Una persona deposita su voto en unas elecciones.
Una persona deposita su voto en unas elecciones. MANU GARCÍA

Confieso que últimamente tengo una sensación de hastío, repelús, rechazo e incluso, y tal como el significado de este gitanismo —un préstamo de los muchoscientos del caló al castellano— que es el que encabeza el artículo, también lo muestro y no lo escondo porque viene conmigo en los bolsillos desde hace un tiempo: miedo, jindoi, jindama y pavor. No lo tengo a los resultados electorales venideros, no me malinterpreten, sino al modo en el que se nos presenta la sociedad de este año con zapatos nuevos.

No es algo que nos venga de nuevas, pero sí que es cierto que la sociedad se ha polarizado tanto como hacía tiempo que no lo veía a excepción de lo que le rodea al mundo del fútbol, que es en mi opinión lo más parecido a esta división de forofos, trolls y seguidores acérrimos con una monolítica forma de ver las cosas. Y ya no es sólo un debate que se quede en las redes sociales, sino que se ha trasladado al día a día. No hay café tranquilo sin escuchar una memez, un comentario soez o inclusive, una subida de tono por el monotema. Sigue el clima enrareciéndose y haciéndose efectivamente, cada vez más denso y eso no se lo debemos precisamente a la gente de a pie, sino a nuestros y a nuestras representantes que han estirado tanto el chicle, se han faltado tanto al respeto, se han echado en cara tantas mentiras y tantos bulos y tantos y tantos intentos de zascas, que han conseguido que esas formas del Congreso se extrapolen a las comunidades, a los ayuntamientos y cómo no, a las calles. No ha sido al revés bajo ningún concepto.

Estamos aprendiendo las formas de quienes teóricamente nos están representando y lo que es peor, estamos incluyendo en nuestro día a día sus discursos, aunque sean una mentirijilla, una verdad a medias o una falacia dándonos igual, pues el hooliganismo está ganando enteros. No sé a dónde llegaremos, pero lo confieso, qué jindama. Ahora que por ejemplo a nuestra Andalucía se nos vienen unas próximas elecciones, volveremos a ver a trolls, forofos y acérrimos agregados debatir con sus respectivas soflamas. Las redes evidentemente serán el campo de batalla donde se bombardearán los improperios más bárbaros para defender las posturas políticas más diversas e incluso, en las calles volveremos a ver algún que otro espectáculo lamentable de personas discutiendo y defendiéndolos a capa y espada para que, una vez más y cuando todo acabe, vuelvan a sus poltronas. Luego ya se verá si se defiende lo que se dijo al principio o si el principio que se defendía era un brindis cara al sol; de Antequera, quiero decir.

En cualquier caso, tal ha sido la influencia de la actual política, que las artimañas que allí suelen usarse también las hemos incorporado en todos y cada uno de los procesos electorales no relacionados directamente con ella. Lo mainstream es ahora el divorcio con la tolerancia y la falta de respeto, dejando para los boomers aquella frase hecha del “sentido de Estado”. Pues ese sentido, como cuando nos pasa el covid por encima, que acabamos un tiempo sin olfato, también se ha perdido, trasladándonos al campo de batalla en cualquier proceso de elecciones, incluidas las corporaciones cívico-religiosas, pues aquí no se salva ni Dios. En las Hermandades, como ya es sabido, se mueven loables deseos de hermanos de la misma para poder liderar los designios de la corporación durante una serie de años, pero también hay quienes lo hacen por el simple poder fáctico y su respectivo ascenso social. Desgraciadamente es una práctica real, no inventada que hace que las mismas se conviertan en clubes selectos donde se hacen pagar cuitas pendientes. Qué feo, ¿verdad? Las hay que incluso expulsan de todo cargo de responsabilidad a hermanos por decir “Vox es de fachas”, pero también las hay que no hicieron nada en su día cuando otros dijeron que darían “una semana de vacaciones a todo Guardia Civil que haga caer a quienes se saltan la valla de Melilla”. En fin, las cosas de Palacio, que son inamovibles.

En las últimas décadas se han incorporado en las candidaturas de las Hermandades los eslóganes, logotipos, convocatorias de prensa, sesión de fotografías, programas, dípticos, cartas, redes sociales y un sinfín de cuestiones parecidas de algún modo a las de los partidos políticos cuando vamos a elecciones, lo malo de todo esto, insisto, es que también se han incluido las malas artes. En base a ello, no es de extrañar ver de nuevo al público tomando como lógica la crítica feroz e hiriente con sus forofos, trolls y seguidores acérrimos que calientan el ambiente contra sus teóricos hermanos. Qué decir de las comidillas de barra de bar e incluso, aquellos que ya han llegado a las manos por no estar de acuerdo en el resultado de unas elecciones. Qué jindama. Y ha sucedido no pocas veces.

Como vemos, la sociedad parece polarizada hasta límites insospechados, llegando a golpearse por unas elecciones e incluso, para detener a porrazos a una persona que ha robado una caja de langostinos en un Lidl en una detención ilegal, por cierto. En cualquier caso, la última de las maniobras electorales se ha podido ver en una Hermandad sevillana, utilizando para ello las normas eclesiásticas, que son las que son. El caso es la intencionalidad con la que se hacen las cosas y la mala leche que se ejerce en esta sociedad democrática, plural, justa y ética – nótese la ironía -. Donde seguramente no hay polémicas es en las elecciones a presidente de la comunidad, ahí todo el mundo sale por patas a excepción del Señor Cuesta, al que le deseo toda la salud del mundo.  Qué follón, Paloma, qué follón.

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