Frente a la Estrategia de Seguridad de EEUU

¿Adónde podemos mirar o acudir si tan solo aspiramos a un mínimo de certidumbre que permita tener expectativas de desarrollar nuestros objetivos vitales?

Trump, con militares en el depsacho oval.

En fechas recientes, el Gobierno de los EE.UU. ha publicado su Estrategia de Seguridad Nacional.  Un documento relativamente breve y directo que, como ha señalado con acierto Juan Torres en un reciente artículo, es una confesión casi cándida de los miedos y debilidades de un gran imperio “que ya no es lo que fue”, y que se enfrenta a una situación de declive (probablemente irreversible, según algunos autores), sin querer reconocer la influencia que en esta situación tienen las profundas contradicciones y desigualdades que carcomen su sociedad.  Una sociedad nominalmente del primer mundo, pero horadada por problemas más propios del tercer mundo.  El recurso al militarismo, y al poder duro, como suelen hacer los regímenes autoritarios en declive (véase Putin) sólo está llamando al desastre y el dolor (véase Ucrania).

En el nuevo planteamiento estratégico ha levantado especial revuelo una realidad que se venía avanzando desde que Donald Trump tomó posesión de su cargo.  Manifestaciones tanto de personas próximas a él (como Elon Musk) como de los círculos más cercanos a su Gobierno (como JD Vance) apuntaban con descaro hacia una oposición directa a lo que supone (suponía o debería suponer) el proyecto de la Unión Europea.  Sin sonrojo alguno, se quiere devaluar el proceso de unión y de sus principios, en favor de una vuelta a los que denomina “valores tradicionales de la región”, no explicitando (porque no es posible) cuáles son esos valores, pero cuya pretendida pérdida sí parece encontrar una causa recurrente: la inmigración.

No merece más comentario en documento en sí, salvo por lo que representa y, por supuesto, por sus efectos y sus consecuencias previsible.  No esconde nada, por otra parte.  Es coherente con los principios que planteaba la agenda 2025 de la Fundación Heritage y con los movimientos reconocibles a lo largo de toda Europa.

La cuestión es qué hacer ante esto.  La UE ha dado muestra de su debilidad y lentitud crónicas, cuando no de evidencias de vasallaje.  Inmersa en un contexto geopolítico y, sobre todo, geoeconómico que no parece saber abordar, con problemas internos en cada país, con la amenaza de su propio cuestionamiento interno y con una guerra de cuyo proceso de “paz” (muy parecido a una exigencia de rendición) parece descolgada y abandonada, no está sabiendo, o no está pudiendo, dar una respuesta mínimamente coherente como institución a una amenaza existencial contra lo que representa.  

Por otro lado, no puede obviarse que, a nivel de cada país, un porcentaje muy importante de ciudadanos pueden estar de acuerdo con la política de trazos gruesos que muestra el documento, sin siquiera pensar cuánto representa realmente de sumisión y de aceptación de una auténtica intromisión en la política interna que debería ser inaceptable (en una suerte de incoherencia inexplicable de postulados que se dicen precisamente muy nacionalistas).

A nivel nacional, parece haberse ignorado el tema.  La política nacional (si pudiera realmente llamarse así) está putrefacta.  Nadie es capaz de transmitir el más mínimo atisbo de proyecto de construcción nacional.  De entender y conformar como país, los acuerdos que serían necesarios para reforzar los pilares constitucionales que nos permitirían afrontar el futuro más incierto de las últimas décadas.  No es una crisis cualquiera.  Es un cambio de paradigma que, como decíamos en nuestra primera columna, no sabemos a qué nuevo orden nos lleva, pero sí hay la certidumbre de que nos aboca a un gran desorden mundial. 

Los riesgos son muchos.  Demasiados.  Mientras, lo que escasea es la capacidad de plantear un proyecto de futuro.  Capacidad casi nula en nuestros gobernantes, más preocupados, en el mejor caso, por mantenerse que por progresar realmente en la conformación de un país que funcione.  Las expectativas ciudadanas tienen pinta de reducirse a lo elemental.  Y la desafectación natural a que conduce la realidad diaria solo sirve para apuntalar los postulados de que estamos alertando. 

¿Adónde podemos mirar o acudir si tan solo aspiramos a un mínimo de certidumbre que permita tener expectativas de desarrollar nuestros objetivos vitales (muchas veces, los más fundamentales)? Si quienes únicamente tienen un proyecto, una “estrategia”, son quienes relativizan la importancia de los derechos humanos sobre una pretendida libertad individual de mentira, dónde queda nuestro espacio de democracia participativa y nuestros derechos ciudadanos. No hay respuesta.  Tal vez algunos piensen que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU. durará lo que dure Trump, y que ya vendrán tiempos mejores.  Entre tanto, el mal no descansa, y planifica… como este documento demuestra.