Frena

Una infancia feliz es recordar que tu vecino Pepito bajaba el día de Reyes a tu casa, te ayudaba a abrir los regalos para poder empezar a jugar antes juntos

Niños jugando.
23 de noviembre de 2025 a las 09:02h

No suelo verle gran utilidad a asignar un día en el calendario para conmemorar, recordar o reivindicar algo, sin embargo, si estoy conforme en que cada día se hace más necesario darle al freno, detenernos a reflexionar y dar importancia a aquello que realmente lo tiene o lo merece.

Y algo en lo que sin duda creo que debemos reflexionar es sobre la infancia; les invito a pensar en la infancia que tuvimos sobre todo en el tipo de infancia que se vivía hasta los años noventa.  Hagan memoria y también un esfuerzo por vislumbrar aquello que acontecía en la vida de un niño en aquel entonces. No voy a ser políticamente correcta y a decir eso de “No es que ahora los niños vivan peor, es diferente”; pues sí viven peor, son más infelices y en una gran mayoría carecen de valores. Tampoco me vale decir que los valores han cambiado ¡Y un cuerno! Los valores son los que son, están ahí, lo único que no somos capaces de reconocer lo mal que lo estamos haciendo con los niños y ponemos excusas y justificaciones para taparnos la cara con ellas antes de que la realidad se nos estampe en la cara.

Los valores no han cambiado, están olvidados. Los que hemos cambiado somos las personas, los seres inhumanos que estamos dando una infancia cibernética, digital y en la que prima el consumismo, el ego y el sentirse superior al de al lado a toda costa. Mi mejor amiga cuando era pequeña quería ser maestra porque admiraba a nuestra profesora de primaria. Mi amiga hoy en día es maestra, pero su hija con menos de diez años tiene muy claro que su objetivo en la vida es ser concursante de gran hermano. En mi familia hemos tenido suerte porque los más pequeños y jóvenes tienen claro que deben estudiar, pero no porque les guste sino para ganar dinero "¿Qué vas a estudiar María? ─Voy a ser psicóloga porque en mi clase casi todos los niños van a uno y con tanta gente triste tienen que ganar mucho dinero".

Es muy lastimoso comprobar que los niños ven y valoran el futuro de esta forma. Y es muy duro observar cómo no le dan ninguna importancia a estar rodeados de niños tristes, con frustraciones y problemas grabes como el bulín, de los cuales si no se toman medidas de inmediato acabarán normalizándose. Llegará el día que cuando nuestros hijos lleguen del colegio y les preguntes que tal les fue dirán: “Bien, solo que hoy mi compañero Luis ha intentado suicidarse en el baño” y seguirá comiéndose el bollicao como si nada importante hubiera pasado. No hay culpables de todo esto que está sucediendo en las que han de ser las etapas más felices de un niño y un adolescente; Hay responsables que no cumplen con sus responsabilidades, y no toman medidas ante una sociedad infantil y una juventud deprimidas. Y sí, entre esos responsables están los padres, pero también otros muchos adultos están colaborando a destruir lo más preciado que tuvimos los nacidos ya casi en otro siglo, la infancia.
     
No decir no porque es más rápido y fácil. Dar, dar y dar hasta el punto que se convierte en una exigencia para el que recibe. No dar ejemplo para mostrar aquellos valores que nos hicieron ser niños, pero también adultos felices (porque educar en casa nos resta tiempo con el teléfono e internet). En las casas no hay normas por temor a que alguien coja un trauma (pero no se teme o no importa que un menor esté en la calle hasta las tres de la madrugada; si el amigo de mi hijo lo está, él no va a ser menos). En la casa se come lo que a los niños les gusta, de la marca que les gusta, y la nevera está llena de chocolates, platos prefabricados, refrescos y alcohol al alcance de todos (y si mis hijos menores de edad prueban el tequila que está en la nevera sin mi permiso, resulta algo muy gracioso y una anécdota que no dudo en contar a los amigos y de mostrarme orgulloso). Podría llenar cientos de páginas con estos ejemplos con las “equivocaciones” que cometemos con los más pequeños. Una infancia feliz no es todo esto que les he expuesto y todos somos conscientes de ello. Huimos de la realidad porque es muy dura, porque las consultas pediátricas de salud mental cada día están más llenas (y no lo digo yo, son datos de nuevo reales, que pueden consultar). Cada vez se cuentan más los suicidios de niños y jóvenes acosados en las aulas. Jóvenes que desaparecen para llamar la atención de las familias y con los que jamás se vuelven a reencontrar. Anorexia nerviosa, bulimia, depresión, narcisismo infantil… 

Dar una infancia feliz a un niño no es colmarlo de bienes materiales. Da lo necesario, enséñales el valor de las cosas y lo que cuestan. Da ejemplo para que respeten, amen, ayuden y sobre todo sean buenas personas. Una infancia feliz es recordar que tu vecino Pepito bajaba el día de Reyes a tu casa, te ayudaba a abrir los regalos para poder empezar a jugar antes juntos. Si tú tenías cuatro juguetes y él uno, le decías que los Reyes Magos se habían equivocado de puerta y le habían dejado ese regalo suyo en tu casa porque Pepito era bueno y se lo merecía. Eso era ser un niño feliz, porque cuando realmente lo eres también quieres que tu amigo, vecino o compañero de clase lo sea. Los niños deben ser lo más importante en una sociedad, pero los adultos seguiremos haciéndoles infelices si no sabemos ver que es lo que de verdad importa.