resistencia ni esperanza, ganan los de siempre: quienes se benefician del desgobierno y la resignación.
Necesitamos buenas noticias. Las merecemos. No como anestesia, sino como prueba de que esta ciudad puede hacer las cosas bien, con rigor, con cuidado y con respeto a quienes la habitamos. Porque un verano puede ser caluroso, pero no debería ser demoledor.
Ojalá septiembre traiga consigo algo más que el alivio del calor. Que vuelva con una nueva dinámica, con responsabilidad, escucha y visión a largo plazo. Porque Jerez no puede seguir viéndose como una tierra que se desmorona bajo nuestros pies, sino como una ciudad con raíces profundas y futuro posible. Solo hace falta voluntad, rigor y una ciudadanía que no se rinda.
