"El único motivo por el que recomendaría ver esta serie a un adulto, nunca a un adolescente, es por saber a qué está expuesto el público joven".
Escribir sobre lo que veo en televisión es una de mis grandes pasiones. Es un medio de comunicación al que estoy pegada desde que era niña y disfruto al destacar lo que me resulta de calidad y lo que no tanto de programas como de series. Con la llegada de las plataformas de pago la oferta de ficción cada vez es más amplia y es imposible ver todo. Entre tantas opciones y opiniones que se leen sobre cada una cuesta elegir qué serie ver. La última serie por la que me he decantado ha sido Por trece razones y lo hice por un motivo muy distinto a los que suelo tener en cuenta cuando decido comenzar una ficción. Desde hace meses la tenía en esa lista que todos tenemos de “series pendientes”. La razón por la que la introduje en ese listado no fue porque su trama o sus personajes me llamasen la atención o porque alguien me la hubiera recomendado. La incluí por el revuelo que causó en el público adolescente cuando se estrenó. Sin haberla visto me provocaba tanto rechazo que nunca encontraba el momento para darle al play. Al fin la semana pasada decidí darle una oportunidad y ahora que la he terminado (que por cierto, me ha costado bastante) reafirmo mi repulsa hacia esta serie de Netflix.
La primera conclusión a la que llegué al terminar el último capítulo fue, “no me extraña que haya adolescentes que después de ver esta historia imiten a sus protagonistas”. Relata de forma tan simplista y banal problemas tan importantes que me resulta cuanto menos irresponsable e innecesaria. Es fundamental que las series muestren temas que están a la orden del día en la calle y en los institutos como la homofobia, el acoso escolar, el mal uso de las nuevas tecnologías, de las redes sociales, el consumo de drogas, la soledad o el rechazo. Pero deben hacerlo desde una perspectiva responsable, consiguiendo que en el público adolescente calen las consecuencias de estos conflictos y siempre mostrando que hay una solución que queda lejos del suicidio. Deben incitar a los que se encuentran en situaciones similares a las de la protagonista a acudir a especialistas y a sus familias y no a lo contrario. Quizá sirva para concienciar a padres y profesores, pero desde luego no es apta para que la vean los jóvenes que están en edad de ir al instituto porque pueden percibir la realidad de una forma muy distorsionada. Por trece razones está repleta de manipulación, de machismo, de prejuicios y de riesgos. El único motivo por el que recomendaría ver esta serie a un adulto, nunca a un adolescente, es por saber a qué está expuesto el público joven. Desde el punto de vista técnico la serie está bien hecha, pero lamentablemente la forma de contar la historia hace que esto quede en un segundo plano.
Como la televisión es un negocio y la serie se ha convertido en todo un fenómeno a nivel mundial, Netflix ya ha puesto en marcha la segunda temporada. Esto es algo imposible de celebrar. Solo queda esperar para ver si los guionistas son capaces de redirigir la historia hacia la responsabilidad.
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