Sebastián, tío de mi mujer, se parece en lo físico a Josep Pla. Pero no solo tiene los ojos achinados y vivos, buen pelo y es de estatura media, también en la conversación mantiene un diálogo secundario hecho de silencios y palabras amables, como en aquella entrevista tan amena que le hizo Soler Serrano al escritor en el año 1977 en TVE. Y como Pla, el tío Sebastián tiene la afición del tabaco.
Son unos cigarritos Poncho, más bien puritos, que le dura cada uno media tarde entre la boca y el cenicero de la mesa. También fuma pipa, una pipa de brezo con el caño roído –calculo que ha perdido la mitad de su longitud original–. ¿Qué tabaco compra usted para la pipa? No, yo no compro tabaco de ese. Yo desmenuzo el negro o el purito. El tabaco que venden para pipa es una porquería. Chan, que es como se le llama familiarmente, empleó lo más de sus días y con mucha diligencia en el sector de la construcción.
Por eso, se pudo hacer el mismo esta casa de la Peña de Tarifa tan acogedora. Pero lo suyo parece haber sido la cacería, porque cuando su voz discurre por las monterías el tono se hace electrizante. Viste camisa de franela de cuadros y gorra de camuflaje, cuya visera le ensombrece la frente y en los ojos se acentúa esa mirada fina que tiene. El oficio en la construcción y su residencia barreña (Los Barrios, Cádiz) le distancian del escritor ampurdanés, pero eso son cuestiones fortuitas.
Sentado delante de las aspidistras y los clavos de cristo en plena floración, bajo el porche de su casa de recreo, a la hora en que cae el sol de la tarde, ofrece Chan una escena que hace al hombre en su territorio. No todos los hombres pueden decir que logren hacerse un marco. Sebastián agarra con sus dedos porrúos el purito y lo sacude a un lado con el índice. No se da cuenta, o sí, pero le da igual, la ceniza cae en la cabeza al perro teckel o salchicha llamado Luca.
Es un perrillo marrón muy agradable que guarda la distancia, pero no es indiferente. Un fuera de serie, dice Chan. Convive con su cría, Aroa o algo así le han puesto de nombre a la perrita, un poco más pequeña y de tonos blanquinegros. Aroa también se acerca cuando la ceniza del purito cae como lluvia a su padre. No sé si ha coincidido o es que a esos perros les gusta acicalarse con aroma de tabaco como a los santos hindúes que se purifican con ceniza para vencer al paso del tiempo. Por cierto, ya va siendo hora de ir a visitar a Chan.
