Postales a modo de christmas

Una reflexión sobre cómo celebramos estos días, sobre las luces exteriores y las interiores, sobre cómo el consumo lo ha invadido todo

21 de diciembre de 2025 a las 13:10h
Luces de Navidad en Cádiz.
Luces de Navidad en Cádiz.

"No sé qué decir, excepto que es Navidad y hay que sufrirlo".

Película Qué Bello es Vivir de Frank Capra. - 1946.

(Aunque esta frase no se escucha literalmente en la película, sí que son unas palabras simbólicas que encienden el sentimiento de agobio o de resignación ante la Navidad, que siente George Bailey, personaje interpretado por James Stewart ).

Felicidad, consumo, convivencia, soledad, abrazos, saludos, buenos deseos, recuerdos de vivencias que se fueron, hogar, regalos, chimeneas encendidas, villancicos, panderetas, ansiedad, risas y sonrisas regadas con buenos caldos y sin que faltasen los belenes con el establo de paja...

Es así como diciembre nos trae cada año estos días llenos de vivencias contradictorias

Hace ya tiempo que el voraz mercado único irrumpió sin permiso con sus potentes garras para colocarnos en el salón el llamado árbol de Navidad tan alejado de nuestras costumbres.

Tal vez fue el primer pequeño síntoma de los vientos consumistas que ya soplaban, cargados de regalos traídos para la ocasión por Papá Noel, igualmente alejado de lo que venimos en llamar "nuestras tradiciones". Parecía que la noche de Reyes fuese poco y hubiese que exprimir el limón del consumismo que se avecinaba duplicando regalos y días de reparto.

Este decorado navideño emanaba una felicidad, a toque de cornetín, en el que las luces interiores de cada uno brillaban, hasta entonces, un poco más que las exteriores. El actual consumismo, ya desbocado, ha ido aumentando la intensidad de las luces exteriores, hasta ir arrinconando, poco a poco, hacia la penumbra todo lo demás.

Las habladurías, los chistes y chascarrillos populares surgidos, fundamentalmente, alrededor de la cena de Nochebuena, nos hablan de que dichos encuentros fueron perdiendo un poco las luces interiores. En muchas cenas se trata de aguantar la noche, de cumplir con ella, de fingir, de sonreír y cantar sin ganas, e incluso de que surjan ciertas indiscreciones cruzadas entre comensales...

Estos encuentros se están convirtiendo, en cantidad de casos, en una cuasi representación teatral tragicómica. Igualmente, la creciente tensión social actual, también comienza a influir negativamente en el desarrollo de los mismos.

Con estos pensamientos iba transcurriendo mi paseo diario en una tarde ya a punto de desaparecer.

Las ofertas, como siempre, permanecían expuestas y a disposición de la asidua clientela. Grandes cajoneras estratégicamente colocadas y repletas de todo tipo de mercancías revueltas y amontonadas, ocupaban las calles de la gran superficie comercial demandando la atención de los últimos usuarios del día.

No importa su nombre, ni su edad indefinida, ni su origen pero me llamó la atención una persona que ví acercarse a una de aquellas cajoneras para escudriñar sin titubeos y llevarse lo que fuera tras un fugaz primer visto bueno. Satisfecho de lo conseguido, siguió caminando sin percatarse de los semáforos en rojo y sorteando los coches que casi le rozaban recriminándole con sus bocinas. Sin darse por aludido y ajeno a todo, proseguía su camino mientras empujaba su carrito adaptado para su quehacer cotidiano hasta que desapareció de mi vista.

Por un instante me quedé pensativo a pesar de no importarme su nombre, ni su edad indefinida, ni tan siquiera sus circunstancias. Imaginé que al llegar a casa ordenaría lo conseguido y decidiría, una noche más, qué cosas le vendrían bien para él, qué otras necesitarían de algunos retoques previos y cuáles trataría de vender directamente y de forma clandestina, a precio asequible en cualquier plaza de la ciudad.

¡Pura ganga! Nada de precios de saldo. ¡Todo gratis!

Faltaba poco para que el servicio de basuras pasase vaciando todos los contenedores colocados en las amplias calles y avenidas. Mañana, pensé, será un nuevo día lleno de inéditas ofertas y seguro que volverá a salir con su carrito recorriendo los expositores del gran bazar en que se convertía la ciudad de forma permanente, sobre todo a la caída de cada tarde.

