Celia Villalobos.
Celia Villalobos.

Empoderar a un mediocre en política garantiza su fidelidad ante las causas más nauseabundas. Y eso es lo que creo que hizo el PP con Celia Villalobos. Un soldado fiel ante cualquier contradicción o deriva del partido. Adicta al ego y al poder, en el lodo, hará todo el trabajo sucio porque sabe que ya lo tiene todo resuelto y ser reaccionaria la encumbra ante la crisis actual de la Socialdemocracia en Europa. Y en las cadenas de televisión y radio del sistema tendrá su alfombra roja. Celia defiende las privatizaciones de las pensiones y el ahorro. En un país donde la precariedad laboral y la falta de continuidad en el trabajo ya son la tónica habitual, gracias a las reformas de su partido. Defendiendo en sus tesis no recaudar impuestos a los que más tienen y exigiendo sobre esfuerzos a los de abajo. Los que, por cierto, como dicen las encuestas, votarán en masa a las opciones que liberan a los ricos en el terreno fiscal.

Ciudadanos populistas y reaccionarios, ajenos, en masa, a lo que alguna vez los puso en la cresta del confort. En menos de dos años la pensión será vista como un gasto superfluo por el Estado para gente que no ahorra por ser una cigarra. Y todo esto quedará instalado en la cabeza como la Santísima Trinidad. No es más que otra estafa perpetrada por los bancos, que quieren que te pagues la pensión, sacando otra tajada extraordinaria. Destruyendo más el Estado, al que ven como enemigo, salvo para hablar de patrias, lugar donde se sienten cómodos los despolitizados. Evidentemente cuentan con una legión de votantes extraordinaria, esos de la bandera en la muñeca y en el balcón que ves en tu barrio. Y es que la maldad se puede representar en muchas modalidades. Hablan de ampliar la edad de jubilación, obviando gremios tan físicos que a partir de los cincuenta ya es imposible no pasar un quinario trabajando. Celia es una pregonera útil para la élite.

Hace poco que estoy inmerso en un libro de Juan Eslava Galán, La revolución rusa contada para escépticos, donde se cuenta una anécdota sobre la abuela del escritor José Luis de Vilallonga. Decía ésta, tomando el té con las amigas, que sentía un desprecio absoluto por los pobres. Observando, la novena condesa de Mejorada, que éstos eran millones y nosotros los ricos muy pocos. Pero que ahí estaban desde hace siglos sin que a nadie se les ocurriera hacerles nada. En esto es donde radica el verdadero meollo de la cuestión. En observar las cosas desde el perímetro, desde una valla de seguridad creada por ellos, donde el círculo se guarda con celo y violencia. Violencia verbal, policial, mediática y educativa en forma de consignas y dogmas que calan más que lo que pueda decir ya un cura desde un púlpito. Celia está ejerciendo de sacerdote fascista por televisión. Metiendo miedo en el cuerpo a quienes, en menos que cante un gallo, creerán que el actual sistema de pensiones es insostenible. Cuando con unos impuestos progresivos donde quien más tenga aporte más, sería suficiente. De hecho ha sido eficiente.

Celia no es más que alguien que sabe que en su poca capacidad intelectual para deslumbrar en el terreno político se ha subido al carro de la maldad. Porque al parecer en el hábitat de ese populismo reaccionario la maldad seduce. El que Rivera y Arrimadas practican con su neoliberalismo y su ¡viva la cárcel!, por citar un ejemplo, atrae a los votantes. Aniquilar el sector público y desmontar un Estado que ha garantizado, por ahora, cada vez menos, que los hijos de los trabajadores de las barriadas accediéramos a las universidades. La derecha engaña siempre con el miedo y la falta de fe en el ser humano. En una adicción al individualismo tóxico que te venden como libertad, en la esperanza de que si repites sus consignas y te portas bien serás algún día uno de ellos. Pero no sean malos y sobre todo no voten por encima de sus posibilidades.

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