Les confieso, mi estación favorita no es el verano. Dicho queda, y confesar algo así es como salir del armario en este país en el que todo es alegría y jolgorio llegada esta estación. Sé que acabo de pasar a la categoría pro de bicho raro, pero igual aún puedo remediarlo.
Admitir que tu estación favorita es la primavera, es como decir que comes heces de rata o que utilizas babosas para hacerte una limpieza facial. Al comentarlo te miran raro, y entonces empieza la retahíla de alabanzas que tiene esta estación y que estás harta de escuchar cada verano, mientras solo piensas en escapar al norte, y poder respirar aire sin que te abrase la garganta, o se te llenen los ojos de tierra por el viento de levante.
No tengo ningún trauma infantil ni nada que haga que quiera que pase esta estación. Simplemente, creo que encuentro una series de daños colaterales que personalmente me afectan mucho más de los que se puedan encontrar en el resto de las estaciones, y que voy a enumerar a continuación:
Estilismos traumáticos. La tela en verano se vuelve escasa, y aunque por suerte quedan cuerpos que son para congelarlos y conservarlos de por vida, también estamos en la época del año donde se dejan ver todas las miserias de la condición humana.
Hay estilismos que se hacen imposibles. No soy una modaadicta ni me considero la más estilosa del mundo, pero hay prendas que no deberían fabricarse y cuyos patrones deberían arder en las hogueras de San Juan.
Cuando el ser humano se extinga (que ocurrirá en verano, seguro) y nos colonicen los extraterrestres, ¿qué pensarán de semejantes vestimentas? No dudarán en hacerlas desaparecer, o eso espero…
La transformación en las redes sociales. Empieza la batalla en redes por ver quién padece más calor. Y comienzan los piesfies, por que ya que estamos todos nos hacemos fotos de nuestros pies en la playa, en las piscinas... ¿Nadie piensa en que la mayoría de los pies son feos? Al menos, siempre hay algún piadoso que cuelga la foto con los pies enterrados en la arena. Aprovecho y hago otra confesión, no me agradan los pies. Solo un “frigo pie” lograría hacerme cambiar de parecer.
En verano en las redes todo es aún mas idílico; nadie sube fotos de los mosquitos tamaño dinosaurio, ni de las picaduras a las que han sido sometidos, de las pieles abrasados por el sol y las consecuentes mudas de piel por este motivo. De los niños croqueta revolcados en la arena tras la lucha para ponerles la crema solar. Nadie nos deleita con un reel sobre la lucha por el espacio en la piscina o en la playa. Es casi un secreto de estado cuando te pica una medusa, jamás veremos una imagen de dicha circunstancia veraniega.
Nos quemamos. Todo quema mucho. Intentar sentarse en la marquesina del autobús con el metal del asiento a 90 grados es como si te hicieran una liposucción por combustión y sin anestesia. Entrar en el coche y darte cuenta que has abierto la puerta del infierno; esperar a que el volante deje de quemar para conducir o quedarte sin huellas dactilares, hasta que por fin notas que emana algo de aire frío, artificial, pero frío.
Hacer deporte. Si en invierno ya cuesta salir a correr, caminar o ir al gimnasio, en verano solo el hecho de planteárselo da fatiga. Si conseguimos vencer la pereza la bofetada de aire caliente nada más salir a la calle, esto nos hará recordar que no merece la pena correr ese riesgo innecesario. Pero ya que estás en la calle, y por ese orgullo torero que todos tenemos, hacemos lo que sea para imaginar que estamos en pleno invierno, villancicos como Pero mira como beben los peces en el río nos acompañan en nuestro épico recorrido.
Las noches dando vueltas en la cama. Dormir cuando la temperatura no baja de los 25 grados es imposible. Vueltas y más vueltas para acabar imitando a Pipi, la niña pelirroja que dormía con la cabeza en los pies y los pies en la almohada. Con tal de encontrar una corriente de aire, todo vale.
Si ponemos el aire acondicionado toda la noche nos despertaremos con la voz del malo de la serie Inspector Gadget y esperamos asustados hasta que llegue la factura de la luz.
Estamos dispersados. Familia y amigos cada uno por un lado. Nos invade una odiosa sensación de descontrol cada vez que queremos estar con alguien. Cuando estamos todos en la ciudad, aunque no nos veamos, sabemos dónde podemos encontrarnos. En verano todos nos dispersamos por el mundo.
Lo que si parece una certeza es que, al menos, nos hemos librado de la canción del verano. Actualmente, vivimos en un bucle musical de eterno verano y La Barbacoa, El Tractor amarillo y La Macarena, entre otras, han sido desterradas de nuestras vidas. Ahora las canciones de verano suenan todo el año.
Concluyendo, y al menos para mí, vuelva la primavera de nuevo y váyase el verano.
