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Suena el despertador como cada mañana y como cada mañana es una pequeña gran tarea apagarlo. En la última habitación de la residencia en la que se encuentra, Raquel, vive atrapada en un cuerpo que le limita su libertad. Afectada de Parálisis Cerebral desde su nacimiento, no conoce otra cosa que eso, por lo que, afirma sonriente, no puede echarlo de menos. “Es como si echaras de menos volar sin ser un pájaro”, explica.

Con todas las capacidades intelectuales en perfecto estado, un sentido de la agudeza y la ironía por encima de la media, esta chica de apenas 35 años asume su realidad con serenidad aunque consciente de sus limitaciones físicas. Las propias y las ajenas. No hay mayor barrera que la que ponen los demás al conocer a alguien como ella. “No soy tonta, no tienen que hablarme como si lo fuera”, suele quejarse con relativa frecuencia. Raquel no soporta la condescendencia ni que simulen entenderla. “Si no me entiendes, pregunta”, replica. Tiene dificultades en la producción del lenguaje y hace falta un poco de paciencia y maña para comprender su forma de expresarse. Pero ella habla también con los ojos encendidos de sueños y pasiones y con la risa a carcajadas de su sencillo sentido del humor.

Como cada mañana, Raquel necesita ayuda para casi todo, la dependencia es un estado natural al que ya se ha acostumbrado aunque nunca termine de hacerle gracia. Con todo, ha trabajado y trabaja las mayores cotas de autonomía que su cuerpo le permite. Tienen que lavarla, darle de desayunar y prepararla en la silla. Después, podrá ponerse con el ordenador un rato, o dar un paseo por las instalaciones en las que reside en plena ciudad o por fuera de ellas. La calle, sin duda, otra barrera infranqueable de la que la autoridad pública no toma conciencia, a ninguno de los niveles. Las aceras, irregulares, llenas de boquetes, con árboles al medio, y poco rebaje para cruzar la carretera, lo cual se convierte en todo un ejercicio de valentía. Los accesos a muchos establecimientos y edificios están plagados de escalones y ausentes de un sistema que propicie su entrada.

Junto a todo eso, los dolores físicos de un trastorno que requiere de rehabilitación constante y fortaleza psicológica aún más permanente. Y más limitaciones, para paliar el dolor, la poca preocupación, de nuevo desde el sector público, por legalizar determinadas sustancias que mejoran la calidad de una vida de por sí algo mermada. Prácticamente debe procurarse bajo cuerda y con el silencio cómplice de muchos. Difícil sonreír cada mañana, y difícil levantarse con ánimo, podrían ustedes pensar. Y sin embargo, Raquel reparte sonrisas y consejos, ofrece su ayuda siempre que puede y regala conversaciones profundas. Para ella la vida es todo lo que alcanza su alma y su corazón. Es decir, el infinito.

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