Polvorones y trabajo infantil

Ver a un niño vendiendo polvorones puede parecer un acto inocente. Sin embargo, se trata del mismo trabajo que hace un comercial de venta directa

Dulces navideños.
Dulces navideños.

El otro día tomando una cervecita salió este tema y la verdad es que es demasiado bueno como para pasarlo por alto. Y es que, ahora que la navidad está a la vuelta de la esquina, vuelven las ventas de polvorones por catálogo. Suelen ser típicas de los alumnos de bachillerato o incluso la carrera que quieren financiarse el viaje de fin de curso, pero finalmente van más allá. En nuestro caso concreto, estábamos hablando de menores de entre 12 y 13 años miembros de un club deportivo. Este último pequeño detalle hace que, en mi opinión, se trate de un caso de trabajo infantil.

A primera vista, ver a un niño vendiendo polvorones puede parecer un acto inocente. Sin embargo, se trata del mismo trabajo que hace un comercial de venta directa, claramente una actividad económica. Para nuestro caso concreto, el club cayó en la cuenta de que esto podía ser trabajo infantil y traerle problemas, por lo que maquilló la operación. Dependiendo de las ventas que hagan, en lugar de dinero, los menores lo que reciben son artículos promocionales del club. Un pequeño fraude que parece que arregla el asunto, que sin embargo solo lo empeora, ya que se podría considerar una retribución en especie, limitadas en el Estatuto de los Trabajadores al 30% de las percepciones salariales. Con lo cual, la infracción es doble o triple por querer maquillarla, o cuádruple por temas de cobertura de la Seguridad Social.

En su tiempo yo también vendí polvorones con tan solo 12 años. En mi caso fue para financiar parte del único viaje con pernoctación que hice en los scouts durante los seis meses que estuve apuntado. No fue ni optativo, cada uno de nosotros debía vender obligatoriamente un pack completo o apechugar y quedárnoslo. Yo tuve que vender el doble, el mío y el de mi hermano de 8 años, que como es comprensible no quiso ir puerta por puerta ni mi madre le hubiera dejado. Por eso, cada vez que leo en una biografía de Instagram o Twitter esa frase hecha que dice desde el orgullo “Scout. No vendo galletas”, no puedo evitar pensar que polvorones sí (y algún insulto).

Venderlos en segundo de bachillerato o cuarto de carrera tenía cierto pase, pero ahí es cuando te das cuenta de que es meterse en una estafa piramidal. De hecho, este tema salió hablando de que otro amigo mío sin darse cuenta ha acabado vendiendo líneas de teléfono para otra estructura piramidal. Y es que, cuando estábamos en delegación de alumnos, el flujo de comerciales que llegaban pidiendo que hiciéramos la facturación con ellos y trayendo muestras gratis de los diferentes catálogos era constante desde el mismísimo 1 de septiembre que reabría la facultad.

Mis motivaciones para escribir sobre esto tampoco son especiales. Solo que ningún niño debería pasar las horas que le corresponden de juego por la tarde vendiendo polvorones para que un señor se lleve una comisión, ni un estudiante sacrificar su tiempo de estudio en tal estafa. Pero como todo, son prácticas que se van a repetir una y otra vez hasta que como sociedad no interioricemos que no son normales, que no deberían darse y finalmente que se persigan.

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