El plebiscito de Chile

El proyecto de Carta Magna que los chilenos votarán el próximo día 4 es buena ocasión para ejercitarse en la materia

Parlamentarios chilenos, en una imagen reciente.
Parlamentarios chilenos, en una imagen reciente.

En mi generación, muchos, tiran por la desesperanza. No anarquista, pero sí frustrada y acomodada, es decir, negadora superficialmente. Se une la crisis de los cuarenta, que en realidad es falta de inquietudes. A tal desánimo, hay que meter urgentemente estudios, para ensanchar el corto espacio entre los ideales y sus resultados fáciles. Estudios aquí, es realismo y algo de literatura constitucional. Dirigir una mirada científica sobre esa asombrosa maquinaria llamada Estado, a la que asisten valores y también resortes técnicos. El proyecto de Carta Magna que los chilenos votarán el próximo día 4 (domingo), es buena ocasión para ejercitarse en la materia (la web oficial no está mal). La mecha del movimiento estudiantil, la crisis de la política profesional, el pueblo constituyente, el complejo y meritorio proceso convencional, y por fin, el plebiscito: Sí o No, el día 4. Para la mayoría de los chilenos, en cambio, se trata de un grave asunto.

En el proyecto chileno, hay consenso, sobre lo que no se quiere del pasado, en el nuevo Estado más social y democrático, y quizás no tanto, en la descentralización. Sin embargo, las encuestas, no dan por seguro el Sí. Quizás las dudas estén en lo ambicioso de los nuevos retos políticos. Porque tras el Sí, Chile será, intercultural, plurinacional, solidario, inclusivo, paritario, ecológico, pacifista, laico y respetuoso con todas las creencias espirituales, deportista, sexualmente diverso e interdependiente con la naturaleza, y unas cuantas cosas más, que a veces suenan a creaciones de teóricos sociales. Para implementar vanguardias de ese tipo, hay que pertrecharse de paciencia y dineros, además de prevenirse de inesperadas derivas de sus contenidos abiertos. El caso es que el texto (388 artículos, el doble de cualquier otra), partiendo de postulados relativistas, genera una curiosa sensación de rigidez. Los redactores han querido atenazar a los legisladores de los próximos lustros (si no suplantarlos). Significativa es la ordenación de los derechos fundamentales, al menos al lado de la nuestra, que tiene un Título de derechos dividido en tres capítulos y un sistema de garantías para cada uno (art. 53 CE). Otros alertan del desequilibrio en la separación de poderes, cuando se elimina al senado en un sistema presidencialista. Y muchos, bien informados, no dejan de criticar su redacción deficiente, que, en el mejor de los casos, invitará a debates jurídicos crepusculares.

Se justificará, sin embargo, que un texto redactado por 155 ciudadanos elegidos democráticamente y divididos en más de diez comisiones que primero tienen que aprender qué significa “decreto-ley”, siempre será más complejo que uno escrito por siete expertos. Y también se dirá, que será más vivo, más representativo, más popular y atrevido. Así es. Mientras, ahí andan reflexionando los chilenos, si comprometerse con Lola Flores, un poco aburridos y sabiendo de qué va, o bailar al son de la sugerente Rosalía, aunque nadie entienda lo que dice.

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