Todo era muy diferente en aquellos años. Los sábados el despertador no sonaba en casa, pero nunca eran más de las diez cuando Quique bajaba a aporrear nuestra puerta para empezar una jornada llena de aventuras. La abuela, nos obligaba a los dos a desayunar antes de poner un pie en la calle. Nunca salíamos a jugar sin colocarnos en la cabeza la cinta de nuestro héroe, Rambo. Tampoco se nos olvidaba dejar atrás nuestras espadas, que aunque caseras, para nosotros eran tan poderosas como las de He-Man. Mi hermana canturreaba mientras escuchaba siempre el mismo cassette que regalaba la Súper Pop, y mi padre se desesperaba una y otra vez porque no podía concentrarse en leer el diario.
Una de aquellas mañanas mi amigo y yo, nos dirigimos al descampado, en toda infancia existía uno donde hacer travesuras, nuestra intención aquel día era jugar a las canicas. Aún a lo lejos, ambos empezamos a correr entusiasmados ¿Qué niño se resiste ante la imagen de una bicicleta abandonada? Tenía la rueda de atrás torcida y pinchada, pero aquello, no impidió que disfrutáramos toda la mañana montados en ella y arrastrándola por todo el descampado. Lo pasamos tan bien que temíamos que al día siguiente, algún otro niño se la hubiera llevado para arreglarla. Teníamos que esconderla y sin pensarlo demasiado, propuse ocultarla entre la enorme montaña de chatarra que se encontraba al final de la explanada de tierra. No sin protestar, Quique acabó cediendo y la dejamos oculta bajo el parachoques de un coche.
Cuando un niño había escondido un tesoro, esa noche se encontraba demasiado nervioso para conciliar el sueño. Antes de que mi amigo llamara a la puerta a buscarme ya me encontraba en el descampado, la bicicleta había desaparecido. La cagaste Burt Lancaster, fue la frase que temía escuchar y que Quique, me dijo cuando le fui al encuentro y le conté lo sucedido. Pero los buenos amigos se apoyan en los momentos difíciles y Enrique lo era: sacó de su bolsillo un par de peta zetas de cola que nos terminamos delante de la televisión mientras cantábamos entusiasmados la sintonía de La bola de cristal. La abuela acabó de endulzarnos la tarde con un bocadillo de chocolate.
¿Fue una época de verdad prodigiosa? Los españoles que nos movemos ahora entre los cuarenta y sesenta años coincidimos en que sí. En los ʹ80 en nuestro país se pasó de la represión a la libertad sexual. La prensa que leemos ahora y que lucha contra la era digital, nació en aquellos años: diarios como El País, El Mundo y El Periódico son productos de los ʹ80.
La programación de la televisión cambió por completo y se pusieron en marcha programas “revolucionarios” como La bola de cristal de Lolo Rico o Viaje con nosotros de Gurruchaga. En concursos ganaba el Un, dos, tres... de Chicho Ibáñez serrador y en dibujos animados vimos La vuelta al mundo de Willy Fog, El inspector Gadget y Dragones y mazmorras.
En el recuerdo quedan algunos momentos que no olvidaremos, como una lagarta comiéndose una rata en V, el programa de fin de año en el que vimos por primera vez un pecho en la televisión de una italiana llamada Sabrina, y un Verano azul en el que terminamos llorando la muerte de Chanquete.
Donʹworry, be Happy fue la canción-símbolo de una época, el triunfo del carpe diem que se mostraba al alcance de todos. Fueron años en los que nunca pensamos que la felicidad pudiera ser una simple moda que llegó para no quedarse.


