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La historia recordará que la guerra de banderas resucitó el fantasma del nacionalismo extremo que ha hecho siempre del guerracivilismo su razón de ser.

En esto que tanto parece preocupar en España y también fuera de aquí yo estoy con aquello con lo que Serrat terminaba su canción: “Hoy puede ser un gran día y mañana también”. Y es que cada día que pasa lo del 1-O me recuerda más aquella simpática película de forajidos que llevaba por titulo Dos hombres y un destino y que protagonizaron en el año 1969 Paul Newman y Robert Redford.

Contaba aquella película la historia de Butch Cassidy y Sundance Kid, los líderes de un grupo de pistoleros y asaltantes de bancos y diligencias que asolaban el estado de Wyoming. El organizador de todas las fechorías era Cassidy mientras que Kid era el encargado de llevarlas a cabo, el ejecutor de los planes de Cassidy. A tal extremo llegaron sus fechorías que el brazo armado de la ley organizó un pelotón permanente que los perseguía allá por donde iban. Tal fue la presión a la que se vieron sometidos que terminaron marchando a Bolivia para poner a salvo su vida y haciendas aunque la historia real cuenta que terminaron en Buenos Aires siguiendo una ruta a través de Chile.

Hasta aquí la síntesis cinematográfica de una historia que fue real. Bien es verdad que Junqueras dista mucho de ser el Butch Cassidy que protagonizara Paul Newman y que Puigdemont, a no ser por la caída irreverente de su flequillo, no tiene otro parecido con el personaje que encarnara Robert Redford, pero la historia en sí guarda ciertos paralelismos, sobre todo en el caso de Puigdemont cuyos predecesores en el cargo saquearon las arcas catalanas tal como viene afirmando la investigación judicial en torno a Pujol y Más, por mucho que Cataluña no sea aquel Wyoming que sirvió de escenario real a las fechorías de Cassidy y Kid. 

Y es que en la historia actual del procés Junqueras ha asumido el papel de organizador del gran golpe que tiene en el referéndum el más preciado botín, mientras Puigdemont, prototipo del tonto útil, ejecuta de su puño y letra el plan trazado por su socio y que acabará cavando su fosa política y la de su renovado partido, aunque no es de extrañar que mañana ambos pongan rumbo a su particular Bolivia como final de su viaje a ninguna parte, escribiendo así la versión catalana de Dos hombres y un destino, que más bien podría calificarse de versión bufa si no fuese por las terribles consecuencias que sus actos y los de sus secuaces están teniendo para la convivencia entre catalanes y de estos con el resto de españoles.

Lo que estamos viviendo en el Wyoming catalán asolado por este par de bribones pasará a la historia como el momento en el que padres dejaron de hablar a sus hijos, hermanos se juraron odio eterno como si de una nueva generación de Capuletos y Montescos huidos de la tragedia lírica de Bellini se tratara. La historia recordará que la guerra de banderas resucitó el fantasma del nacionalismo extremo que ha hecho siempre del guerracivilismo su razón de ser. Si las guerras de religión explican las motivaciones últimas de las grandes guerras que históricamente destruyeron Europa, algunos han debido pensar que en estos tiempos revueltos a falta de religiones buenas son banderas.

A pesar de todo esta mañana sigo pensando que hoy puede ser un gran día y mañana también y he querido celebrarlo haciendo de ese día, al que cantaba Serrat, un día eterno que he querido comenzar de buena mañana volviendo a oír aquella canción del valenciano Raimon: “Al vent, la cara al vent, el cor al vent… al vent del mon”.

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