Reflexiones sobre feminismo de un hombre feminista

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Manos moradas del movimiento feminista, en una concentración contra los asesinatos machistas.
Manos moradas del movimiento feminista, en una concentración contra los asesinatos machistas. JUAN MARÍA AYALA

Si bien el título de este artículo de opinión no justifica las posibles equivocaciones cometidas en el mismo, si puede explicarlas, al ser solo reflexiones de un hombre educado en el patriarcado y el machismo, que sigue considerándose machista, pero que intenta incorporar a su vida los planteamientos y las reivindicaciones del feminismo por estar convencido de su justicia y necesidad.

Confieso que he dudado mucho sobre la idoneidad de hacer público este artículo, por cuanto puede tener de osado y pretencioso, opinar sobre cuestiones de la que ni soy ni pretendo ser experto o protagonista como hombre.

Pero al final me he decidido a hacerlo, pensando en la importancia que tiene que los hombres feministas, comencemos a decir públicamente lo que pensamos, a manifestar sin temor nuestro apoyo a la igualdad, y por la incidencia que ello puede tener en el necesario cambio que todos los hombre estamos obligados a a emprender, en unos tiempos donde se producen continuos ataques, y acusaciones que pretenden deslegitimar, y desautorizar, todo lo relacionado con las luchas de la mujer, y donde se pretende que la “libertad de expresión” justifique y ampare todo tipo de tropelías, siempre y cuando las víctimas de la situación sean las mujeres.

Sobre esto opino en este artículo, con mis disculpas por adelantado, no a los hombres machirulos que puedan sentirse ofendidos, porque el hecho de que un hombre asuma y defienda las reivindicaciones de igualdad de las mujeres, sino a los millones de mujeres que día a día trabajan por un mundo mas igualitario, y a quienes no es mi intención robarles un ápice de protagonismo.

Recientemente se escuchan voces que responsabilizan al movimiento feminista de no defender las discriminaciones que sufren todas las mujeres, muchas de ellas no basadas en su condición de mujer, quedándose a veces, en lo anecdótico. Pero exigir e imputar al feminismo, un movimiento que está logrando lo que antes ninguno, al conseguir modificar de forma pacífica las estructuras de un sistema criminal, la responsabilidad que nos incumbe a todas y todos, no parece justo ni honrado.

Porque luchar por el fin del patriarcado es sinónimo de hacerlo también por las cientos de miles de mujeres que trabajan en precario en labores agrarias, los invernaderos, en la hostelería, la ayuda a domicilio, en el hogar y los cuidados, en las aulas matinales, extraescolares y comedores de nuestros colegios públicos, por las que sufren discriminaciones por su condición étnica, religiosa, color de piel, o pobreza. Por las miles de adolescente que diariamente son objeto de trata, violaciones, y abusos sexuales, por las que ven mutilados sus órganos genitales, y por todas las mujeres sin distinción.

Pretender la eliminación de la brecha salarial, el techo de cristal, el suelo pegajoso, el techo de cemento, la igualdad en los permisos por paternidad, demandar la paridad, las listas cremalleras, las cuotas, y una participación igualitaria de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, es mejorar las condiciones sociales y económicas, y las expectativas de progreso, de millones de mujeres en el mundo.

O es que acaso no estamos obligados todos, como seres humanos, a luchar contra cualquier forma de injusticia y discriminación, incluidas las concernientes a la igualdad entre mujeres y hombres, o esta es una cuestión que la masculinidad nos ha hecho rechazar, asumir, y entender que solo les atañe ellas.

Este presunto abandono del que se acusa injustamente al feminismo, tiene su correlato, en una cuestión que no se dice porque no interesa, como es el secular olvido y menosprecio que los agentes sociales, partidos políticos, sindicatos, asociaciones, e instituciones en general, encargados de luchar contra estas desigualdades, han tenido históricamente y mantienen aún, con las causas relativas a la mujer. Motivo quizás por el cual fue y es necesario que las mujeres se organizaran en torno a la lucha contra las desigualdades que como mujeres padecen, para demandar los derechos que les son negados por la misma sociedad, que ahora hipócritamente, les reprocha su falta de preocupación.

Entonces hasta que punto podemos exigir a este movimiento que se ocupe y sea a su vez, la vanguardia de todas las discriminaciones que sufren las mujeres, no solo por el hecho de ser mujer, sino por cualquier otra condición o circunstancia, o debemos ser todas y todos los que honradamente asumamos las discriminaciones hacía la mujer, como parte esencial de nuestras reivindicaciones.

Se reprocha también al feminismo querer imponer un modelo de feminismo a todas las mujeres. Pero sin embargo, debemos entender lógico que no acepte y defienda normas, costumbres, tradiciones, que son las causas de la opresión y discriminación que sufren las mujeres. Por eso, desde el respeto a la libertad individua, es justo y necesario rechazar y combatir estas tradiciones y culturas, que hacen posible que muchas mujeres “voluntariamente” asuman y estén conformes con los símbolos y comportamientos que son el origen de su explotación, haciéndoles incorporar y asumir como propia la visión del mundo de los dominadores.

No podemos ser egoístas, ni cortos de mira al pretender que sea solo el feminismo el que asuma la defensa de todas las desigualdades que padecen las mujeres, porque esta es una tarea que bajo su liderazgo, nos corresponde a todas y todos.

Dejar de trasladar nuestra responsabilidad, e incorporar la perspectiva feminista y de género a todas nuestras luchas y reivindicaciones, es una tarea importante que llama a nuestra puerta, y ahí los hombres como principales actores, responsables de la dominación masculina, tenemos la obligación moral de responder.

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