Eso sí, sin libros de reclamaciones, ni servicio de devoluciones por deterioro o engaño.

Continué mi paseo reflexionando sobre cómo la armonía  -un ingrediente siempre indispensable-  se ausenta o desaparece para siempre, en no pocas ocasiones, de eso que llamamos la vida. Me preguntaba, en definitiva, sobre si de verdad la vida es bella, como rezaba el título categórico de aquella película italiana oscarizada de finales de los noventa, almibarada en mi opinión y empeñada en ocultarnos lo único que define a un campo de concentración: barbarie, iniquidad, deshumanización y muerte. 

La historia de aquel hombre  - de nombre desconocido, edad indefinida y signos vitales casi imperceptibles -, deambulando invisible por el gran mercado de la ciudad carecía, incluso, de banda sonora.

Un perro callejero, ajeno por completo a mis pensamientos, se paró husmeando el lugar exacto para hacer sus necesidades.

Ausente, le miré con mi mirada perdida y proseguí mi paseo.

Una especie de cabalgata avanzaba por una de las avenidas principales. Busqué un lugar para poder verla. A veces solo escuchaba una música estridente o veía grandes pancartas llevadas por personajes ataviados de carnaval.

Trataban de hacernos reír. Me empecé a agobiar con las máscaras que aparecían de repente corriendo entre el público. Me asusta lo imprevisible. Me encogían los ruidos inesperados o las carcajadas sin venir a cuento, me aterraban las miradas siniestras, los malos augurios, las amenazas y los zancos sobre los que corrían y giraban, de un lado para otro, grotescos personajes que señalaban con sus dedos al público que les miraba asustado desde las aceras.

Un denso humo lo iba cubriendo todo como una niebla espesa. Un humo de distintas tonalidades y que, a pesar de los focos de luz, no nos permitía ver con claridad esta especie de cabalgata que pasaba ante nuestra mirada y nuestros oídos. Tuve la sensación, en algún momento, de que también pasaba ante nuestro pensamiento.

Oía voces, leía pancartas desdibujadas, escuchaba ruidos, fanfarrias, gritos, carcajadas, veía malabaristas, prestidigitadores, bailarines... 

Resaltaban, entre todo ello,  personajes con mirada inquisitorial que representaban la necesidad de la reforma de las pensiones, es decir, de sus recortes. Iban haciendo juegos de manos, hablaban de precios de viviendas y alquileres, de salarios base y exceso de derechos laborales, de malgasto público,... Una voz de trueno invitaba a trabajar más ganando menos y nos lo repetía una y otra vez. Alguien, a modo de domador, esgrimía un palo explicándonos la necesidad de perder derechos laborales y sociales para conseguir ese mundo  -siempre lejos y siempre volátil-  que nos presentan como un mundo siempre mejor.

Al final se vislumbraba un enorme cajón negro. Un cajón inaccesible y lleno de sorpresas, del que solo se derramaban estruendosas carcajadas amenazantes invitándonos a subirnos encima y a mirar dentro. Las carcajadas que salían de su interior nos hacían desistir de ello.

 - ¿No se atreven? ¿Tienen miedo?, nos decían mientras sus ojos aterradores nos señalaban. 

 Al cabo de un rato, mi mente se fue perdiendo en el infinito mientras la cabalgata se alejaba poco a poco.

 Me paré unos minutos. Ahora solo oigo en mi interior aquellos versos de León Felipe que nos hablaban sobre el miedo:
 

"Yo no sé muchas cosas es verdad / digo tan sólo lo que he visto".

Y he visto:

Que la cuna del hombre la mecen con cuentos / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos/ que el llanto del hombre lo taponan con cuentos/ que los huesos del hombre los entierran con cuentos/ y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos".

Llego, por fin, a casa algo aturdido por las estampas vistas y vividas en una tarde navideña durante mi largo paseo. No sé si fruto de la realidad o de la imaginación. En todo caso, fruto de este tiempo de incertidumbres que no nos está permitiendo mirar, porque hay un exceso de luces exteriores que van ocupando todo. Incluso, como en estos días, la Navidad y sus vivencias colaterales. 

Ante la situación que vivimos es absolutamente indispensable mantener cada uno sus propias luces encendidas, a ser posible en buenas compañías cómplices, frente a la oscuridad que nos atenaza, aunque solo sea por buscar un refugio y resistir juntos para no ser arrastrados.                                                   

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