En Gaza se despliega la cruda materialidad de lo que E. Dussel identifica como el momento material de la ética: la realidad concreta de los cuerpos sufrientes, de la vida negada. Las cifras de muertos, heridos y desplazados no son meras estadísticas; son la encarnación misma de la víctima, el criterio último de verdad ética. Este dolor masivo no es un “daño colateral” de un conflicto lejano, sino la manifestación de una Totalidad opresora —un sistema-mundo eurocéntrico y colonial, que es la unidad Israel, EEUU y Europa— que ejerce su poder necropolítico para producir, permitir y legitimar la aniquilación de la Exterioridad, es decir, de aquello y aquellos que escapan a su lógica de dominación. El pueblo gazatí es la Exterioridad absoluta, el Otro negado cuyo rostro, multiplicado en miles de miradas que interpelan desde el horror, grita una verdad que las narrativas hegemónicas intentan silenciar. Este genocidio, documentado hasta la saciedad por organismos multilaterales, como la propia Comisión de Investigación de la ONU, es la expresión máxima de lo que Dussel denomina la falibilidad estructural del sistema, o sea, consecuencia directa que no puede sino producir víctimas. No es un accidente, es el resultado de un sistema que produce opresión de forma sistemática y continua.
Este sistema que se mantiene gracias a la dominación de un otro (el palestino) y su expulsión del horizonte político, no es reformable solo desde dentro. Su estructura misma es falible éticamente porque impide el reconocimiento pleno del otro como sujeto. Así, la denominada solución de los dos Estados, no es más que una falacia con la que el poder político quiere justificarse ante la opinión pública.
La Ética de la Liberación nace precisamente del grito, del pathos de la víctima, que exige una respuesta no solo de compasión, sino de praxis transformadora. La interpelación ética que emerge de los escombros de Gaza no es una invitación a la reflexión, sino un imperativo categórico de liberación que convoca a los pueblos a levantarse contra la razón instrumental de la Totalidad (el sistema dominante), y a luchar por la vida, desde la vida misma.
Frente a este paisaje del horror, la pasividad cómplice de las instituciones y gobiernos occidentales no es solo una falla política; es la negación misma de la ética. Representan la «Totalidad» de un sistema-mundo opresor que, con declaraciones tibias o con un apoyo activo, blanquea y permite la aniquilación de la «exterioridad», de los excluidos. Ante esta Totalidad indiferente, Dussel llama a la transformación comunitaria. Los pueblos, la gente que siente en su propio corazón el Rostro del Otro gazatí, tienen el derecho y el deber ético de rebelarse contra esta barbarie. La legitimidad de esta rebelión nace del grito de las víctimas, que nos exige una praxis de liberación concreta.
Esta razón cordial, que piensa sintiendo y siente pensando, nos exige descolonizar la empatía: sentir el dolor gazatí con la misma intensidad con que sentiríamos el de nuestras propias familias. Y esa emoción debe traducirse en un compromiso irrevocable. La indignación moral está canalizándose en acciones concretas de denuncia y solidaridad que rompen la indiferencia. Las protestas contra la presencia del equipo de Israel en la Vuelta Ciclista son un acto de desobediencia simbólica contra el blanqueamiento deportivo de un Estado acusado de crímenes de lesa humanidad y genocidio. La expedición internacional de barcos civiles, la Global Sumud Flotilla, cuyo objetivo es romper el bloqueo israelí sobre Gaza y las manifestaciones que recorren numerosos países en apoyo a la flotilla señalan la rebelión ética en marcha.
Hambre x Hambre
Y en el plano más radical de la corporalidad solidaria, el ayuno ético de 24 horas convocado para el 20 de este mes, es una praxis de liberación encarnada. Es la voluntaria experiencia de la necesidad, un acto para politizar el cuerpo y sentirlo, aunque sea de manera mínima y simbólica, como un cuerpo-con-el-Otro que sufre. Es un grito mudo que dice: "Si tú no comes, yo tampoco. Tu hambre interrumpe mi bienestar".
Estas acciones no son marginales; son la expresión vital de una comunidad que se organiza desde abajo, desde la periferia del sistema, para interrumpir la indiferencia de la Totalidad. Es el pueblo, como comunidad ética, ejerciendo una crítica material y diciendo "¡Basta! Nosotros, desde nuestra responsabilidad frente al Rostro del Otro gazatí, somos ahora el sujeto histórico que debe forzar el cambio.
La historia juzgará a esta generación no por su silencio cómplice, sino por su respuesta ante el exterminio. El tiempo de la neutralidad ha terminado. El tiempo de la ética militante, el único capaz de enfrentar la barbarie, es ahora. Gaza no puede esperar. Nuestra humanidad, tampoco. La liberación del oprimido es la única condición para la liberación de la humanidad toda.
La ética no comienza con abstractos principios universales desconectados de la realidad, sino con el grito del Otro, con la interpelación concreta de la víctima que sufre. Decía Dussel: "¡El Otro me interpela!". El ayuno no nace de una idea abstracta, sino de una interpelación concreta. Las imágenes, los sonidos y las historias que llegan desde Gaza (el "Otro" que sufre) nos interpelan, nos rompen nuestra cotidianidad y nos exigen una respuesta. El ayuno es la respuesta material a ese grito.
Se trata de un acto de com-pasión (padecer-con) que reconoce la humanidad del otro y se niega a aceptar su sufrimiento como normal o lejano. Renunciar a comida en "gesto de empatía con su sufrimiento" es la materialización de esta comunidad. Es un acto simbólico-potente donde el cuerpo propio se convierte en el campo de experimentación y protesta. Al sentir hambre de manera voluntaria, se realiza un pequeño acto de acercamiento corporal al hambre y la desposesión forzada que se vive en Gaza. Es un "ponerse en el lugar del otro" no retórico, sino físico y ético.
El ayuno es un acto de negación de un acto que afirma la vida (comer) para denunciar una negación mucho mayor y violenta de la vida (el bloqueo, los bombardeos, la muerte). Al negarte temporalmente el sustento, estás diciendo: "Me niego a participar con normalidad en un sistema que permite que se niegue el sustento y la vida a otros". Es una huelga simbólica del acto de vivir para visibilizar la interrupción violenta de la vida del Otro.
La ética debe traducirse en praxis de liberación, en acciones factibles que transformen la realidad injusta. La protesta pacífica es un canal fundamental para esta exigencia. El ayuno es un arma pacífica pero potentísima. La resistencia concreta para romper el bloqueo es tanto física (la Flotilla) como simbólica (el ayuno que busca romper el bloqueo mediático y de la indiferencia). La resistencia es un acto que afirma la humanidad común frente a un sistema que intenta deshumanizar tanto al opresor como al oprimido. El Ayuno Solidario se transfigura, deja de ser solo un "gesto simbólico" (que lo es) para convertirse en un acto ético-político que exige responsabilidades, que llama al gobierno español a que abandone la retórica y apruebe las medidas de embargo real, que rompa relaciones diplomáticas y comerciales con Israel, que impida el tránsito de buques por puestos españoles con destino a ese país así como el uso de las bases militares de Rota y Morón para operaciones de apoyo al régimen sionista. Pero también es una llamada a la Comisión Europea, a su responsable Ürsula von der Leyen, para que exija al gobierno israelí parar la hambruna y el genocidio, a que la UE rompa cualquier tipo de relaciones y acuerdos con Israel. La rebelión ética frente al genocidio está en marcha y las dirigencias políticas no podrán no dar respuesta por mucho tiempo.
