Permítanme quienes suelen seguir estos artículos míos que por un día deje la política a un lado, permítanme que les cuente lo que fue el sueño de una noche de verano en septiembre contrariando aquella letra porteña que cantaba que 20 años no es nada, porque de la mano de El Barrio quienes pisamos el ruedo de la plaza de toros de El Puerto el pasado sábado salimos convencidos de que ese viaje inciático que iniciara allá por 1996 ha dado para mucho.
A las diez en punto de la noche, con esa precisión horaria que requiere todo aquello que se celebra en un escenario taurino tan maravilloso, aparecía en escena entre luces y sombras aquel joven del barrio de Santa María que comenzara su carrera sonando flamenco y que a lo largo de estos 20 años ha transitado con éxito por el exigente panorama de la música española sorteando las modas del momento y los intereses comerciales.
Y estuvo con nosotros lo que dura un partido de futbol con prórroga y tanda de penaltis incluida. 145 que a muchos, casi todos, parecieron pocos porque esa noche la música de El Barrio acortaba los minutos convirtiéndolos en segundos y provocando la comunión perfecta entre el artista y su público, porque ese público que abarrotaba el recinto no es un público cualquiera, son los barrieros, el colectivo humano más transversal que podemos encontrar en cualquier concierto. Selu Figuereo es capaz de convocar en un mismo acto a padres ya maduros y a sus hijos adolescentes, a gente de la más variada condición social y del más variopinto gusto musical, El Barrio une generaciones, clases sociales, flamencos y rockeros, convirtiendo a todos en barrieros, especie universal que se alimenta de sus letras y su música.
Y comenzó siendo fiel a sus orígenes flamencos y a su permanente vocación innovadora con los sones de su Yo sueno flamenco, el tema estrella del disco con el que comenzó su caminar y que ha estado siempre presente en sus recopilatorios, su particular manera de decir gracias a la vida y a la música que le han dado tanto. Y a renglón seguido Calla, la bulería transgresora de los cánones en el fondo y en la forma, declaración de principios cuando canta: “Mi sueño son los pilares que sostienen el amor…”, amor que convertiría en el hilo argumental de su ya larga carrera musical hasta llega a ser un Ángel de amor a punto siempre de convertirse en Ángel malherido, un ángel que seduce y sólo pide que lo escuchen y que no le den la espalda, según sus propias palabras.
Y en algunos de sus temas más conocidos aparecían los incisos, espacios que parecían improvisados pero que al final eran puertas que abría para dejar entrar otros aires, los aires flamencos de otros palos que invadieron la bulería o los rockeros que aparecieron a mitad de Nos vamos pa Madrid en forma de Rock de la cárcel que tan magistralmente interpretaran, cada uno en su estilo, Elvis y Miguel Rios.
Y mientras el tiempo volaba, su historia musical de estos 20 años pasaba ante nuestros ojos despertando en algunos momentos una especie de estado hipnótico donde su voz, acompañada de los mejores músicos de los que se ha rodeado hasta ahora y de una escenografía casi mágica con imágenes en blanco y negro proyectadas sobre la parte superior del escenario, se apoderaba de la voluntad de las más de 8.000 personas que habían decidido sumarse de manera inconsciente a una maravillosa terapia de grupo dejando atrás la pesadumbre de sus vidas cotidianas al menos durante las más de dos horas que estuvo sobre el escenario. Mereció la pena sumarse al aniversario…
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