Carcomas de la felicidad

Así que no podemos más que considerar que la especie humana no deja de superarse a sí misma, y de verdad no sabría indicarles si solo nos hemos superado en soberbia

El cementerio de Villaluenga del Rosario. Archivo audiovisual de Juniper Films.
El cementerio de Villaluenga del Rosario. Archivo audiovisual de Juniper Films.

Recordábamos en casa no hace mucho a un pariente cercano que, a pesar de contar con todas las herramientas externas para ser feliz, nunca supo darles uso y disfrute. Aunque les puedo asegurar (y para mí no es discutible) que el dinero no da la felicidad, si realmente sabes valorar lo que te rodea, si te has tropezado con la piedra que verdaderamente te ha dejado la cicatriz que te recuerda la caída, seguro que estarán de acuerdo conmigo. La realidad es que existen más personas de las que podríamos imaginar que eligen tomar en el desayuno el café amargo, en el almuerzo las lentejas sin chorizo y saltarse la cena porque no son capaces de limpiar la nevera y tirar de una vez el yogur caducado. 

Sin embargo, suelen ser las mismas personas que te encuentras disfrutando y con una sonrisa de satisfacción, en esos lugares en los que sin dudas pagarías por no tener que volver jamás, la sala de espera de un hospital, un juzgado, la consulta del dentista, un cementerio o un tanatorio. Son los típicos familiares o conocidos a los que llamamos por consideración “raritos” pero que nuestros subconscientes definen como “amargados”. Esos que en los velatorios llegan antes que el difunto y son informadores de antemano por redes sociales de los detalles de la defunción sin jamás equivocarse. Los mismos que al llegar te preguntan ¿Has visto qué buena presencia tiene el difunto? Con la boca llena de pastas de té y mientras hace señales al del catering con la mano para que se acerque a rellenar la bandeja. Pero claro, antaño estas personas tenían incluso más mérito (si podemos darles alguno), puesto que los velatorios eran lo que eran; una reunión tradicional de los allegados y amigos del difunto en las horas siguientes a su muerte y de dar sepultura al cadáver. 

No hace mucho un conocido me contaba el malentendido que le ocurrió cuando fue a ofrecerles el pésame a la familia de un fallecido, al llegar a la puerta del tanatorio donde se velaba al difunto se topó con varios camareros ofreciéndole bebidas y un cuarteto de cuerda que daba la bienvenida a todo el que llegaba. Abrumado, el pobre hombre pensó que se había confundido de ubicación y se marchó en dirección a su coche para regresar a casa. Por suerte un amigo que salió a alquitranarse con un cigarrillo lo vio marchar a lo lejos y lo detuvo aclarándole que todo aquello que había visto formaba parte del velatorio del fallecido. Pasó de estar abrumado a quedarse estupefacto ante aquella ostentosa despedida. 

Así que no podemos más que considerar que la especie humana no deja de superarse a sí misma, y de verdad no sabría indicarles si solo nos hemos superado en soberbia, egocentrismo y estupidez o seguir buscando la parte buena que todo “ser” dicen que posee. Es obvio que todo es diferente y a veces es mejor tomárselo con humor como hacía la popular Silvia Abascal cuando contaba en televisión que acompañó a su madre a un velatorio en el que resultó que el muerto no era el que ella pensaba y al cruzarse en la sala con el supuesto difunto, casi le sacan a ella de allí con los pies por delante de la impresión que sufrió en aquel momento. Un compañero del trabajo se reía de sí mismo, (algo muy sano en mi opinión) al recordar que se equivocó de tanatorio en una ocasión y que solo se dio cuenta al día siguiente cuando varios amigos le increparon no haber ido a despedir al difunto que era amigo común de todos. No podía contener la risa al recordar que había pasado media noche en vela presentando sus respetos a la familia de alguien que descubrió que era un total desconocido para él. 

La muerte se ha convertido en un negocio más fructífero que nunca debido al hábito de colgar cualquier momento en redes sociales y también a las peticiones y últimas voluntades cada vez más inverosímiles de familiares y del propio difunto (hay quien ya dejó por escrito su deseo de que aquellos que le despidan lo hagan ataviados a la moda ibicenca). A pesar de todo lo narrado anteriormente, aún me es difícil de creer el testimonio que dieron las damas de la reina Isabel I que dicen que escucharon la explosión del cuerpo de la difunta dentro del ataúd mientras se realizaban los actos fúnebres. La explicación que se dio fue que el no ponerse de acuerdo sobre el lugar donde se oficiaría la ceremonia retrasó el entierro y eso hizo que el cadáver se encontrara en avanzado estado de descomposición. 

Una última, pero importantísima cuestión a tener en cuenta, según la Rae el significado de la palabra “velar” es el siguiente: Hacer centinela o guardia por la noche. Desconozco si se ha convertido en una norma general o no, pero sé de primera mano que el último tanatorio que visité cerraba al público a las doce sin permitir la presencia de ningún vivo dentro durante la noche y volvían a abrir a las ocho de la mañana. Con lo cual creo que pronto dejaremos incluso de usar esa palabra por otra ¡A saber por cuál! Termino y me despido por esta semana con esta frase sobre la muerte que fue dicha por Lao-Tsé hace miles de años: “Diferentes en la vida, los hombres son iguales en la muerte”.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído