Jordi Évole con Maduro en Salvados
Jordi Évole con Maduro en Salvados

Han transcurrido más de 200 horas desde la autoproclamación de Juan Guaidó. Durante ellas, nuestras pantallas, salvo honrosas excepciones, no han cesado en su empeño de mostrar solo una parte del relato sobre el conflicto en Venezuela. Guaidó ha aparecido día si y día también como un “revolucionario”, principal defensor de la libertad del pueblo venezolano, acompañado de imágenes de manifestaciones multitudinarias apoyando su figura. Por si todo este discurso mediático no fuera suficiente, figuras carismáticas de gran calado en la población española, como Alejandro Sanz o Miguel Bosé, han aprovechado tanto sus redes sociales como diversas apariciones en medios de comunicación para mejorar la imagen de Guaidó, destacando un famoso directo en Instagram donde Sanz compartía impresiones con Juan Guaidó.

Mientras el bombardeo visual y sonoro sobre un Guaidó heroico era acuciante, la figura de Nicolás Maduro y su gobierno recibía un tratamiento totalmente opuesto. Presentado como dictador o tirano, todo lo que hemos recibido sobre Maduro en este período se ha caracterizado por mostrar lo peor de él y de Venezuela, convirtiéndose en un antagonista invisible, culpable de todos los males que aquejan al pueblo venezolano. Las pantallas solo se han dedicado a reflejarlo como un cacique desconsiderado con la situación que sufre Venezuela, sin mostrar imágenes y hechos alternativos que pudieran contradecir este proceso de construcción de un villano.

En lo que respecta a los actores secundarios, Donald Trump, habitualmente caracterizado como un loco, ahora se ha convertido en un gran defensor de la libertad. Este tratamiento positivo no se reduce a Donald Trump, sino que, junto a él, reconocidos “defensores” de los Derechos Humanos como Jair Bolsonaro o Mauricio Macri aparecen estos días como enormes presidentes preocupados por Venezuela.

Dejando al margen Venezuela, cuya situación es preocupante y requiere de un conocimiento sobre su realidad de la cual este autor adolece, hay varias enseñanzas que debemos extraer y aprender de lo acontecido estas semanas. La construcción del relato hegemónico desgranado en los párrafos anteriores se ve posibilitada por la manera en que los protagonistas y sus discursos son retratados en las pantallas. Al hablar de pantallas no debemos pensar únicamente en la televisión, sino en todas las que marcan la rutina de cada uno de nosotros. Desde la del móvil a la del ordenador, sin olvidar por supuesto la de la televisión.

El follonero Jordi Évole ha evidenciado durante la entrevista a Maduro la necesidad de reconocer a las pantallas la importancia que tienen en la sociedad actual. Por un lado, al ser el único en hacer aparecer en pantalla a Nicolás Maduro y permitir al presidente de Venezuela manifestar en prime time su visión del conflicto. Por otro, y de una manera que ha pasado mucho más desapercibida, a través de los ‘clips’ mostrados en su ‘computadora’, ya que mediante ellos hemos podido ver pedazos de la realidad venezolana, radicando aquí el quid de la cuestión. ¿Cuánto ha influido en nosotros ver, oír, conocer, los relatos de los emigrantes venezolanos en busca de un futuro mejor? La fuerza de la pantalla a la hora de incidir y modificar la percepción de cada uno de los ciudadanos, transformado la opinión pública en su conjunto, es evidente e innegable. Y no, no es que los ciudadanos seamos ‘idiotas’ y permitamos que los medios de comunicación nos afecten, es que los estímulos que recibimos constantemente, al ser destinatarios de miles de imágenes, tuits, etc, ejercen un papel primordial en la construcción de nuestras opiniones y preferencias.

Por tanto, se hace urgente y necesario que las fuerzas progresistas de todo el territorio, destacando las andaluzas ahora que Canal Sur está en el ojo del huracán, asuman la vital relevancia que las pantallas poseen en el día a día de cualquier ciudadano, ya que en mayor o menor medida la mayoría de los individuos están conectados siempre a una pantalla, ya sea desde el móvil donde ve publicaciones en Instagram, Facebook o Twitter a la tradicional televisión. La lucha por lograr que la opinión pública rechace la xenofobia o el machismo de VOX no es que este en redes sociales y televisiones, es que las pantallas donde las personas observamos estos debates se han convertido en el principal terreno de combate político. Los discursos alternativos se construyen desde tuits y publicaciones, aprovechando unas herramientas que la ultraderecha y el neoliberalismo llevan años utilizando con éxito, desde Cambridge Analytica o desde los medios del establishment, diferentes maneras de mantener bajo control a la población.

El rechazo al papel de las pantallas ha aparecido en boca de algunas voces de relativo calado dentro del espacio progresista andaluz, rechazo que en mi opinión es un craso error, porque este rechazo se construye desde la visión del calle o pantalla, en un fetichismo de la calle aferrado a un pasado glorioso de la izquierda que ya no va a volver. Porque la sociedad se ha transformado y con ella las maneras de acercarnos a las demandas y necesidades de nuestro pueblo. No todo es negativo, ya que, si algo hemos aprendido de los últimos años en la política española, es que tanto Podemos hace cinco años como Íñigo Errejón en la actualidad han demostrado que se puede hacer uso de esas pantallas para construir un relato alternativo al hegemónico neoliberal y reaccionario, aprovechando las oportunidades que nos otorgan para fomentar la articulación de una contrahegemonía contraria a la hegemonía planteada por las élites.

Por último, me gustaría comentar un hecho que parece olvidado actualmente. En un foro de debate el año pasado, una importante periodista de la Cadena Ser contaba como se hacía imposible cubrir la información durante el 15M, debido a la velocidad de difusión de las noticias que se transmitían mediante las redes sociales presentes en los dispositivos móviles. Para un joven que durante el 15M era tan solo un adolescente, se convirtió prácticamente en una revelación. Porque es aquel espíritu el que hay que recuperar, combinando el contacto, la ilusión, el espacio público, lo colectivo, con las pantallas, vehículos de difusión, de debate y de confrontación con la hegemonía neoliberal aderezada gracias a VOX con tintes reaccionarios. Cerrar los ojos para no ver las pantallas que nos rodean no cambiará el negro futuro que se avecina. Abrir ojos y brazos en pos de un proyecto de unidad popular que combine lo mejor de la tecnología actual y los valores que defendemos quizás lo haga. Salvemos las pantallas. Salvemos el cambio.

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