Un mensaje aparecido en un bloque de vecinos.
Un mensaje aparecido en un bloque de vecinos.

A cualesquier personas que salieren en persecución de los dichos moros sesenta libras por cada uno que presentaren vivo y treinta por cada cabeza que entregaren de los que mataren. Y si acaso las personas que los trajeren vivos quisieren más que sean sus esclavos, tenemos por bien dárselos por tales, y concederles facultad para que como tales esclavos los puedan luego herrar.

Decreto de expulsión del virrey de Valencia (1609).

En el 1600 ya había señoras y señoros gritando e insultando por las ventanas. Esto de señalar y denunciar al vecino no es nada nuevo. Es más, diría que la imagen de aquí arriba representa fiel y esencialmente al Reino de España. Pues nuestra identidad se basa, desde su origen, en la exclusión, el odio y el señalamiento de lo diferente. La mal llamada “reconquista” y la posterior persecución de todo aquello que no encajara con los cánones (judíos, musulmanes, moriscos, putas, maricones, gitanos), no hubiera sido posible sin la fiel colaboración de súbditos ejemplares dispuestos a todo, en pro de la Corona y del hacer cumplir sus normas y directrices. Señalando, por ejemplo, a los que “no se vistieran por los pies” (usaran túnicas o ropa femenina) o “no hablaran en cristiano” (árabe, hebreo, caló). Es más, por denunciar a tu vecino te podías ganar el 50% de sus posesiones una vez fuera expulsado o asesinado. Y así nació España, y los españoles, y los mucho españoles. Y desde ahí, desde que existimos, comenzamos a entendernos a nosotros mismos desde la contraposición (lo que no somos) y desde la envidia (el quiero y no puedo). Ansiosos por aquello de la apariencia, y cuidadosos de no mostrar cualquier cosa que pudiera interpretarse como distinto. Está en nuestros genes y es difícil cambiarlo, en este país es muy complicado pensar por uno mismo. Y por eso, los que sí, lo viven en una especie de militancia o batalla personal. Y ahí están, los que quizá no aplauden en los balcones porque no les apetece, o porque prefieren agradecer a los sanitarios de su entorno de manera personal, o porque lo hacen prendiendo una velita a su santo, o porque ya decidieron cambiar su voto en las próximas elecciones… yo qué sé. Me parece natural que nos asustemos, que nos dé miedo la enfermedad y la muerte. Pero lo que no es natural es que este miedo se base en la comparación con “los otros”, a partir de ese ranking de países según las estadísticas de defunciones y contagios. Me parece bien que todos colaboremos en frenar su propagación, pero no el obedecer ciegamente indicaciones ambiguas o de dudosa legitimidad. Esto nos toca a todos, sí, pero eso no quiere decir que de repente el virus nos convierta en un colectivo nacional homogéneo y estúpido que solo es capaz de razonar en grupo. Por eso me cansa mucho este énfasis repentino en lo colectivo: los aplausos, los intentos de himnos con cancioncitas del Dúo Dinámico o Mónica Naranjo, o los nuevos anuncios de televisión en donde pareciera que hemos vuelto a ganar el Mundial. No, ante la muerte no somos españoles, chinos o alemanes. No es que, de repente, nuestra idiosincrasia nos haga más alegres o vitales que los demás. No es que un chino se muera porque sea chino, y tú no, claro, porque eres de Valladolid. Dejo esta reflexión a manera de testamento, quién sabe, quizá me infecte, me dé una neumonía y muera pasado mañana en un hospital público de Madrid porque no quedan camas ni respiradores. Hay que ser consciente de esto y creo que es bueno plantearse la idea, porque es una posibilidad. Solo deseo que, si me muero, ojalá sea porque salvaron a alguien que represente lo que menos les gusta: alguien que sea moro, puta, sudaca y maricón, todo a la vez, un sin papeles que no se vista por los pies y que sólo hable catalán. Una mala vecina que salió a comprar más de la cuenta porque le gusta el pescado de la pescadería y la fruta de la frutería, o porque a las dos de la tarde se le antojó bajar a la tienda a por una puta cerveza. Alguien que no sea tan cortito de mente como para creer que el contagio de este virus depende de los metros que camine un perro, o que el reparto a domicilio del Mercadona les vaya a librar de la muerte.

Ay por la mancha que llevo en la frente murmura la gente que soy pecaora. Mientras yo me metía en mi pecho, mientras que mi pecho la traición me llora. Lloran por ti si te quieren, no lloran cuando te envidian . Y a mi tanto me envidiaron que de mi mal se reían

Tangos de la tía Juana (madre de Camarón).

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