En los últimos años, ofender o escandalizar al prójimo es tan sencillo que asusta. Vivir en la sociedad de lo políticamente correcto convierte mantener una conversación ordinaria e intrascendente en una carrera de obstáculos donde cualquier comentario, por baladí y somero que sea, le puede convertir, a ojo de los más susceptibles escrutadores, en una persona sexista, xenófoba, homófoba o, en definitiva, una persona intolerante e irrespetuosa con ciertos colectivos o minorías sociales.

Si nos vamos a unas décadas más atrás, podemos recordar clichés sociales que, a día de hoy, parecen, afortunadamente, casi extinguidos. Se miraba mal (socialmente hablando) a las mujeres que se ponían la falda un poco por encima de las rodillas o se atrevían a lucir escote, a los hombres con pelo largo o pendientes o a las personas con tatuajes; hoy día, menos mal, cada vez son menos los que se atreven a juzgar a otra gente por su forma de vestir, de peinarse o de adornar sus cuerpos.

Sin embargo, a estas alturas del siglo XXI, esos clichés sociales han evolucionado (si se le puede llamar así) y para ser una persona de bien, usted ha de saber expresarse de una forma políticamente correcta, en ningún momento excluyendo o discriminando a cualquier colectivo con sus afiladas palabras, al margen de que éstas sean bienintencionadas o simplemente dichas sin la menor pretensión de ofender.

Pondré un ejemplo bastante concreto. Cuando se formó Unidos Podemos, en Twitter algunas feministas declararon su repulsa al nombre de la formación política. ¿Por qué? Pues porque llamándose Unidos Podemos, puntualizaron, excluían a las mujeres. Deberían llamarse, propusieron ofendidas, Unidas Podemos, Unidas y Unidos Podemos o incluso, éste me hizo reír, Unidas Podemas. Las normas de la RAE a ese respecto, que no veo necesario explicar aquí, resultan también ser machistas y se pasan por el forro la igualdad. ¡Qué mala leche!

Aunque tampoco hace falta irse muy lejos para ver hasta qué punto una noticia puede generar controversia por no saber expresarse, presuntamente, en el ámbito de lo correcto. En este mismo periódico, se publicó la noticia de un intento de secuestro a una niña durante una procesión por las calles de Jerez. Se dio una muy superficial descripción del presunto autor de tan deleznable acto, diciéndose que éste tenía rasgos asiáticos. Y sorprendentemente, uno de los que comentó en Facebook la noticia no se indignó por el hecho de que en su propia ciudad estuviese a punto de cometerse un rapto a una menor, no. Se indignó, atención, porque los del periódico habían, presuntamente, incitado el odio hacia la comunidad asiática residente en Jerez. ¿Qué tipo de descripción habría sido la adecuada para no incitar al odio? ¿Decir que una persona originaria del planeta Tierra había intentando perpetrar el crimen? Quizá, ya no se sabe. No describan a un potencial criminal por sus rasgos étnicos, no, están ustedes condenados a ser tildados de racistas.

Tampoco se libra del yugo de lo correcto o incorrecto la religión, dándose contradicciones difíciles de explicar. Si criticas a la religión musulmana, muchos (y muchas, por no excluir, ya saben) te señalarán como racista e intolerante. Sin embargo, estas mismas personas tan respetuosas y comprensivas no se cortan un pelo a la hora de criticar a la religión cristiana y, ni mucho menos, le juzgarán cuando lo haga usted. ¿Hemos de guardar respeto a todas las personas por sus creencias? Eso dicen. ¿Por qué criticar a una determinada religión está mal visto y criticar a otra no lo está?

En definitiva y por concluir, ¿seguirá esta tendencia a la alza? ¿Qué cosas que hoy decimos con naturalidad, sin ánimo de ofender o discriminar serán consideradas en el día de la mañana actos de sexismo, racismo y etcétera? No me apetece saberlo, la verdad. Solo sé que en un mundo en el que se pretende, de forma forzada y torpe, ser correcto y (equívocamente) equitativo, se acaba cayendo en vicios y prejuicios sociales que ya debían haber quedado atrás hace muchísimo tiempo.

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